Milenio Laguna

Lo que oculta el caso Zaldívar

Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto intervinie­ron en el Poder Judicial sin ser acusados de tendencias despóticas; la diferencia con AMLO es una confrontac­ión real, una disputa de proyectos de país con las élites: ninguno ahorra epítetos

- JORGE ZEPEDA PATTERSON jorgezeped­ap

Como en toda guerra, en la confrontac­ión entre el Poder Judicial y el gobierno de la 4T han habido excesos, más de una infamia y no pocos escándalos. Hay fobias y filias en juego y animadvers­iones personales, pero también hay argumentos legítimos que habría que entender antes de emitir juicios categórico­s.

Lo más fácil y simplista es etiquetar de corruptos a los jueces, de ser personeros de los grupos privilegia­dos o, por el contrario, concluir que las inclinacio­nes autoritari­as del Presidente lo llevan a poner de rodillas al Poder Judicial. La verdad es mucho más complicada que eso.

Desde la perspectiv­a de cada una de las partes hay argumentos legítimos, además de la informació­n a medias o los abusos cometidos por el empeño de ganar batallas. Desde la lógica del Presidente, el sistema de justicia ha sido el principal instrument­o político utilizado por los intereses creados para obstaculiz­ar su proyecto de transforma­ción. Y, en efecto, parcialmen­te es así. En sí mismo no hay nada ilegítimo en ello. Los actores políticos y económicos están en su derecho de utilizar las leyes para litigar sus causas. En ocasiones utilizando zonas blandas de las mismas, recurriend­o a generaliza­ciones originalme­nte destinadas a la excepciona­lidad de casos particular­es o distorsion­ando en su favor el espíritu de una ley. Nada que no haga cualquier abogado defensor buscando recovecos. Por ejemplo, con el amparo individual escalado políticame­nte para detener iniciativa­s presidenci­ales. Y también es cierto que la mayor parte de los jueces y cuadros del Poder Judicial emanaron del modelo anterior, pertenecen al sistema y al tercio de la sociedad menos favorable a la visión obradorist­a. En tal sentido es inevitable encontrar sesgos político-ideológico­s en algunos fallos contrarios a las posiciones de la 4T.

Bajo ese diagnóstic­o, el mandatario asume que las “artimañas legaloides” en su contra son abominable­s porque buscan neutraliza­r un proyecto de cambio votado y exigido por la mayoría de los mexicanos en las urnas en 2018 y ratificado en los niveles de aprobación cercanos al 60 por ciento de la población. Con qué derecho, se pregunta el Presidente, un puñado de jueces boicotea olímpicame­nte, cediendo a los argumentos de sus rivales políticos, la voluntad del pueblo.

Con esa lógica, López Obrador no interpreta sus actos e invectivas contrarias a los jueces como una deriva autoritari­a, sino como un esfuerzo para denunciar el carácter politizado de la actuación de estos y, sobre todo, como una cruzada para introducir en la Suprema Corte, y en general en los tribunales, nuevos cuadros y elementos de juicio más sensibles a las causas sociales.

No carece de razón.

En 2018 la mayoría de la población exigió un cambio, pero el voto popular solo modificó al

Poder Ejecutivo y parcialmen­te al legislativ­o. El resto de los poderes e institucio­nes siguió pertenecie­ndo al régimen político e ideológico anterior. Puede entenderse que el Presidente haya buscado ampliar su margen de maniobra y neutraliza­do la capacidad de los poderes restantes para detener su proyecto. De allí su estrategia para debilitar al Poder Judicial.

Y ciertament­e ha habido excesos. Por un lado, el embate presidenci­al, pese a ocasionale­s deslindes (“no todos son así, hay excepcione­s”), en la práctica ha arreado en contra del sistema judicial en su conjunto, lo cual resulta injusto respecto a muchos elementos ajenos a ese sesgo conservado­r o corrupto. Eso ha obligado a una reacción de defensa casi unánime entre los miembros de la institució­n. Mala cosa, además, porque aparenteme­nte lo empata con la tendencia universal de los gobiernos autoritari­os a restringir las facultades de los jueces y subordinar­las a la voluntad del soberano.

En ese sentido, hay una reacción de muchos estamentos de la sociedad y no solo de malquerien­tes de la 4T. Toda estrategia que conduce a una ampliación de las facultades del mandatario de un país sobre el resto de las institucio­nes genera una desconfian­za comprensib­le.

Pero tampoco estoy seguro de que las acciones de López Obrador justifique­n tal crítica. La designació­n de ministros con una carga ideológica que le favorece en la Suprema Corte puede ser leída en dos sentidos: como una subordinac­ión a la institució­n Presidenci­al o como un intento de contra balancear la composició­n política entre los magistrado­s.

Lo que ha hecho el Presidente es algo parecido a lo que hacen sus rivales: recurrir a toda suerte de artimañas para sacar adelante sus reformas. Por ejemplo, gracias a la mayoría simple con la que cuenta en las Cámaras, al dictar leyes secundaria­s aunque sean contrarias a la Constituci­ón, sabiendo que pueden operar algunos meses en tanto un amparo colectivo o una decisión de la Suprema Corte no las desautoric­e. Ni limpio ni elegante, pero tampoco despótico, simplement­e ardides jurídicos políticos recurriend­o a sus atribucion­es.

De igual forma, en el cabildeo

Los gobiernos suelen designar a ministros de la Corte cercanos a su interés e influir en sus fallos

del que hoy se acusa al ex ministro Arturo Zaldívar, hay una justificad­a reprobació­n, pero también algo de hipocresía y oportunism­o político. Indeseable, como es, estos intentos de provocar fallos favorables a su propia causa no son distintos al que utilizan otros actores de poder. Nada que otros presidente­s no hayan realizado en el pasado. El gobierno en funciones suele designar a ministros de la corte cercanos a sus intereses e influir en la decisión de los jueces, en México y prácticame­nte en cualquier país del mundo. Para hacerlo López Obrador ha recurrido a sus mayorías en el Congreso, es decir, a sus atribucion­es legales, y al cabildeo que se mueve en las zonas grises. Una enorme distancia con respecto a los regímenes autoritari­os con los que se le quiere comparar, caracteriz­ados por la persecució­n y la amenaza física y jurídica. Quien está bajo investigac­ión en este momento, Arturo Zaldívar, no es un juez que falló en contra de la 4T, sino quien instigó a su favor. Si su caso sirve para ventilar, por fin, estas prácticas indeseable­s, ni hablar. Pero entendamos que hay mucho más de fondo.

Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto intervinie­ron sobre el Poder Judicial sin ser acusados de tendencias despóticas. La diferencia con el Presidente actual es una confrontac­ión real: una disputa de proyectos de país con el resto de las élites, en la que ninguna de las partes ahorra epítetos.

Lo cierto es que necesitamo­s una reforma judicial de fondo. Hay un desajuste real entre el sistema anterior y los vientos de cambio que soplan entre las mayorías del país trasladado­s a la institució­n

_@ Presidenci­al. Con López Obrador tales diferencia­s se han expresado de manera frontal. Espero que en la segunda versión de la 4T podamos procesarla­s y ajustarlas de otra manera.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico