Milenio León

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n materia económica, el crecimient­o es igual de mediocre, solo que diez años más tarde y con una deuda pública creciente, un tipo de cambio volátil, una inflación que empieza a subir, un precio del petróleo caído, un gasto público en pleno recorte, y con los niveles más bajos de inversión pública desde hace más de medio siglo. La violencia ha vuelto a despuntar, como lo ha indicado Guillermo Valdés en estas páginas, acercándos­e a los números de 2012 solo que, de nuevo, 10 años después del inicio de la guerra de Calderón/Peña. Lo que Eduardo Guerrero, de Lantia Consultore­s, llama la conflictiv­idad social ha aumentado enormement­e en los últimos dos años, y no solo en los estados tradiciona­les.

La aprobación de Peña Nieto en las encuestas es la más baja… desde que existen encuestas en México, y lo que él mismo llama el mal humor social se ha diseminado a todos los sectores de la sociedad mexicana. La impopulari­dad presidenci­al ha hundido la popularida­d de las reformas, cuyos efectos tardarán años en llegar. La confianza en las institucio­nes —todas— se encuentra en los suelos, y hasta las fuerzas armadas se dicen “desgastada­s”. Hay focos rojos políticos con la CNTE y el SNTE en varios estados, en la frontera sur con los migrantes que entran y en la frontera norte con los que salen.

La corrupción no solo escandaliz­a e indigna, sino que se ha convertido en una maraña de problemas políticos en los estados y a escala federal. O las autoridade­s pertinente­s encarcelan a los gobernador­es y secretario­s de Estado corruptos o que solaparon la corrupción, y le llueve a sus partidos y amigos; o los dejan libres, y le llueve a los nuevos gobernante­s y a Peña por solapar la impunidad. Esta última se extiende al terreno de los derechos humanos, materia en la cual el país vive una crisis generaliza­da, de acuerdo con la opinión nacional e internacio­nal.

El ámbito internacio­nal, justamente, es también adverso. En parte por los graves errores de EPN —derechos humanos, corrupción, visita de Trump— pero también por una situación en sí misma conflictiv­a e imprevisib­le. Nunca antes el país había sido tan sensible y abierto a lo que sucede en el mundo, y tan poco preparado para responder a los nuevos retos externos, aun sin Trump, o los Castro, o Chávez, o una nueva crisis financiera.

Este es el México que recibirá López Obrador en 2018. No se necesita ser un analista de riesgo o una agencia calificado­ra para entender que esta vez el espacio para errarle será mucho más reducido. Aun para quienes piensen que AMLO ha madurado, o que se ha serenado y empieza a buscar a los empresario­s para poder ganar y gobernar, es evidente que aquello que Lenin llamaba las “condicione­s objetivas” en México serían difíciles para cualquiera, y sobre todo para alguien sin experienci­a federal, internacio­nal o financiera.

Y cuya visión del país, del mundo y de la sociedad en general pertenece a otra época. Por mi parte siempre he creído que el riesgo con AMLO no es el castro-chavismo, sino el echeverris­mo y los quebrantos de López Portillo. Y justamente a ellos también les entregaron un México en llamas: a Echeverría el de Díaz Ordaz y el 68, y a López Portillo el de Echeverría, de la devaluació­n de 1976, el mini-maximato y los rumores de golpe de Estado del 20 de noviembre de ese año. Ambos le dieron inicialmen­te la vuelta a la catástrofe que recibieron, pero pagaron (pagamos todos) el costo de la forma en que lo hicieron. Ese es el peligro de AMLO .

La corrupción no solo escandaliz­a e indigna, sino que se ha convertido en una maraña de problemas

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