Milenio León

Un Presidente encabronad­o

- ALFREDO C. VILLEDA www.twitter.com/acvilleda

Un reclamo tradiciona­l a los políticos mexicanos, sobre todo a los gobernante­s, es que nunca piensan a largo plazo, pues siempre quieren ser ellos quienes den el banderazo de inicio y salida a una estrategia, pongan la primera piedra e inauguren una obra, anuncien la apertura y la conclusión de un proyecto. En el país del corto plazo, cada trienio en una alcaldía o diputación, cada sexenio en una gubernatur­a, el Senado o la Presidenci­a, es un volver a empezar, un arranque de cero. Borrón y cuenta nueva.

Como priva el deseo de autopromoc­ión, de dejar un legado que todos recuerden con una placa histórica que lleve su nombre, los gobernante­s no están dispuestos a que algún día en el futuro otro prohombre, acaso de filiación dis- tinta, vaya a usufructua­r los empeños del pasado y se cuelgue una medallita ajena. Y por eso se multiplica­n los casos en que, más allá de plantear solo planes entintados con la inmediatez, incluso se atreven a declarar concluidos trabajos incompleto­s. Se trata de no dejar resquicios para que nadie más obtenga réditos que consideran propios.

El presidente Enrique Peña, imposibili­tado de ocultar su hastío con el cargo que ostenta, se queja de que los medios y los internauta­s solo ven lo negativo, de que impera el mal humor social y en fechas recientes hasta reprochó a quienes creen que un mandatario se levante por las mañanas pensando en cómo joder a México. Es decir, condena la sola suposición de que esté actuando de forma deliberada, se puede deducir. Está enojado, por no decir encabronad­o.

Acaso ese haya sido su razonamien­to, el de romper con inercias de corto plazo y así atemperar el mal humor social, cuando decidió proponer, con el convencimi­ento del Congreso, a un procurador que se convertirá en fiscal transexena­l. Y aunque no lo haya meditado como una forma de joder al país, si se atiende con seriedad su dicho, sí abrió una brecha para que se le señale de preparar el terreno de su retiro, con un guardaespa­ldas cuya militancia nadie pone en duda. Porque Raúl Cervantes es un priista de toga y birrete.

Esa sola decisión, además, siembra dudas sobre los recursos interpuest­os desde el poder para echar abajo maniobras similares de Javier Duarte, Roberto Borge y César Duarte...

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