Nuestra inexistente oposición
Cuando Ricardo Anaya y el PAN quieren distanciarse del partido en el poder, se refieren a él como “el PRI-gobierno”. Cuando es turno de López Obrador, la palabra es “mafia”. Y cuando lo hace el PRD, quién sabe, porque el PRD lleva mucho tiempo sin alzar la voz en contra.
A pesar de que el sistema político mexicano tiene, al día de hoy, ocho partidos nacionales, se puede hablar en realidad de un bloque conjunto. Basta con ver dos eventos de la última semana para entender la inexistencia de aquello que se hace llamar “oposición”.
El miércoles, en una sesión exprés, el Senado aprobó, con 82 votos a favor y tres en contra, la designación del nuevo procurador General de la República, Raúl Cervantes. Al momento de presentarse a comparecencia, ni un solo partido tuvo pregunta o comentario que hacer sobre el aspirante. No se levantó ninguna duda sobre su falta de experiencia en derecho penal, requisito necesario para el cargo. Tampoco sobre su paso como abogado del PRI. Ni siquiera de los dichos de su ex esposa, Angélica Fuentes, quien en una entrevista lo acusó de intentar estrangularla. Cervantes, que busca extenderse como fiscal durante nueve años, no recibió un solo pero.
Lo mismo sucedió el jueves con Arely Gómez, ahora secretaria de la Función Pública. Gómez, hasta el miércoles segunda procuradora general del sexenio, nunca ha estado en un órgano de control interno como la SFP. Si algo se necesita en los dos años que le quedan a este gobierno es alguien que sepa del asunto. No alguien que vaya a aprender sobre la marcha. Aun así, su designación fue aprobada 95-3. Los dos cargos de investigación más importantes del gabinete federal, y ningún senador se preguntó públicamente por la idoneidad de los candidatos.
Si algo ha definido este siglo en México es la corrupción. No solo del PRI, sino del PAN, del PRD e incluso de Morena. Tal vez es por eso que la oposición política en México es solo nominal: ninguno se atreve a lanzar la primera piedra por miedo a descalabrarse a sí mismo.