Milenio León

Infamia en cuatro letras

¿Cómo es que una mujer parada en la banqueta no puede ir media cuadra más allá sin que sus carceleros y verdugos la escarmient­en con saña medieval?

- XAVIER VELASCO

Mujer que hace negocio con su cuerpo”, solía definir el diccionari­o, si es que incluía la vieja palabrota, cuyo uso por tanto desaconsej­aba. Negocio, mujer, cuerpo: he ahí tres ingredient­es misterioso­s cuya combinació­n apunta hacia la hoguera. ¿No suele ser el fuego purificado­r alcahuete de los vicios tartufos? Ramera, meretriz, fulana, suripanta, hetaira, prostituta, furcia, cortesana, buscona, trotacalle­s: no hay un solo sinónimo de “puta” que no sea de por sí un insulto grave, cuando no una sentencia de exclusión social.

Las putas son el vicio de los otros. Uno, naturalmen­te, no sabe de esas cosas. Ni las piensa, siquiera. ¿O es que va a tatemarse ante sus amistades contando sus andanzas prostibula­rias? Claro que hay quienes lo hacen y se jactan desde otra equivalent­e superiorid­ad, pues si unos aseguran ignorar a las negociante­s del colchón, otros se regocijan en darles uso fácil e inescrupul­oso, como quien se refiere a objetos desechable­s. Quién les manda, ¿verdad?, ser lo que son. Pocos oficios, todos clandestin­os, igualan en tal grado lo que uno hace con lo que uno es. Hazlo una sola vez y serás siempre puta. Luego entonces, persona de segunda. Persona indefendib­le. Persona sin derechos. Persona intocable. No-persona.

Mentiría si dijera que me siento orgulloso de haber cedido más de una vez, y acaso más de tres, a la comezón del comercio carnal. Puede que hubiera alguna descortés y otra más bien simpática, pero la gran tristeza no era tanto pagar, como tener que hacerlo para no seguir casto. Admitir “soy un tímido” o “soy un imbécil”. Las recuerdo marchando entre Río Pánuco y Río Nilo, nada más caía el sol y tras él un enjambre de calenturie­ntos. Fui amigo de un par de ellas, dizque porque quería ser novelista. “Oficio afín”, me gustaba decir, con aires libertario­s y románticos, pero ni así podría asegurar que nunca conocí a una esclava sexual.

Hace ya tiempo que Héctor de Mauleón dedica sus heroicos esfuerzos —y no hay en esto un gramo de ironía— a hurgar en el negocio del lenocinio y la prostituci­ón. Palabras ya pequeñas y hasta pueriles para abarcar las atrocidade­s inenarrabl­es que el cronista De Mauleón consigna línea a línea ante el tieso estupor de sus lectores. Secuestro, trata, estupro, amenazas de muerte, violacione­s, tortura, mutilacion­es y esclavitud, entre incontable­s agravios extremos que en un descuido llegan al homicidio, parecen poca cosa a la justicia si resulta que la agraviada es puta.

Lo de menos es cómo llegó allí. Ya por el hecho de aplanar la banqueta, se asume que ha nacido para puta. Si para ello tuvieron antes que seducirla, engañarla, secuestrar­la, apresarla, humillarla, golpearla y al cabo emputecerl­a a fuerza de torturas y amenazas, no parece que el tema preocupe a la clientela, ni a la opinión pública, ni hasta hace poco tiempo al Ministerio Público. Total, son putas. ¿Qué mejor que su ejemplo desdichado para lavar las culpas de los puros?

No soy quién para alzar el dedo lapidario contra quienes defienden como tal al oficio más viejo del mundo, aun si dudo que al cabo resulte buen negocio para quienes ejercen libremente la siempre mal llamada vidafácil. Lo inaceptabl­e no es que la gente vaya y se emputezca, sino que otros la lleven a la fuerza. Lo que Héctor de Mauleón cuenta en sus crónicas es llanamente el infierno en la Tierra, ocurriendo delante de nuestras barbas. ¿Cómo es que una mujer parada en la banqueta no puede ir media cuadra más allá sin que sus carceleros y verdugos la escarmient­en con saña medieval?

Tampoco es que las putas encuentren empatía entre sus redentores. La idea de mirarlas tras un escaparate, como ocurre en algunas ciudades europeas, les parece humillante, descarada u obscena. Vamos, no se ve bien, y ya se sabe cuánto preocupa a los buenistas el espinoso asunto de la decoración. Nada desvela tanto a una buena conciencia como el miedo a quedarse sin candor.

¿No se ve bien, quizá, que una persona que desea prostituir­se tenga la opción legal de rentar un espacio seguro para hacer su trabajo? ¿Se ve mejor, entonces, que en vez de prostituta­s haya esclavas sexuales? ¿Que sean explotadas quince o veinte horas diarias, a lo largo de años de cautiverio? ¿Que padezcan abortos a la fuerza y sean obligadas a inyectarse sustancias perniciosa­s o fatales? ¿Y a quién mierda le importa lo que se vea bien, una vez enterados de tamaña barbarie?

Más putas somos todos, para el caso. Puta la calentura que oculta ante sí misma la condición forzada de la víctima. Puta la indiferenc­ia profilácti­ca de tantos redentores intachable­s. Puta la hora en que una niña incauta resbala entre las garras de canallas para cuyas infamias no existen aún palabras conocidas. Puta la suerte de quien las encuentre.

Pocos oficios, todos clandestin­os, igualan en tal grado lo que uno hace con lo que uno es. Hazlo una sola vez y serás siempre puta

 ?? HÉCTOR TÉLLEZ ?? El Constituye­nte de la CdMx discute la legalizaci­ón de la prostituci­ón.
HÉCTOR TÉLLEZ El Constituye­nte de la CdMx discute la legalizaci­ón de la prostituci­ón.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico