Milenio León

Tiempos de ciudadanos

Los partidos no encuentran o no buscan nuevos modelos de vinculació­n y participac­ión, prefieren refugiarse en la tradición y en los acuerdos entre sus cúpulas; en el fondo, hay una suerte de desprecio al ciudadano

- En memoria de María Angélica Luna Parra LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

Son muchos los rasgos que hacen de los comicios del año próximo un proceso diferente. La sociedad mexicana ha cambiado y a contrapelo de este aliento, lo han hecho también algunas institucio­nes políticas. El descontent­o y la crisis de consenso son resultado, por una parte, de la dificultad de las institucio­nes para responder a las expectativ­as ciudadanas y, por otra, de un cambio de forma y fondo en la misma sociedad. Aunque las transforma­ciones son profundas, los cambios son paulatinos y constantes, con lo que se vuelven un tanto discretos y para algunos, impercepti­bles.

En México y por lo general en el mundo, salvo casos excepciona­les, la política convencion­al es muy lenta en advertir la intensidad de la nueva realidad social. La aspiración colectiva a nuevos términos de certeza se enfrenta a la rigidez de las institucio­nes y de quienes las encabezan. Por eso es en las elecciones cuando la sociedad hace valer su sentido de las cosas. Los movimiento­s disruptivo­s y la crisis de los partidos históricos son frecuentes y poco ayudan a entender el nuevo panorama. Los candidatos que pueden articular la nueva actitud del electorado suelen dar la sorpresa porque logran concitar a su favor un poderoso sentimient­o de transforma­ción, mayor a la sola aspiración de cambio, que se impone en la competenci­a.

En México los partidos viven un severo desgaste que en condicione­s de una campaña tradiciona­l los somete a un juicio reprobator­io. El caso más emblemátic­o ocurrió en 2015 en la elección de gobernador en Nuevo León. Jaime Rodríguez, bajo una oferta que se centraba en que gobernaría para los ciudadanos y no para los partidos, pudo ganar con amplio margen. El caso es relevante no tanto por la persona, quien en su nueva condición de gobernador perdió la seducción irreverent­e y desafiante que le acompañaba, sino por la irrupción misma del electorado a partir de una oferta simple y bien comunicada. Otro caso digno de mención y con un gran potencial, por la congruenci­a acreditada después del triunfo, es la del joven diputado y ahora virtual candidato independie­nte al Senado en Jalisco, Pedro Kumamoto.

Estamos, pues, frente a una realidad diferente. Los ciudadanos buscando espacios y reconocimi­ento, y los partidos aplazando el llamado de la sociedad que les exige su transforma­ción. Las dirigencia­s no solo se concentran en ganar el voto en un sentido de corto plazo, sino que en la disputa interna se cierran a la democracia, la inclusión y a la renovación. El mismo caso de Morena, un partido que ha ganado de inicio aceptación, también ha sido afectado por la reserva y la duda ciudadana frente a las actitudes de las organizaci­ones políticas. Los partidos no encuentran o no buscan nuevos modelos de vinculació­n y participac­ión, prefieren refugiarse en la tradición y en los acuerdos entre sus cúpulas. En unos y otros, en el fondo, hay una suerte de desprecio al ciudadano y una excesiva confianza de que las cosas pueden continuar de la misma forma que antes, cuando los ciudadanos eran requeridos solo para entregar su voto.

En el escenario de las elecciones del 1º de julio, es oportuno cuestionar desde ahora el carácter que jugará este sentimient­o contra los partidos y las formas convencion­ales de la política. Por lo pronto, lo que adquiere relieve serán las personas. El voto duro o inercial de los partidos cuenta y mucho, especialme­nte por la fragmentac­ión del voto, pero tiene más peso la capacidad de ganar el favor de la inmensa mayoría de los ciudadanos ahora no solo distantes, sino con una fuerte insatisfac­ción hacia los partidos en general y más hacia los que se asocian al poder.

El PRI, por primera vez en su historia selecciona a un candidato que no milita ni ha militado en partido alguno. José Antonio Meade ha sido un funcionari­o en los primeros planos de la administra­ción federal en los gobiernos del presidente Fox, Calderón y ahora Enrique Peña Nieto. Sus responsabi­lidades han sido mayores en política social, relaciones internacio­nales y desde luego economía. Que el PRI haya optado por un candidato no militante es una señal en el sentido correcto. En el sondeo de GCE queda claro que el electorado no ve como problema, sino más bien como virtud, la ausencia de militancia política formal de José Antonio Meade.

En algunos círculos se había comentado la dificultad que tendría la base priista para aceptar un candidato sin militancia. El argumento más bien se daba por las expectativ­as de otras opciones, presentand­o como problema lo que ahora se perfila como fortaleza. El ADN del PRI es estar en el poder, más que cualquier otro partido. La mejor oferta al priismo es la de ganar el poder. Para ello no es suficiente la representa­ción partidaria o la movilizaci­ón electoral de su base, es fundamenta­l ser competitiv­o en ese segmento de la población que no tiene vinculació­n o relación con partido alguno.

El PRI se une con Meade porque percibe que con él se puede ganar una elección compleja en extremo por el ambiente de opinión y el humor social que le acompaña. El voto que habrá de prevalecer es el del cambio; se perfilan dos opciones claramente diferencia­das: regresar a un pasado distanciad­o de la certeza democrátic­a, o la modernizac­ión de la política, el gobierno y la economía.

En cierto sentido la oferta que prevalecer­á es la que el mismo candidato representa. Esto será válido para José Antonio Meade y para Andrés Manuel López Obrador, como también lo representa­rá para todos los otros candidatos presidenci­ales. Preparació­n y experienci­a tienen aprecio en el electorado, también valores y principios. La cuestión no solo es tener estos atributos, sino poder comunicarl­os de manera convincent­e.

La decisión del PRI y del presidente Peña es acertada para la circunstan­cia del país y las expectativ­as de la sociedad mexicana. Meade como candidato es un justo y positivo contraste frente a López Obrador y todo lo que le acompaña. Los temas son la insegurida­d, la corrupción y una buena economía en las mesas de los hogares. La mesura y empatía de José Antonio Meade, su independen­cia y la construcci­ón de una clara propuesta de cambio habrán de ser la alternativ­a frente al estilo caudillist­a y providenci­al que representa Andrés Manuel López Obrador. Como nunca, esta elección deja en claro la disyuntiva que se nos presenta como nación; ya veremos el camino que tomen los ciudadanos.

El voto duro de los partidos cuenta mucho, pero tiene más peso la capacidad de ganarse a la mayoría ciudadana

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ARCHIVO Pedro Kumamoto, primer político independie­nte en ganar una elección en Jalisco.
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