Contra el desencanto democratico
Para José Woldenberg, autor de Cartasaunajovendesencantadaconlademocracia, la única posibilidad de cambio en el país es con la participación, “y la participación lo que implica es organización y agendas”
ncerrado a cal y canto en su habitación de un hotel cercano a la FIL de Guadalajara, el cartujo termina de leer Cartas a una joven desencantada con la democracia (Sexto Piso, 2017), de José Woldenberg, “uno de los más prominentes politólogos de México”, como se advierte en la contraportada.
Es un libro en el cual se defiende el ideal democrático, tan vapuleado en estos días poblados de personajes proclives a hablar en nombre de la “sociedad” (o del “pueblo”), como si ésta fuera “monolítica, sin fisuras, sin contradicciones, sin intereses diversos, sin sensibilidades distintas, sin aspiraciones encontradas”, consigna el autor.
El epistolario se dirige a una muchacha “que encarna muchos de los prejuicios, de las convicciones de muchos jóvenes mexicanos que, sin duda alguna, viven con malestar la vida pública de nuestro país”, le dirá más tarde Woldenberg al azorado monje, quien le pregunta si es posible un cambio en el rumbo del país a través de la participación, sobre todo de las nuevas generaciones. Su respuesta no deja lugar a dudas:
“Pienso, incluso de manera más enfática, que la única posibilidad de un cambio es con la participación, y la participación lo que implica es organización y agendas. Hasta donde alcanzo a ver, solo organizándose, teniendo un diagnóstico y propuestas es como se pueden hacer avanzar las causas —la política, fundamentalmente, tiene que ser de causas—. Lo que me alienta en este terreno es que hay ejemplos de colectivos que han logrado que sus iniciativas acaben cristalizando. Te pongo dos casos: la despenalización del aborto en la Ciudad de México no la podemos explicar sin la movilización, las alianzas, el discurso de las feministas desde los años 70, y la ley de acceso a la información pública, de transparencia, no se puede explicar sin ese grupo de académicos, analistas, intelectuales, que pusieron sobre la mesa que la información pública debe ser pública, y lograron que su propuesta avanzara.
“A lo mejor estoy acudiendo a una fórmula añeja, pero sigue vigente: cuando la gente se organiza, tiene una causa y una iniciativa, eventualmente puede transformar las cosas, como en esos ejemplos. Está también la idea de la transformación total. Yo no creo que sea posible ni deseable. No creo que un país con la densidad que tiene México pueda ser refundado a partir de cero; puede ser reformado en muchas de sus instancias, instituciones, rutinas, reformas, pero para hacerlo se necesita participación”.
En el libro, Woldenberg le escribe a su interlocutora: “El involucrarse en la vida pública tiene en sí una recompensa: el ser parte de un colectivo, con lo cual la vida se hace más intensa, más interesante. (Pero) si quieres ver los toros desde la barrera, pues adelante. Y si incluso quieres no verlos, estás en tu derecho”. Cada quien debe asumir la responsabilidad de participar o no en la vida pública, de incidir en los cambios o dejar a otros la toma de decisiones.
Usos y costumbres
Con el destape de José Antonio Meade, el PRI reitera sus usos y costumbres: un candidato a la Presidencia de la República es designado desde Los Pinos y aceptado sin chistar aun por los más recalcitrantes priistas. Sobre esto, Woldenberg dice:
“El ritual es muy similar al del pasado, la enorme diferencia es que en el pasado el tapado estaba condenado a ser el presidente; la novedad ahora es que el tapado va a ser el candidato de un partido que podría no ganar. Es decir, en aquel entonces el día de la jornada electoral era anticlimático, ahora, independientemente de cómo los partidos elijan sus candidatos, el día de la jornada va a ser el día fundamental en el que la gente llegue a las urnas y decida quién será el próximo presidente. Ese no es un cambio menor”.
En la prensa mexicana siguen exis- tiendo comentaristas atados a intereses, inmersos en un clima de especulación, de adhesiones o rechazos interesados. “Ese juego en las opiniones y la manera como se ejerce la información, ¿no te parece viejo?”, pregunta el cofrade. “Es viejo y hasta ofensivo —dice Woldenberg—. Una sociedad masiva, compleja, modernizada, aunque sea de manera contrahecha, como la mexicana, ya no se merece ese tipo de tratamiento de asuntos importantes. Ojalá lo fundamental fueran los hechos, las declaraciones, más que la especulación. Las medias verdades, las construcciones artificiosas y a veces hasta fantasiosas no nos ayudan a comprender la vida pública, que es muy compleja”.
El resorte del facilismo
En la prensa mexicana —le dice el amanuense— se extraña más reflexión, más análisis. “Necesitamos asumir nuestros problemas —señala Woldenberg—, ver la profundidad de los mismos y discutir las políticas que eventualmente sean capaces de atenderlos, pero se ha activado el resorte del facilismo que cree o dice que todos nuestros problemas no son más que el producto de políticos tontos, corruptos e ineficientes, punto. No digo que no haya políticos tontos ni corruptos ni ineficientes, pero cuando uno se asoma a cualquier problema, se da cuenta de la dificultad para resolverlo. No es cierto que sea un asunto solamente de que los políticos —o no políticos— sean o no virtuosos, no hay varitas mágicas para resolverlos, y ojalá nuestros medios nos ayudaran a la comprensión de esto, no a la banalización. Pero no es un asunto solo mexicano, los medios dedicados a los dimes y diretes, a los chismes, a las fake news, son, por desgracia, en todas partes, el pan nuestro de cada día”.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.