El engrudo electoral
cializada y poco deferente que tiene que decidir tanto sobre los grandes principios como sobre los más mínimos detalles del proceso electoral, pues los partidos han encontrado incentivos para controvertir cada acto de las otras autoridades electorales. Finalmente, todos los partidos buscan eludir las reglas que ellos mismos acordaron, o bien, darles un sentido que conviene a sus propósitos inmediatos, sin importar las consecuencias para el futuro.
El resultado final es un sistema de enorme complejidad en donde la regulación de cada detalle no otorga estabilidad, sino que obliga a reinterpretar permanentemente las reglas. En lugar de certeza, obtenemos incertidumbre. Así, ¿podemos esperar un juego limpio y certero cuando las reglas son enormemente complejas, inciertas y a veces contradictorias? ¿Nos asombramos ahora que cada etapa del proceso, que cada decisión del INE, que cada sentencia del tribunal, sea objeto de crítica descarnada y desconfianza? ¿Podemos exigir a las instituciones, en particular al INE y al Tribunal Electoral, que cumplan una función que por su complejidad a veces se antoja quimérica? ¿La responsabilidad es de quienes crearon reglas imposibles de cumplir o de quienes tienen que aplicarlas?
Al final de este proceso electoral —que ojalá llegue a buen puerto—, tendríamos que darnos seriamente a la tarea de preguntarnos qué queremos de nuestro sistema electoral, y volver a diseñarlo, de principio a fin.