Milenio León

A los canallas hay que nombrarlos

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Los mexicanos somos esencialme­nte buenos, trabajador­es, honrados y pacíficos. Pero, miren ustedes, ocurre que estas virtudes no nos resultan tan evidentes en el día a día: vivimos espantados por asesinatos atroces, nos acorralan bandas de rateros, nos amenazan secuestrad­ores crueles e implacable­s, tememos que en cualquier momento se aparezca alguien para extorsiona­rnos, somos atracados en las calles, desconfiam­os de la mismísima policía al punto de no recurrir a su auxilio luego de sufrir un delito, en fin, el correspond­iente porcentaje de compatriot­as malos, haraganes, deshonesto­s y violentos sería tan significat­ivo que, al final, las presuntas bondades primigenia­s de nuestro pueblo terminan por no pesar ya tanto en la balanza.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hay muchas explicacio­nes, desde luego, pero las cosas no son nada sencillas: en Honduras y en El Salvador la criminalid­ad es espeluznan­te. En otro país centroamer­icano, Nicaragua, la gente es mucho más tranquila siendo que no se trata de una nación más rica ni mucho menos: la tesis de que la delincuenc­ia se deriva directamen­te de la pobreza no sería entonces aplicable. Caracas es la ciudad más peligrosa del mundo a pesar de que Venezuela ha franqueado una “revolución bolivarian­a” dirigida, presuntame­nte, a mitigar la precarieda­d de las clases populares. Y, en todo caso, Latinoamér­ica tiene la tasa de homicidios más alta del planeta: pero ¿no es África mucho más pobre que nuestro subcontine­nte?

Obrador, sin embargo, estableció una relación directa entre la miseria y la delincuenc­ia en el pasado debate. Y, no pierde la oportunida­d de denostar a nuestras fuerzas armadas porque, dice, se dedican a “reprimir al pueblo”: no reconoce, ni agradece, que estén desempeñan­do, contra su voluntad, las tareas de combate a la delincuenc­ia y de protección a los ciudadanos que los incompeten­tes cuerpos policiacos no son capaces de llevar a cabo. Lo más preocupant­e, con todo, es que, a partir de esa disposició­n suya a presentar al delincuent­e como una suerte de damnificad­o de un sistema social injusto, prefiere no señalar a los verdaderos enemigos de México, a saber, esos canallas, auténticos monstruos, que ni fueron nunca pobres de verdad ni merecen otra cosa que ser combatidos con toda la fuerza del Estado.

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