La hostilidad de EU no solo viene de Trump
El arribo a la presidencia de Donald Trump ha hecho incrementar el riesgo que corre nuestro país en el tema comercial; el trato ha sido el peor en la historia reciente y parte del prejuicio, además de su agenda reeleccionista
México vive circunstancias particularmente complejas en la relación bilateral con nuestro principal socio económico y comercial, además de vecino, con el que compartimos, para bien y para mal, más que una amplia frontera. Cuando abrazamos el libre comercio como contexto de una nueva relación, se pensó que habría un mejor entendimiento, bajo la premisa de un futuro compartido en el que habría aportaciones de ambas partes. Pero la realidad es que la interdependencia se ha incrementado, más la de México con Estados Unidos que la de éste con México.
Sin embargo, pese a la fría realidad de los números, en la perspectiva del neonacionalismo estadunidense, ahora en el poder, hemos sido nosotros, según ellos, los que sacamos la mejor parte en una relación comercial que ellos dominan. El arribo a la presidencia de Donald Trump ha hecho incrementar el riesgo que corre nuestro país en el tema comercial. El trato ha sido el peor en la historia reciente y parte del prejuicio, además de la agenda reeleccionista de Trump. Sin embargo, la postura hostil a México no es solo producto de un presidente ni de una coyuntura electoral, sino del cambio registrado en la sociedad estadunidense, donde el discurso y la política antimexicanos es atractivo para amplios sectores de la población, lo que lo convierte en una herramienta altamente rentable desde el punto de vista electoral y eso plantea un problema más serio de lo que es en sí mismo Donald Trump.
México ha logrado mucho en las últimas décadas, especialmente en cuanto a la modernización de varios sectores de la economía y un apego a las premisas propias de la democracia liberal; sin embargo, también hay aspectos muy negativos que lo han debilitado y que también han generado una imagen negativa en el exterior. El aspecto más pernicioso y visible ha sido la violencia y la criminalidad. Al menos por dos décadas, el país ha dado vueltas en círculo y no ha encontrado manera de controlar un fenómeno que cada vez pone en entredicho los fundamentos de la civilidad política y del pacto social.
Lo mismo ocurre con la corrupción, asunto menos visible desde el exterior y al igual que la inseguridad, un funesto producto de la impunidad. De hecho, violencia y corrupción se explican por la incapacidad del Estado de llevar a la justicia a los responsables. En mi opinión, en los distintos gobiernos ha prevalecido un criterio de política de gasto que no ha contemplado en su justa proporción lo que se requiere para abatir la impunidad. Son necesarios muchos más recursos para crear instancias y procesos confiables de prevención, investigación, persecución, sanción y régimen penitenciario de lo que actualmente se ha hecho. El tamaño del gasto que se requiere es abrumador, es contrario a la idea de austeridad, por supuesto, pero es mucho mayor el costo que pagamos por la inseguridad, cuyo precursor es la impunidad.
El choque con la realidad a partir de la postura hostil y agresiva del presidente Trump de amenazar con imponer aranceles a causa del crecimiento exponencial de la inmigración ilegal, obliga al país a un alto en el camino. En primer término, no se puede tener permisividad en los temas migratorios; las razones humanitarias o de economía se pueden resolver con esquemas de control migratorio.
La soberanía de México se ha visto afectada por el descuido en la materia; bajo ninguna consideración México puede ser santuario de quienes emigran de sus países en búsqueda de mejor porvenir porque el flujo migratorio no es hacia México, sino hacia Estados Unidos. Un mensaje inicial equivocado del presidente y la realidad socioeconómica adversa en los países de origen del migrante provocó que cientos de miles de personas se dirigieran a México con el propósito de tránsito. Afortunadamente se están tomado medidas correctivas.
El escarceo con Trump en el tema migratorio y su amenaza de imponernos aranceles comerciales nos deja una lección que nadie puede soslayar: ante la incapacidad del país para resolver por sí mismo sus problemas, se corre el riesgo de que sean otros gobiernos de otras naciones los que impongan su criterio con la consecuente cesión de soberanía. Este riesgo no solo se presenta en el tema migratorio o comercial, también en el ámbito de justicia. No es difícil prever que instancias de regulación, agencias de investigación o denuncias presentadas en el país vecino conduzcan procesos judiciales en detrimento de la confianza que debe tener el sistema de justicia nacional.
Ante la adversa realidad y la crisis consecuente, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha hecho un ajuste estratégico a la organización del gobierno. Es lo correcto ante la magnitud del riesgo y esto ha llevado al secretario de Relaciones a una fórmula de delegación de autoridad presidencial al asignarle la coordinación de áreas estratégicas para enfrentar la emergencia. No puede ser de otra forma, lo que va de por medio en estos días no es la imagen o lo que dirá la historia de un presidente o de su gobierno, sino el interés y el futuro del país.
La violencia y la corrupción se dan por la incapacidad de llevar a la justicia a los responsables