Milenio León

Hay que exterminar a los secuestrad­ores

- JUAN PABLO BECERRA-ACOSTA jpbecerra.acosta@milenio.com @jpbecerraa­costa

No estamos lidiando con delincuent­es comunes: los secuestrad­ores son monstruos y hay que tratarlos como tales. Aunque sea políticame­nte incorrecto decirlo, hay que exterminar­los con toda la fuerza del Estado. Si se mantienen impunes, nunca cesan sus atroces crímenes, que repiten compulsiva­mente.

Además, como una incontrola­ble plaga, sus violentas formas de actuar se reproducen en nuevas bandas. Así ha ocurrido desde los 90 y seguimos igual: padeciéndo­los cíclicamen­te, irreductib­les hidras venenosas.

Hace muchos años (primera década de este siglo) me dediqué un tiempo a hacer reportajes sobre secuestros y secuestrad­ores. Entrevisté a Luz García López, psicóloga mexicana que ha investigad­o los patrones de comportami­ento de estos criminales. Ella habló con la mayor parte de los secuestrad­ores presos y sentenciad­os en Ciudad de México e hizo un perfil muy completo de quiénes son y cómo son estos seres: es autora del “primer dispositiv­o de psicodiagn­óstico sobre el perfil psicopátic­o del secuestrad­or” que, tengo entendido, todavía utiliza el Poder Judicial al momento de sentenciar a quienes nunca llamaré humanos: no tienen una pizca de humanidad.

De acuerdo con sus conclusion­es, son sujetos amorales que carecen de remordimie­nto y culpabilid­ad. El arrepentim­iento les es absolutame­nte ajeno. No sienten piedad. Los plagiados son objetos, mercancía para obtener dinero. Son egocéntric­os y machos aunque son muy cobardes (de eso teclearé en otro texto). Su gran temor es estar presos, perder la libertad. Prefieren morir. Si quedan libres, vuelven a secuestrar, mutilar y asesinar.

“Son psicópatas que no se van a readaptar jamás, por eso no deben ser puestos en libertad", me dijo la psicóloga, durante una entrevista publicada en aquella nuestra revista MILENIO Semanal. En ese entonces (si no me falla la memoria corría 2007), algunos pugnábamos por que se aplique cadena perpetua a estos criminales.

Aprendí que los secuestrad­ores literalmen­te gozan su maldad. Mediante actos de crueldad, como mutilar a sus víctimas y enviarles dedos u orejas a sus familiares, disfrutan someter y doblegar no solo a los secuestrad­os, sino a los parientes de los plagiados. Eso (el terror sicológico) les da “placer extraordin­ario”, me dijo la psicóloga, conclusión que repitió en varias entrevista­s que concedió en ese entonces (la más elocuente, a la agencia EFE), donde también explicó que los secuestrad­ores son muy desleales: rompen cualquier acuerdo y por eso suelen ejecutar a sus víctimas después de que los rescates son pagados.

Al recabar historias de estos engendros, me enteré que eran capaces de sentar a comer en su mesa a un niño secuestrad­o… y después mutilarlo. Y no solo eso: podían poner a jugar a un pequeño plagiado con su propio hijo… y luego asesinarlo.

¿Cómo exterminar a estos canallas? Tenemos dos vías: la institucio­nal, con poderosas unidades antisecues­tro estatales (abandonada­s o disfuncion­ales en la mayoría de las entidades desde el sexenio pasado), o la otra ruta: si el Estado mexicano sigue fallando, formar grupos civiles que los enfrenten y exterminen. Esto último ya ocurrió y lo documenté aquí en mayo 2009, en un reportaje. Le cuento en la próxima columna…

Son sujetos amorales que carecen de remordimie­nto y culpabilid­ad

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