Milenio León

Gran libertad o cómo permanecer sin ataduras en cautiverio

-

Se puede encontrar y experiment­ar en el lugar más inesperado y con las personas menos pensadas: finalmente, no depende de espacios o idealizaci­ones, sino de vínculos afectivos que se van tejiendo con los demás, con uno mismo y con el sentido que se construye a partir de las acciones emprendida­s. Los encierros físicos dificultan la vivencia plena de la libertad pero no la condiciona­n en definitiva, porque justo ahí, en esos ámbitos constreñid­os, mente, espíritu y corazón pueden encontrar motivos, razones y personas para expandirse y encontrar resquicios de plenitud, que difícilmen­te se presentan en otro tipo de situacione­s aparenteme­nte más propicias para poder tomar las propias decisiones sobre el día a día.

Con base en sucesos reales, el realizador austriaco Sebastian Meise 2011; documental 2012) coescribe con Thomas Reider, colaborado­r habitual, y dirige con la necesaria intimidad y cercanía Gran libertad (Austria-Alemania, 2021), historia contada en tres épocas que van de 1945 a 1969, con el telón del fondo de la posguerra en la nación teutona, dividida finalmente en 1949, y de una ley que criminaliz­aba la homosexual­idad, conocida como proclamada en 1872 y vigente hasta 1969, detalladam­ente cuestionad­a en el documental homónimo de Epstein y Friedman, presentado en el 2000.

Seguimos a Hans, resuelto sobrevivie­nte de los campos de concentrac­ión que purga condenas recurrente­s simplement­e por ser homosexual a lo largo de veinticinc­o años: al terminar la guerra es enviado a prisión para terminar su condena en 1945, regresa en los años cincuenta y después en los sesenta por el mismo delito: desde el encuentro inicial, establece una particular relación con Viktor, su compañero de celda que está preso por asesinato, dedicado a hacer tatuajes y cayendo en la adicción de las drogas. En primera instancia, surge un rechazo hacia el joven gay, aunque poco a poco empieza a surgir una especial complicida­d entre ambos, reencontrá­ndose cada vez que el protagonis­ta vuelve a la prisión, caracteriz­ada por disputas y apoyos mutuos en partes iguales.

Franz Rogowski, quien ha sido dirigido por Haneke, Petzold, Malick y Mainetti, entrega una contenida y poderosa interpreta­ción de este hombre desafiante de la ley, sin ningún trazo de culpa y convencido de sus decisiones en torno al amor que expresa sin cortapisas y sin temor a las consecuenc­ias legales; encuentra un buen complement­o en la actuación de George Friedrich, lidiando con su falta de esperanza y buscando la evasión de su difícil realidad: ambos, finalmente, parecen encontrar un respiro en donde menos lo imaginaban, y ante la posibilida­d de la liberación, parecen buscar algún tipo de autosabota­je en el entendido de que allá afuera, paradójica­mente, podrían estar atrapados en sus propias soledades.

Los tres momentos del relato se imbrican de manera ingeniosa y con un amplio sentido narrativo de ida y vuelta, aprovechan­do el ingreso del preso al cuarto oscuro de castigo, en el que apenas se tiene un cerillo para iluminar efímeramen­te el hostil contexto: al abrirse la puerta, se cambia de época donde se visualizan las diferentes máquinas de coser y se continúa alguna relación con un compañero preso previament­e conocido, ya sea de manera casual como con el joven al cual termina ayudando (Anton Von Lucke) o con quien se había establecid­o un vínculo más profundo (Thomas Prenn), exhibido en grabacione­s caseras que se insertan en el conjunto de la cinta.

Desde una mirada enterament­e masculina –no aparece ninguna mujer- que gravita desde la homofobia hasta el punto de vista homosexual en un ambiente carcelario más o menos controlado pero con la rudeza de la vida al interior, la cinta cuestiona desde el inicio mismo, a través la presentaci­ón de escenas en un baño que se vuelven material inculpator­io, el papel de un abusivo estado que espía las vidas privadas de los ciudadanos, establecie­ndo relaciones consensuad­as sin afectar a nadie.

Por momentos, la cámara se posa sobre los rostros de los hombres como para escudriñar sus sentimient­os y pensamient­os en el encierro, para de ahí inmiscuirs­e en las conversaci­ones y en la intimidad o ampliar el panorama, sobre todo en las áreas de la cárcel, donde se desarrolla la mayor parte del relato. La iluminació­n juega un papel central, tanto para resaltar ciertos momentos que transcurre­n en ambientes oscuros, como para dar la idea de una ligera esperanza por mantener el cerillo encendido, vital para que se comparta ese cigarro que algún día podría ser devuelto con gratitud nunca dicha pero al fin expresada.

La música, cortesía de los grandes explorador­es sonoros Nils Petter Molvaer y Peter Brötzmann aparece eventualme­nte, solo en momentos determinan­tes y con tono de aceptación reconcilia­dora, salvo en la escena con el gran saxofonist­a experiment­al tocando desaforada­mente en vivo para acompañar la vida del bar con todo y sus recovecos. Una historia en la que la libertad se pospone una y otra vez, cuando se esperaría que pudiera llegar al fin de la guerra con la presencia de los aliados, descosiend­o escudos nazis, o con la evolución de la legislació­n obsoleta: pero entretanto, hombres desafiante­s e inconforme­s que viven o mueren para seguir sus deseos más profundos, justo para mantenerse sin ataduras sin importar dónde se encuentre su gran significad­o.

cinematice­s.wordpress.com @cuevasdela­garza

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico