MELANCOLÍA DE LA RESISTENCIA
Hubo un tiempo en el que la magia explicaba, de forma clara y amable, el funcionamiento integral del universo. Esto sucedía entre el siglo XII y el XVI, la explicación mágica era más pedagógica que la nebulosa de números y símbolos que utilizan los científicos de hoy para desentrañar los mismos fenómenos.
En aquella época se descifraba el cosmos a partir de “las influencias astrales, las cualidades ocultas de los animales y de las plantas y las simpatías y antipatías que existen entre los seres de la naturaleza”, nos dice el entrañable filósofo francés Pierre Hadot, en su libro Le voile d’Isis (2008).
Las simpatías y las antipatías, más las cualidades ocultas, son la clave pues, de acuerdo con esta perspectiva, todo el universo se mueve gracias a la magia natural, que funciona a partir de la atracción de los opuestos. “Todas las partes (del universo) están sujetas a afectos y pasiones”, dice Plotino y así equipará el funcionamiento de la naturaleza con el movimiento que generan dos amantes, y esto es tanto como decir que la fuerza que mueve al universo es el amor, las infinitas interacciones entre cuerpos que se atraen.
“Todo lo que está en relación con otro, está fascinado por aquel otro”, escribe Aquiles Tacio, mientras Marsilio Ficino propone: “ninguno puede dudar de que el amor es un mago, ya que toda la fuerza de la magia se basa en el amor y la obra del amor se cumple por fascinaciones, encantamientos y sortilegios”.
Esta explicación resulta más potable, y más poética, que una fórmula física. Si es que lo poético sigue teniendo, en este milenio de áspera prosa, algún encanto.
Lo que atrae del otro es su virtud oculta, nos dice Agripa de Nettesheim en su tratado De occulta philosophia (1533), una virtud, una fuerza que sumada a las simpatías y las antipatías, a las fascinaciones, los encantamientos y los sortilegios, constituye el motor del cosmos. Lo que atrae es el secreto, es el misterio sin el cual ni es posible enamorarse, ni se pone en movimiento el universo.