Milenio León

Peaky Blinders: afiladas boinas gitanas

- FERNANDO CUEVAS cinematice­s.wordpress.com @cuevasdela­garza

Las sagas de familias mafiosas alcanzaron su cresta con la trilogía de El padrino (Coppola, 1972, 1974, 1990), convertida desde entonces no solo en modelo temático, sino también narrativo, actoral y visual. En esta lógica de adquisició­n de poder, empezando como pandilla menor hasta volverse los mandamases de una región y trascender fronteras, se inscribe Peaky Blinders (20132022), serie de 36 capítulos divididos en seis temporadas que sigue el desarrollo del clan en cuestión, conformado por cuatro hermanos, una hermana y la tía, durante los años veinte del siglo pasado, primero manejando las apuestas locales en su natal Birmingham, después ampliando sus puntos de control y diversific­ando sus giros criminales, hasta llegar a las altas esferas del apolítica y la economía.

Creada con pleno conocimien­to de causa por Steven Knight (series The Detectives, 1993-1997;

Who Wants to be a Millionair­e, 1998-2010; Taboo, 2017), la serie arranca con el negocio de las apuestas de caballos, después llevadas al fútbol, y la aparición de un cargamento de armas, para continuar con algunas alianzas riesgosas como con un mafioso establecid­o en Londres, la separación familiar y su posterior reunificac­ión ante los enormes riesgos externos provenient­es de grupos italianos, rusosycote­rráneos;deahí,losvínculo­sycargosen­lapolítica­británica y la necesidad de reinventar­se para sobrevivir. Entretanto, conflictos entre hermanos y aledaños, bodas, nacimiento­s, muertes, romances, maldicione­s e incendios de todo tipo: la vida, pues.

El guion re toma elementos históricos y los combina con la ficción de los Peaky Blinders, que en realidad existieron pero a finales del siglo XIX y con un menor alcance que lo presentado por la serie de la BBC y exhibida por Netflix, además de representa­r no tanto a una familia, sino una forma de ser pandillero con todo y un componente de marginalid­ad. Se observa de cruce de ideologías, desde el despertar de los sindicatos hasta la inserción del fascismo, mostrando el conflicto irlandés, apenas reflejado. Por ahí gravitan los afamados Churchil y Chaplin, así como los rivales mafiosos Kimber y Sabini, como para darle un contexto más claro al desarrollo ficticio de esta familia. El cada vez más consolidad­o Cillian Murphy encarna al protagonis­ta con la contención yexp lo si vi d ad necesarias, siempre al borde del colapso, lleno de paranoia, definido por sus creencias provenient­es de sus orígenes gitanos y afectado por sus experienci­as en la guerra pero con un gran sentido de la oportunida­d, mientras que Paul Anderson se mete en la piel del errático y fascinante hermano mayor, tan salvaje como tierno pero con toda el alma puesta en el apellido/apoyo que representa; en tanto Sophie Rundle interpreta a la hermana, primero en contraposi­ción con su hermano por cuestiones amorosas, y después acompañand­o a la distancia o un poco más cerca, según se requiera, los proyectos de la familia.

Como antagonist­as o cómplices según el momento, figuran elusivas actuacione­s de Tom Hardy, notable como el jefe de los malos os judíos; Sam Neill, como el inspector llegado de Belfast; Sam papel del siniestro político que en realidad existió con inclinacio­nes nazistas; Adrien Brody, en plan de sobreactua­do mafioso italiano en busca de venganza y lo que aparezca, y Paddy Considine, cual cura cercano a las puertas del infierno y de los delincuent­es rusos. Ahí están Natasha O’Keeffe, quien del burdel pasa aserl apareja delyAnnab elle Wallis como el amor des uvida,p rimero infiltrada y después madre de su primer hijo. Quizá innecesari­o resulte que prácticame­nte todas las mujeres con las que tiene contacto el protagonis­ta caen rendidas a sus encantos.

Eso sí, para el cierre se echó de menos la presencia de la tía Polly (por el fallecimie­nto de la gran Helen Mc-Crory, la brújula de la familia) y tanto la aparición del IRA como la conspiraci­ón con el fascista estadounid­ense se quedó a media cocción, sin ahondar en la batalla de Cable Street que terminó con las aspiracion­es fascistoid­es de algunos políticos ingleses; tampoco termina por cuajar el personaje de Anya Taylor-Joy, como esposa del sobrino (Michael Gray), que no logró insertarse con plenitud a la esencia del relato a pesar de contar con bastante atención durante la temporada final. Diversos personajes secundario­s cumplen una coherente función narrativa y van más allá, de manera inesperada en algunos casos, para generar interés acerca de sus destinos: desde los fieles acompañant­es del líder hasta los eventuales que se cruzan en el camino de la familia, ya sea como adversario­s o facilitado­res. La selección musical es un deleite dada la excelsa selección de artistas con Nick Cave como el sonido recurrente para darle una especie de soundtrack a estos delincuent­es de amenazante andar y herencia gitana, cobijados y resucitado­s por grandes nombres como Bowie, Cohen, Cash, Black Sabbath y Joy Division, entre otros. PJ Harvey y Anna Calvi suenan con frecuencia, al igual que Arctic Monkeys, Thom Yorke y Jack White en sus diversos proyectos, por mencionar algunos; Patti Smith, Sinnead O’Connor y Laura Marling le ponen la cuota de intensidad femenina e igual se conjugan los acordes jazzeros y la música clásica, según el estado anímico y vivencial que se trate en torno a los logros y tragedias de la familia. Las ambientaci­ones y los vestuarios con todo y ese sello de la boina con las cuchillas cosidas y el distinguid­o chaleco, contribuye­n a que nos adentremos en aquellos tiempos de consolidac­ión de las ciudades pero con gran presencia de los paisajes rurales, nítidament­e captados por una fotografía que no teme buscar el encuadre épico y al mismo tiempo sumergirse en el submundo de la criminalid­ad, integrados por un cada vez más pulido trabajo de edición conforme avanzan las temporadas, también haciéndose evidente la mayor atención en la dirección de arte, cual propuesta que integra los distintos momentos por los que atraviesa la familia en relación con los cambios en el entorno durante los convulsos años de entreguerr­as del siglo XX. Incendiar para reconstrui­r, volver a los orígenes para tomar mágico impulso, jugar con la muerte de manera interminab­le: así los Shelby. _

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