Norma Jeane Baker de Troya
En Las bodas de Cadmo y Harmonía,
Roberto Calasso retoma la versión de la Helena de Eurípides, según la cual luego de ser raptada Helena es llevada a Egipto, y en su lugar se envía una sombra a Troya, con lo cual la guerra más famosa de la historia en realidad se libra por un simulacro. En su maravilloso Norma Jeane
Baker de Troya (Vaso Roto Ediciones), Anne Carson lleva esta misma idea un paso más allá:
“Supongo que has oído hablar de la Guerra de Troy a y de cómo la causa fue Norma Jeane Baker, ramera de Troya.
Bien, bienvenidos a Relaciones Públicas Todo aquello fue una farsa.
Un farol, una treta, un timo, un truco, una gema de estratagema.
Lo cierto es, una nube partió hacia Troya.
Una nube en forma de Norma Jeane Baker”.
Son los dioses quienes lo deciden, mandando a la real Norma Jean, también conocida como Marilyn Monroe, a un hotel a Los Ángeles, para memorizar sus parlamentos de una película dirigida por Fritz Lang. Y Arthur [Miller], su marido, rey de Esparta y Nueva York, conduce a su ejército a Troya para reconquistarla: “Arthur es un hombre que cree fervientemente en la guerra”.
Es decir que en la versión de Carson es una nube con la forma de Marilyn por la que se libra la guerra.
Aun así, su Norma Jean dialoga consigo misma desde Los Ángeles, sintiéndose culpable por las vidas que “se fueron al Hades por mi causa”, e incapaz de llamar a su hija Hermione para no poner al descubierto “la estafa de la nube”, pues: “MGM ha invertido mucho en esta guerra de Troya/además de las ofertas para la película quedan otros spin offs, casinos, reality shows”.
En su genial reinterpretación, Carson actualiza la potencia de los mitos precisamente al desmitificarlos y traerlos a la realidad mundana. Así, la tragedia de la mujer más hermosa de la antigüedad helénica bien puede ser la de la mujer más hermosa del Hollywood contemporáneo, y desde el comienzo Carson asienta ante todo su carácter de objeto para el rey Arthur en su cruzada por recuperarla: “Después de todo soy su posesión más preciada –los griegos valoran menos a la mujer que al oro puro, aunque ligeramente por encima de los bueyes, las ovejas o las cabras–”.
Quizá por lo mismo también aparece el atemporal predicamento de tener que fingir, que resuelve con su psicoanalista, el Dr. Cheeseman: “Un día estábamos hablando sobre las nalgas blancas y con hoyuelos de Arthur y cómo no sentía ninguna atracción sexual hacia éstas ni hacia él, algo que me resultaba incómodo, pues estábamos recién casados, y Arthur, rey de Esparta y Nueva York, esperaba engendrar un pequeño príncipe Arthur”. Así que el remedio es el mismo de siempre: “Piensa en Yves Montand cuando folles con Arthur”.
En una época en donde el principal papel de las mitologías es o bien apuntalar la narrativa del sistema, con lo cual se machacan sin cesar las historias de los potentados que gracias a su innovación y trabajo arduo crecieron para convertirse en el magnate excéntrico de moda, o han sido confinadas a la industria multimillonaria del Universo Marvel, Norma Jean Baker de Troya es un refrescante y hermoso recordatorio del poder atemporal y arquetípico de las historias mitológicas, que incluso bajo nuevos ropajes siguen conmoviéndonos y hablando directamente de nuestras vidas, vividas como seres humanos: “¡Siempre buscando el modo de romperse el corazón unos a otros!”.
O como dice precisamente el epígrafe de Salustio elegido por Calasso para Las bodas de Cadmo y Harmonía: “Estas cosas no ocurrieron jamás, pero son siempre”.