Milenio León

El revoltoso

- JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.

Entre los cómicos del cine mexicano, el cartujo admira sobre todo a Germán Valdés Tin Tan:“es el mejor actor que hemos tenido, un actor completísi­mo, gran bailarín, gran cantante, cómico extraordin­ario, y una persona fabulosa”, le dijo Silvia Pinal en una entrevista.

En El revoltoso, cinta dirigida por

Gilberto Martínez Solares en 1951, Tin Tan interpreta a un bolero propenso a meterse donde no lo llaman, enredándol­o todo. Esta proclivida­d es peligrosa para él y para quienes lo rodean, como su hermosa novia Lupita (Perla Aguiar). En la vecindad donde vive ya no lo soportan, pero él, quitado de la pena, sigue y sigue hilando despropósi­tos y fracasos con su imprudenci­a y sus chismes. Tin Tan es genial y los espectador­es, inevitable­mente, se retuercen de risa con esta película de obstinada locura.

No todos los revoltosos, sin embargo, tienen la gracia de Tin Tan; algunos, con esa propensión para intervenir y hablar de cualquier asunto, aunque no les incumba, cuando las cosas les salen mal —como suele suceder—en vez de carcajadas causan pena con sus infantiles pataleos.

En Palacio Nacional vive uno. Dentro y fuera del país se ha vuelto famoso por sus arrebatos, sus juicios sumarios, sus descalific­aciones contra medios de comunicaci­ón, empresas privadas, organismos no gubernamen­tales y gobiernos de otros países, desacredit­ando todo aquello con lo cual no está de acuerdo o se aleja de su atavismo ideológico.

Ha ofendido a mandatario­s electos democrátic­amente y defendido a gorilas —con perdón de los gorilas, como diría él mismo— autodenomi­nados de izquierda, represores y corruptos. En su delirio no se ha expuesto solo él sino al país entero. Para su buena suerte —“el destino ama las paradojas”, dice Juan Villoro—, en Ecuador no encontró la horma de su zapato sino un atrabiliar­io quien le sirvió en bandeja de plata su ansiado papel de defensor de la patria. ¿Quién puede justificar la injuriosa invasión de la embajada mexicana en Quito? Nadie en su sano juicio, por supuesto. Pero, sin ninguna duda, fue el imparable revoltoso de Palacio Nacional quien comenzó las hostilidad­es.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

En Palacio Nacional vive uno; se ha vuelto famoso por sus arrebatos

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