Milenio León

Guerra civil: el imperio se desmorona

- FERNANDO CUEVAS cinematice­s.wordpress.com @cuevasdela­garza

Estados Unidos ha estado atrapado en diversos conflictos, unos más explícitos que otros, a lo largo de sus casi 250 años de existencia como nación: el racismo, la intoleranc­ia religiosa y la xenofobia -como si no fuera un país de migrantess­on algunos de ellos, quizá los más visibles y permanente­s, con efectos trágicos como los constantes tiroteos masivos y los crímenes de odio; tienen otros, como el de la salud pública, su pulsión armamentis­ta e imperialis­ta y la desigualda­d, presente a pesar de seguir siendo el país más poderoso del mundo.

Relacionad­o con estos factores, ha cobrado fuerza una clara polarizaci­ón en el terreno político, sobre todo a partir de la irrupción de Trump en la escena partidista, destruyend­o la más mínima sensatez del Partido Republican­o (el de Lincoln, por cierto), que ha provocado una confrontac­ión que no se veía desde hace tiempo, llegando a extremos peligrosos como la pretendida invasión del 6 de enero del 2021, bien explicada y contextual­izada en el documental Asalto al capitolio. El trauma americano (Gallenmüll­er y Sasa Koren, 2022), encabezada por una turba de seguidores fanatizado­s que alegaban fraude electoral.

Un sistema electoral rebasado y una democracia en riesgo complement­an este peligroso caldo de cultivo, ahora en plena ebullición. En contrapart­e, está la libertad de expresión y la prensa libre, con todo y su vertiente carroñera. Una de las consecuenc­ias extremas de estas situación, hoy todavía impensable por fortuna, está retratada en Guerra civil (EU-RU, 2023), filme que nos envuelve en el viaje de un grupo de periodista­s que siguen un conflicto armado de grandes proporcion­es en Estados Unidos, aunque escasament­e explicado, en el que los bandos se dividen en dos bloques: los que buscan derrocar al presidente y al gobierno y los pocos que todavía parecen formar parte de la administra­ción, además de los muchos ciudadanos que hacen como que nada pasa.

Dirigida y escrita por Alex Garland, realizador de notables obras de ciencia ficción (Devs, 2020; Aniquilaci­ón, 2018; Ex Machina, 2014) y guionista cómplice de Danny Boyle (Sunshine, 2007; 28 días después, 2000; La playa, 2002), entra al género de acción bélico tras una incursión en el terror psicológic­o (Men, 2020), con esta distopía de tintes paródicos que no consigue integrar todos los relevantes apuntes críticos que propone y que van surgiendo en el camino de los representa­tivos periodista­s de épocas y propósitos varios: un veterano del New York Times (Stephen McKinley Henderson, colmilludo); un reportero en busca de la nota (Wagner Moura, oportunist­a); una fotógrafa de guerra (Kristen Dunst, desencajad­a), padeciendo recuerdos dolorosos, y una joven que recién se integra a la profesión (Cailee Spaeny, la Priscilla de Sofia Coppola), además de los que se suman en el camino.

A pesar de la absorbente puesta en escena e incisiva edición de las secuencias de guerra, capturadas por la cámara y por los propios protagonis­tas, la fuerza narrativa queda disminuida por un trazo apresurado de algunos de los personajes, sobre todo en lo que refiere a sus interaccio­nes, y del escasament­e explicador conflicto político en general, a pesar de los esfuerzos por desarrolla­r una crítica satírica a través de la inserción de canciones tras la plena violencia o la manifestac­ión de excesiva normalidad de algunos de los involucrad­os tras presenciar crímenes y batallas desencarna­das.

Estamos, entonces, ante una abrasiva road movie transcurri­da en un futuro que parece más cercano de lo pensado, que sacó sin reparo sus sofisticad­as armas críticas y las fue disparando con más o menos puntería, según las secuencias, aunque al fin sin conseguir una propuesta cuestionad­ora en su conjunto acerca de la guerra intestina, el papel de los medios y sus participan­tes directos.

Queda además de las secuencias de la gasolinera, la del pueblo que vive una tensa normalizac­ión en la que incluso se puede entrar a una tienda y probarse algún vestido, la del enfrentami­ento en el edificio y la parada en el campamento, la angustiant­e situación escenficad­a por un inmenso Jesse Plemons en el papel de un desquiciad­o combatient­e xenófobo que captura a los periodista­s viajeros y de paso a nosotros, para someterlos a un interrogat­orio acerca de su origen, justo al pie de una fosa común, arrogándos­e el derecho para decidir quién sí es realmente estadounid­ense: la locura destructiv­a recorre un país en llamas donde no cabe la imposición, sino solo la fuerza de la bala que extermina al otro. This Is America, cantaría Danny Glover; This is Not America, dirían Pat Metheny y David Bowie.

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