Guerra civil: el imperio se desmorona
Estados Unidos ha estado atrapado en diversos conflictos, unos más explícitos que otros, a lo largo de sus casi 250 años de existencia como nación: el racismo, la intolerancia religiosa y la xenofobia -como si no fuera un país de migrantesson algunos de ellos, quizá los más visibles y permanentes, con efectos trágicos como los constantes tiroteos masivos y los crímenes de odio; tienen otros, como el de la salud pública, su pulsión armamentista e imperialista y la desigualdad, presente a pesar de seguir siendo el país más poderoso del mundo.
Relacionado con estos factores, ha cobrado fuerza una clara polarización en el terreno político, sobre todo a partir de la irrupción de Trump en la escena partidista, destruyendo la más mínima sensatez del Partido Republicano (el de Lincoln, por cierto), que ha provocado una confrontación que no se veía desde hace tiempo, llegando a extremos peligrosos como la pretendida invasión del 6 de enero del 2021, bien explicada y contextualizada en el documental Asalto al capitolio. El trauma americano (Gallenmüller y Sasa Koren, 2022), encabezada por una turba de seguidores fanatizados que alegaban fraude electoral.
Un sistema electoral rebasado y una democracia en riesgo complementan este peligroso caldo de cultivo, ahora en plena ebullición. En contraparte, está la libertad de expresión y la prensa libre, con todo y su vertiente carroñera. Una de las consecuencias extremas de estas situación, hoy todavía impensable por fortuna, está retratada en Guerra civil (EU-RU, 2023), filme que nos envuelve en el viaje de un grupo de periodistas que siguen un conflicto armado de grandes proporciones en Estados Unidos, aunque escasamente explicado, en el que los bandos se dividen en dos bloques: los que buscan derrocar al presidente y al gobierno y los pocos que todavía parecen formar parte de la administración, además de los muchos ciudadanos que hacen como que nada pasa.
Dirigida y escrita por Alex Garland, realizador de notables obras de ciencia ficción (Devs, 2020; Aniquilación, 2018; Ex Machina, 2014) y guionista cómplice de Danny Boyle (Sunshine, 2007; 28 días después, 2000; La playa, 2002), entra al género de acción bélico tras una incursión en el terror psicológico (Men, 2020), con esta distopía de tintes paródicos que no consigue integrar todos los relevantes apuntes críticos que propone y que van surgiendo en el camino de los representativos periodistas de épocas y propósitos varios: un veterano del New York Times (Stephen McKinley Henderson, colmilludo); un reportero en busca de la nota (Wagner Moura, oportunista); una fotógrafa de guerra (Kristen Dunst, desencajada), padeciendo recuerdos dolorosos, y una joven que recién se integra a la profesión (Cailee Spaeny, la Priscilla de Sofia Coppola), además de los que se suman en el camino.
A pesar de la absorbente puesta en escena e incisiva edición de las secuencias de guerra, capturadas por la cámara y por los propios protagonistas, la fuerza narrativa queda disminuida por un trazo apresurado de algunos de los personajes, sobre todo en lo que refiere a sus interacciones, y del escasamente explicador conflicto político en general, a pesar de los esfuerzos por desarrollar una crítica satírica a través de la inserción de canciones tras la plena violencia o la manifestación de excesiva normalidad de algunos de los involucrados tras presenciar crímenes y batallas desencarnadas.
Estamos, entonces, ante una abrasiva road movie transcurrida en un futuro que parece más cercano de lo pensado, que sacó sin reparo sus sofisticadas armas críticas y las fue disparando con más o menos puntería, según las secuencias, aunque al fin sin conseguir una propuesta cuestionadora en su conjunto acerca de la guerra intestina, el papel de los medios y sus participantes directos.
Queda además de las secuencias de la gasolinera, la del pueblo que vive una tensa normalización en la que incluso se puede entrar a una tienda y probarse algún vestido, la del enfrentamiento en el edificio y la parada en el campamento, la angustiante situación escenficada por un inmenso Jesse Plemons en el papel de un desquiciado combatiente xenófobo que captura a los periodistas viajeros y de paso a nosotros, para someterlos a un interrogatorio acerca de su origen, justo al pie de una fosa común, arrogándose el derecho para decidir quién sí es realmente estadounidense: la locura destructiva recorre un país en llamas donde no cabe la imposición, sino solo la fuerza de la bala que extermina al otro. This Is America, cantaría Danny Glover; This is Not America, dirían Pat Metheny y David Bowie.