Desafiantes: iba a ser… pero me lastimé la rodilla
El tenis cual metáfora de las relaciones interpersonales: rivalidad, dominio y sumisión, lucha de poder, al fin; recuperación y azar, con muertes súbitas, rompimientos de servicio, juegos desde el fondo o acechando la red, lances profundos o dejadas, recuperaciones imposibles y puntos interminables como una conversación que va subiendo de intensidad pero que no encuentra resolución, exacerbada por los gritos de furia o júbilo. En Match Point (2005), Woody Allen iniciaba su relato con una pelota suspendida en el aire tras rebotar en el cintillo de la red y según el lado de la cancha para donde se decantara, determinaría el curso de los acontecimientos.
EnDesafiantes(Challengers,EU-Italia, 2024), donde la pelota está a punto de ser rematada por alguno de los contendientes, el director siciliano Luca Guadagninovuelveaintroducirseenelasunto de las siempre conflictivas relaciones románticas, como ya lo hiciera con filo y sensibilidad en las estilizadas Llámame por mi nombre (2017), A Bigger Splash (2015)yYosoyelamor(2009),recorriendo en distintos contextos la irrupción del vínculo afectivo, usualmente en circunstancias conflictivas, y su impredecible desarrollo que conduce a resoluciones igualmente impensadas. Ahora tenemos un triángulo amoroso atravesado por el tenis cual alegoría de la complicidad, envidia, competencia y dependencia que se puede generar entre amigos, jugadores rivales, parejas de dobles o con los entrenadores y promotores.
Después de Melissa P (2005) y la serie We Are Who We Are (2020), el director del remake de Suspiria (2018) regresa a revisitar la adolescencia, aunque ahora expandiendo a la adultez joven, a través del vínculo que establecen dos amigos (Mike Faist y Josh O’Connor, en interacciones intensas) y Tashi, una joven en ascenso (Zendaya, titiritera), que se conocen en uno de los múltiples torneos de tenis que se organizan en Estados Unidos. Ambos de inmediato no pueden dejar de cerrar la boca cuando la ven, despertando pasiones transversales a lo largo de trece años, con sus distanciamientos y rupturas, en los que estarán conectados ya sea por establecer relaciones personales o por el vínculo tenístico, a través del cual vuelven a encontrar los tres, tal como empezaron.
La estructura del relato parte de un presente en el que vemos a los dos protagonistas, ya rondando los treintas, en plena disputa por el título de un torneo profesional pero menor, mientras Tashi observa el partido desde la tribuna con cara de angustia, molestia y cierta desilusión, mientras los demás mueven rítmicamente la cabeza, recordando al maestro Hitchcock en Extraños en un tren (1951). A partir de ahí se reconstruyen diferentes momentos de ida y vuelta en el tiempo, con sólido trabajo de edición, de cómo se fue desarrollando este triángulo relacional,desdequeeranamigoslosdos jóvenes, jugando como pareja, y cuando conocen a la que se autodenomina rompe-relaciones, hasta un día antes del enfrentamiento observado
El invasivo e irresistible score descaradamente retrotecno de Trent Reznor & Atticus Ross, quienes ya habían colaborado con el director en Hasta los huesos (2022), a veces contribuyendo a la dinámica visual y otras metido con calzador, se inserta en momentos que se supondrían definitorios, compartiendo el campo sonoro con las vibraciones generadas en un partido de tenis que siempre resaltan ante el silencio del respetable, e incluso cediendo de pronto la palestra a Britten y Caetano Veloso, en alguna escena de transición o de romance, según el caso.
Para brindar el tono deseado a la narrativa, se incluyen diversas estrategias visualesquefuncionancomopartedelos enfrentamientos como la cámara subjetiva, incluyendo al jugador y a la pelota en clave vertiginosa; los primeros planos y los planos-detalle que focalizan el sentimiento del personaje encuadrado; los desplazamientos de cámara emulando una contienda y los efectos que buscan la circularidad del relato, terminando donde empezamos con todo y la pelota al centro de la raqueta; en ocasiones parecieran incluirse recursos más como ocurrencia que como apoyo a la intención de la escena, como esas ralentizaciones inexplicablemente reiterativas.
Finalmente, los trayectos suelen ser inciertos y presas de circunstancias particulares: seguir en el circuito profesional y ganar cierto reconocimiento pero terminar en el hartazgo, solo impulsado por su esposa: ligeramente similar, con sus matices, a lo que le sucedía al protagonista de Wimbledon: amor en juego (Loncraine, 2004). Seguir jugando como mododesobrevivencia,mientrassebuscan citas para tener dónde pasar la noche y no acabar en un estacionamiento dentro de la camioneta, o recomponer la idea de ser una gran tenista y convertirse en entrenadora y promotora para continuar jugando, por lo menos a través de alguien más: rehuir del pasado pero sin una clara mirada hacia el futuro, siempre tendiendo a definirse en punto para juego, set y partido, a menos que todos los sueños de grandeza se trunquen por aquello de “me lastimé la rodilla”, no como justificación, sino literal.