Milenio León

Desafiante­s: iba a ser… pero me lastimé la rodilla

- FERNANDO CUEVAS cinematice­s.wordpress.com @cuevasdela­garza

El tenis cual metáfora de las relaciones interperso­nales: rivalidad, dominio y sumisión, lucha de poder, al fin; recuperaci­ón y azar, con muertes súbitas, rompimient­os de servicio, juegos desde el fondo o acechando la red, lances profundos o dejadas, recuperaci­ones imposibles y puntos interminab­les como una conversaci­ón que va subiendo de intensidad pero que no encuentra resolución, exacerbada por los gritos de furia o júbilo. En Match Point (2005), Woody Allen iniciaba su relato con una pelota suspendida en el aire tras rebotar en el cintillo de la red y según el lado de la cancha para donde se decantara, determinar­ía el curso de los acontecimi­entos.

EnDesafian­tes(Challenger­s,EU-Italia, 2024), donde la pelota está a punto de ser rematada por alguno de los contendien­tes, el director siciliano Luca Guadagnino­vuelveaint­roducirsee­nelasunto de las siempre conflictiv­as relaciones románticas, como ya lo hiciera con filo y sensibilid­ad en las estilizada­s Llámame por mi nombre (2017), A Bigger Splash (2015)yYosoyelam­or(2009),recorriend­o en distintos contextos la irrupción del vínculo afectivo, usualmente en circunstan­cias conflictiv­as, y su impredecib­le desarrollo que conduce a resolucion­es igualmente impensadas. Ahora tenemos un triángulo amoroso atravesado por el tenis cual alegoría de la complicida­d, envidia, competenci­a y dependenci­a que se puede generar entre amigos, jugadores rivales, parejas de dobles o con los entrenador­es y promotores.

Después de Melissa P (2005) y la serie We Are Who We Are (2020), el director del remake de Suspiria (2018) regresa a revisitar la adolescenc­ia, aunque ahora expandiend­o a la adultez joven, a través del vínculo que establecen dos amigos (Mike Faist y Josh O’Connor, en interaccio­nes intensas) y Tashi, una joven en ascenso (Zendaya, titiritera), que se conocen en uno de los múltiples torneos de tenis que se organizan en Estados Unidos. Ambos de inmediato no pueden dejar de cerrar la boca cuando la ven, despertand­o pasiones transversa­les a lo largo de trece años, con sus distanciam­ientos y rupturas, en los que estarán conectados ya sea por establecer relaciones personales o por el vínculo tenístico, a través del cual vuelven a encontrar los tres, tal como empezaron.

La estructura del relato parte de un presente en el que vemos a los dos protagonis­tas, ya rondando los treintas, en plena disputa por el título de un torneo profesiona­l pero menor, mientras Tashi observa el partido desde la tribuna con cara de angustia, molestia y cierta desilusión, mientras los demás mueven rítmicamen­te la cabeza, recordando al maestro Hitchcock en Extraños en un tren (1951). A partir de ahí se reconstruy­en diferentes momentos de ida y vuelta en el tiempo, con sólido trabajo de edición, de cómo se fue desarrolla­ndo este triángulo relacional,desdequeer­anamigoslo­sdos jóvenes, jugando como pareja, y cuando conocen a la que se autodenomi­na rompe-relaciones, hasta un día antes del enfrentami­ento observado

El invasivo e irresistib­le score descaradam­ente retrotecno de Trent Reznor & Atticus Ross, quienes ya habían colaborado con el director en Hasta los huesos (2022), a veces contribuye­ndo a la dinámica visual y otras metido con calzador, se inserta en momentos que se supondrían definitori­os, compartien­do el campo sonoro con las vibracione­s generadas en un partido de tenis que siempre resaltan ante el silencio del respetable, e incluso cediendo de pronto la palestra a Britten y Caetano Veloso, en alguna escena de transición o de romance, según el caso.

Para brindar el tono deseado a la narrativa, se incluyen diversas estrategia­s visualesqu­efuncionan­comoparted­elos enfrentami­entos como la cámara subjetiva, incluyendo al jugador y a la pelota en clave vertiginos­a; los primeros planos y los planos-detalle que focalizan el sentimient­o del personaje encuadrado; los desplazami­entos de cámara emulando una contienda y los efectos que buscan la circularid­ad del relato, terminando donde empezamos con todo y la pelota al centro de la raqueta; en ocasiones parecieran incluirse recursos más como ocurrencia que como apoyo a la intención de la escena, como esas ralentizac­iones inexplicab­lemente reiterativ­as.

Finalmente, los trayectos suelen ser inciertos y presas de circunstan­cias particular­es: seguir en el circuito profesiona­l y ganar cierto reconocimi­ento pero terminar en el hartazgo, solo impulsado por su esposa: ligerament­e similar, con sus matices, a lo que le sucedía al protagonis­ta de Wimbledon: amor en juego (Loncraine, 2004). Seguir jugando como mododesobr­evivencia,mientrasse­buscan citas para tener dónde pasar la noche y no acabar en un estacionam­iento dentro de la camioneta, o recomponer la idea de ser una gran tenista y convertirs­e en entrenador­a y promotora para continuar jugando, por lo menos a través de alguien más: rehuir del pasado pero sin una clara mirada hacia el futuro, siempre tendiendo a definirse en punto para juego, set y partido, a menos que todos los sueños de grandeza se trunquen por aquello de “me lastimé la rodilla”, no como justificac­ión, sino literal.

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