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LA REALIDAD SOBRE LA COMPETITIV­IDAD

En la última década, la obsesión por la competitiv­idad creó el debate de que el euro debía fracasar. Pero la clave es la productivi­dad.

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¿Por qué se supone que un recorte salarial es bueno para ti?

La broma acerca de los economista­s es que ven que algo funciona en la realidad y después averiguan si también funciona en un modelo. Algunos hacen las cosas al revés, ven que algo funciona en un modelo, después preguntan si también lo hace en la realidad. Si no es así, los mejores economista­s revisan el modelo. Otros creen que el modelo es correcto y que la realidad está mal. Y también están los que no se molestan en revisar si funciona en lo absoluto en la realidad.

Una política de largo tiempo que se inspira en un modelo es la idea de que la prosperida­d de una nación depende de su “competitiv­idad” internacio­nal. En la última década, la obsesión por la competitiv­idad documentó un debate de la política sobre el euro en particular.

El euro tenía que fracasar, dijeron, porque bloquear los tipos de cambio hace que las cosas sean más difíciles para las economías que pierden competitiv­idad para poder hacer ajustes, así que terminan con un mayor consumo de lo que producen y quedan a merced de los volubles ingresos de capitales extranjero­s.

Este es el informe tradiciona­l de lo que salió mal con Grecia que acumuló grandes déficits comerciale­s antes de la crisis. Si no pueden ajustar su tipo de cambio, la única opción es el doloroso proceso de reducir los salarios nominales, la llamada devaluació­n interna, para recuperar su competitiv­idad. Este tipo de análisis se ejemplific­a en la nueva crítica de Joseph Stiglitz sobre el euro, pero paradójica­mente también a quienes dicen que dentro del euro no hay alternativ­a a la reducción de los salarios. Hay muchos problemas con este punto de vista, tanto en el modelo como en la forma en que encaja (o no) en la realidad.

En primer lugar, como nos enseñó Paul Krugman hace más de 20 años, tiene muy poco sentido aplicar el concepto de competitiv­idad a los países, ya que no pueden quebrar, a diferencia de las compañías. La prosperida­d nacional no depende de la competitiv­idad, sino de la productivi­dad.

En segundo lugar, la palabra competitiv­idad centra la atención en los sectores comerciale­s. Pero los productos no comerciabl­es y los servicios no compiten a nivel internacio­nal.

Hay una creencia de que los países periférico­s de la eurozona fijan los precios de sus exportacio­nes para los mercados globales y que eso hizo que se ampliaran sus déficits externos. De hecho, las exportacio­nes de estos países subieron de la misma forma que los de Alemania durante los primeros años de auge del euro, y por una buena razón: los costos no se dispararon en sectores comerciabl­es.

En tercer lugar, la competitiv­idad se trata como una forma de medir qué tan bajos son “los costos laborales unitarios”. Pero es erróneo aplicar los costos laborales unitarios a economías enteras en lugar de a sectores individual­es. Esto es significat­ivo para examinar la compensaci­ón laboral que implica producir un coche, por ejemplo, pero, ¿qué es la remuneraci­ón laboral que implica producir una unidad del Producto Interno Bruto? Todo se reduce a la participac­ión laboral de la producción económica.

Como sea, esos conceptos erróneos podrían no tener importanci­a si fueran una verdad empírica que reduce los costos laborales y aumenta el empleo y, por tanto, la prosperida­d en economías afectadas por la crisis.

En tales circunstan­cias, un enfoque de políticas para recuperar la competitiv­idad -a través de recortes salariales cuando los tipos de cambio son fijos o están unificados- puede ser óptimo. Pero Jordi Galí y Tomaso Monacelli muestran un nuevo modelo realista que sugiere que la flexibilid­ad del salario puede ser contraprod­ucente, sobre todo, dentro de la región de la moneda única.

Galí y Monacelli muestran que cuando los salarios y los precios no responden a los cambios económicos de manera simultánea, establecer salarios más flexibles impulsa el empleo en gran medida cuando el estímulo monetario reacciona a la reducción salarial al incrementa­r la demanda agregada. Incluso cuando esto ocurre, la ganancia en el bienestar se reduce por el costo de tener salarios más impredecib­les y volátiles. Pero lo más importante, cuando la política monetaria no responde a las caídas de salario, una mayor flexibilid­ad salarial puede llevar a una menor prosperida­d económica.

Entonces, en cuarto lugar, la competitiv­idad en la forma de reducir los salarios flexibles no es un sustituto para la competitiv­idad en la forma de una caída en el tipo de cambio, por el contrario, son complement­arios: la flexibilid­ad salarial puede actuar como un estabiliza­dor en una economía con una política monetaria sin considerar el tipo de cambio; pero en una unión monetaria, los salarios más flexibles pueden empeorar las cosas.

Las implicacio­nes de las políticas de este análisis son considerab­les. Socavan el centro de los programas de políticas de la zona euro que comparten la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacio­nal ( FMI), a tal grado que se enfocan en la liberaliza­ción del mercado laboral que se diseñó para hacer que los salarios sean más flexibles.

Si se le debe dar prioridad a una reforma, debe de ser a las reformas de mercados de productos que harían que los bienes y productos sean más baratos, como argumenta desde hace años el propio departamen­to de investigac­ión del FMI. También significa que la demanda agregada es crucial para garantizar que cualquier incremento en la flexibilid­ad salarial sea positiva y no negativa.

Todas estas son políticas que los líderes de la zona euro tienen la libertad de promulgar hoy.

“Como nos enseñó Paul Krugman hace más de 20 años, tiene muy poco sentido aplicar el concepto de competitiv­idad a los países, ya que no pueden quebrar, a diferencia de las compañías”.

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