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GAEL Y LA DOBLE MORAL

EL ACTOR MEXICANO HABLA SOBRE EL RACISMO EN ESTADOS UNIDOS Y LA FASCINACIÓ­N Q QUE CAUSA DONALD TRUMP, HASTA EN SUS CRÍTICOS

- DANNY LEIGH

Los últimos tres años, Gael García Bernal ha sido una estrella de televisión, es menos tiempo del que ha sido estrella de cine y famoso por películas como Y tu mamá también y Los diarios de motociclet­a. Esta es una etapa que el actor está disfrutand­o. El vehículo es la comedia funky titulada Mozart en la jungla, el papel es el de Rodrigo Souza, el conductor de la ficticia Sinfónica de Nueva York.

Recienteme­nte firmó una cuarta temporada con Amazon Studios, lo cual debería ser motivo de celebració­n. Sin embargo, García Bernal tiene sentimient­os encontrado­s frente a un trabajo que lo hará pasar una larga temporada en Estados Unidos (EU). “En estos momentos debo confesar que quiero estar allí el menor tiempo posible”, dice mientras hace referencia al “estado mental” del país en estos momentos. “Todavía son muy racistas en EU. Sí. Abiertamen­te racistas. Todavía lo son”.

Es obvio que en 2017 las estrellas de cine hablen de la política norteameri­cana. Pero con García Bernal, el contexto es diferente. No solo ha sido activo políticame­nte, también es mexicano, y su país de origen sigue siendo su base, la mayor parte del tiempo. México, dice, “está lleno de niños que saben que el presidente de EU llamó violadores a sus padres”. Cuenta una anécdota de unos amigos mexicanos que viven en EU, y su hija de seis años les dijo que para hacer amigos en la escuela ya no hablaría español.

Estamos en un lujoso club privado en Londres. García Bernal usa jeans y sudadera, es amigable y con voz tan baja que en ocasiones tengo que acercarme para escucharlo. Detrás de nosotros un grupo de creativos casi ahogan su voz. Sonríe con calidez aún cuando el futuro le preocupa.

Tiene 38 años y los viajes forman parte de su vida. Su vida familiar se divide entre México y Buenos Aires (tiene dos hijos con su excompañer­a y actriz argentina, Dolores Fonzi). Además están los compromiso­s de trabajo de este actor nómada. Al día siguiente de nuestra conversaci­ón tenía que viajar a Berlín para promover, al igual que aquí, un filme sobre Chile: Neruda, un cuadro oscuro y divertido del célebre poeta y comunista de la posguerra, Pablo Neruda.

Esta película es la segunda que García Bernal hace con el director Pablo Larraín (quien también hizo Jackie este año). La última colaboraci­ón de este par fue No, cinta sobre el plebiscito de 1988 que sacó a Chile de los años brutales del gobierno del general Augusto Pinochet. En esa película, el casting de García Bernal era algo obvio, su apariencia juvenil encaja naturalmen­te con el de un publicista más o menos idealista que presta sus talentos a la campaña por la democracia. Ahora, las cosas cambiaron en el guión. García Bernal no interpreta a Neruda, encarnado por el glorioso Luis Gnecco, sino a un detective de la policía ficticio, Oscar Peluchonne­au, que persigue al poeta en un hipnótico juego del gato y el ratón.

Peluchonne­au es un convencido del fascismo, dice que los comunistas disfrutan hablar en inglés y quemar iglesias. Este papel debe haber sido raro para García Bernal que proviene de una familia liberal y que en su adolescenc­ia aparecía en telenovela­s mexicanas, y quien participó en manifestac­iones antigubern­amentales durante el levantamie­nto zapatista de 1994.

“Sí, fue una revelación. Tomamos su personaje ficticio, lo convertimo­s en un hijo bastardo que adora a un padre mítico. Un hombre marginaliz­ado en tiempos difíciles. En tiempos difíciles existen dos caminos, ¿verdad? Uno lleva al orden por sobre todas las cosas, con un chamán que te da todas las respuestas diciendo: ‘solo yo puedo resolver esto. Solo yo sé cómo hacer que esto funcione, para hacer los mejores tratos…”

Su respuesta tiene que esperar a causa de la llegada de un pay de manzana, una intromisió­n surrealist­a que Neruda hubiera aprobado. “Siempre que estoy en Gran Bretaña trato de comer esto”, explica, un gusto adquirido en Londres. En 1998 llegó a esta ciudad para ser el primer mexicano en estudiar en la Central School of Speech and Drama, vivía en departamen­tos repletos y trabajaba ilegalment­e como bartender en Islington. Ahora, va por la

crema del pastel. Dice que era difícil vivir en Londres sin dinero.

Luego, a los 20 años, formó parte del elenco de la primera película de Alejandro González Iñárritu, el thriller febril Amores Perros (2000) realizado en la Ciudad de México. Fue el gran inicio de las carreras de ambos. En los años subsiguien­tes, sus personajes han sido tan móviles como él, en ocasiones europeos, y con mayor frecuencia van de la frontera con Texas al sur del Atlántico. Y mientras cuenta que tiene que practicar el difícil acento chileno, le pregunto que si se siente específica­mente mexicano o solo latinoamer­icano.

“Hombre”, dice. “Gracias por la pregunta”. Y piensa la respuesta un rato. “Si es un equipo de futbol, me siento mexicano. Pero mi verdadero ser es completame­nte latinoamer­icano. México es mi cocina. Es donde me gusta estar, en donde hablo con mi madre. Pero América Latina es mi hogar. Si viajas por el continente te das cuenta de que somos uno. Compartimo­s el mismo idioma. Se detiene como si una mano invisible se hubiese posado sobre su hombro. Una observació­n: además del portugués brasileño, dice, hay muchos idiomas indígenas. Pero todos compartimo­s la misma historia, el mismo espíritu. En América Latina es difícil hablar de nacionalid­ades. Es el verdadero crisol de razas. Miro hacia atrás y ni siquiera sé de donde provengo.

Junto con su compañero, el actor Diego Luna, participa en el festival de cine Ambulante, un buffet móvil anual de documental­es políticos. Amnistía Internacio­nal es uno de los grupos con los que trabaja. Entre el activismo y su fama, el año pasado la revista Time lo nombró una de las 100 personas más influyente­s del mundo. “Mmmm”, dice, con algo de duda y con la boca llena de pay. ¿Es influyente?

“Definitiva­mente no. Mira, el otro día me llegó la noticia y yo estaba en casa de Iñárritu. Él también estaba en la lista. Y mi hija estaba conmigo, y mi hija odia los jitomates. Iñárritu y yo pasamos 20 minutos tratando de que la pequeña comiera jitomate. Y no pudimos. Así es que he allí mi influencia”.

Hace una pausa, una dulce historia para terminar. Pero no puede resistir agregar algo. “Sabes, lo interesant­e fue la cena que hicieron”. La gala se hizo en el New York’s Jazz del Lincoln Center, una gran celebració­n para los 100 designados, entre ellos, obviamente, el entonces candidato presidenci­al Donald Trump. “Y lo fascinante. Porque todos, todos, todos los que lo habían estado atacando en Twitter y en la prensa, cuando lo tenían enfrente, lo único que querían hacer era tomarse fotos con él. Todos iban para la foto”. Su sonrisa se congela. “Yo permanecí en mi lugar”.

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Multifacét­ico. El actor mexicano, Gael García Bernal, usa su éxito para reforzar el valor de ser latinoamer­icano.
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