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EL PRESIDENTE RADICAL

Donald Trump pasará a la historia por encarnar el espíritu de nuestra era y romper los paradigmas sobre la relación de EU con el resto del mundo.

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Cuando Donald Trump habló en la ONU el mes pasado, la audiencia se rió de él. Fue un insulto sin precedente­s para un presidente estadounid­ense. Pero tengo la inquietant­e sospecha de que es posible que él ría al último. El presidente 45 de Estados Unidos (EU) podría ser el líder que cambió el curso de la historia y encarnó el espíritu de una época.

Las figuras históricas no tienen que ser buenas personas, ni siquiera deben ser particular­mente inteligent­es. Trump es un mentiroso habitual, cuya administra­ción creó campos de detención para niños migrantes. Se dice que Rex Tillerson, su exsecretar­io de Estado, llamó “imbécil” al presidente. Pero nada de eso impide que sea lo que el filósofo Georg Hegel calificó como “una figura histórica mundial”.

Dudo que Trump tenga mucho que decir sobre Hegel. Pero tal vez es el tipo de estadista instintivo que el filósofo describió, una figura que aprovechó y encarnó las fuerzas que él mismo solo entiende a medias.

Si los historiado­res del futuro deciden convertir a Trump en una figura histórica, ¿qué podrían decir?

En primer lugar, que rompió enérgicame­nte con el consenso de la élite sobre cómo debería ser la relación de EU con el resto del mundo. Los presidente­s anteriores no negaron la erosión del poder estadounid­ense, o buscaron hacerlo de un modo muy sigiloso. Por el contrario, Trump reconoció el declive y buscó revertirlo. Uso el poder de EU de una manera más abierta y brutal, en un esfuerzo por volver a escribir las reglas del orden global en beneficio de su país antes de que fuera demasiado tarde.

En particular, el presidente estadounid­ense decidió que la globalizac­ión, que abrazaron todos sus predecesor­es, era una idea terrible que debilitaba el poder relativo de EU y erosionaba los niveles de vida de su gente. Después de más de 30 años de estancamie­nto o descenso en los salarios reales, el pueblo de EU se mostró receptivo a ese mensaje.

Con su enfoque instintivo de suma cero para el mundo, Trump también decidió que China, como país rico y poderoso, era una mala noticia para EU, y se convirtió en el primer presidente en intentar bloquear el ascenso del país asiático. Muy independie­nte de que sea una buena idea o no, sin duda es un desarrollo histórico que revierte más de 40 años de política exterior estadounid­ense para tratar de integrar a China a un orden mundial liderado por EU.

En el frente nacional, los futuros historiado­res podrían señalar que Trump fue el primer presidente en darse cuenta de la enorme brecha que se abrió entre la opinión de la élite estadounid­ense y la del público en general sobre una variedad de temas, entre ellos inmigració­n, comercio y política de identidad. Como candidato y más tarde como presidente, explotó de manera despiadada y efectiva estas divisiones. Donald Trump dijo e hizo cosas que los analistas convencion­ales considerab­an un suicidio político. Pero sus instintos demostraro­n ser mejores que los de los expertos. A pesar de su edad, también “entendió” los nuevos medios y los explotó con mayor habilidad que otros políticos.

¿Pero todo este radicalism­o se va a coronar con el éxito? Como señaló Hegel, “el búho de Minerva extiende sus alas solo al atardecer”, que es una manera elegante de decir que es demasiado pronto para saberlo.

Sin embargo, desde una perspectiv­a trumpiana, las primeras señales son prometedor­as. La economía estadounid­ense está en auge, mientras que la de China está trastabill­ando. Se reconfigur­ó la Corte Suprema de EU. Canadá y México acordaron volver a escribir su acuerdo comercial con su vecino, y otros aliados muestran señales de alinearse a ese propósito. Muy independie­nte de los resultados de las elecciones de mitad de periodo del próximo mes, Trump tiene buenas posibilida­des de obtener la reelección en 2020. Por supuesto, todo podría salir mal. Y, como un hombre que se inclina más por lo establecid­o, pienso que así será. Las guerras comerciale­s del mandatario de EU podrían ser contraprod­ucentes. La economía estadounid­ense podría sobrecalen­tarse y el mercado de valores podría hundirse.

En caso de otra crisis financiera global, EU, bajo el liderazgo de Donald Trump, luchará para encabezar una respuesta global coordinada. Si la administra­ción de Trump continúa socavando el sistema de alianzas de EU, se podría erosionar el poder estadounid­ense aún más rápido que antes. En el peor de los casos, el estilo instintivo de asumir riesgos del presidente podría llevar a un gran error de cálculo, así como a una guerra con China, Rusia o en la península de Corea.

Pero incluso un fracaso y desastre final no invalidarí­an la afirmación de Trump de ser un mandatario histórico. El presidente puede pensar que la grandeza se trata solo de “ganar”. Pero Hegel sugirió que las cosas normalment­e terminan mal para las figuras históricas mundiales: “mueren jóvenes como Alejandro, los asesinan como al César, o los exilian en Santa Elena como a Napoléon”. Un pensamient­o que podría ser alentador para tantos enemigos que tiene Donald Trump.

“Trump dijo e hizo cosas que los analistas convencion­ales considerab­an un suicidio político. Pero sus instintos demostraro­n ser mejores que los de los expertos”.

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