La gran desconfianza
La meta de que los estadounidenses festejen su Independencia juntos y sin covid está en riesgo, por el recelo de la población ante todas las marcas de vacunas.
Joe Biden está inmerso en una carrera contrarreloj. A principios de este año, el presidente de Estados Unidos (EU) dijo que quería que 70% de los adultos hubieran recibido al menos una dosis de la vacuna contra el coronavirus (covid-19) antes del 4 de julio, para que los estadounidenses pudieran celebrar el Día de la Independencia juntos.
Las tasas de vacunación se dispararon desde finales del invierno hasta principios de la primavera, y para la semana pasada 164 millones de personas (o 64% de los adultos) habían recibido al menos una dosis, mientras que 136 millones estaban vacunadas por completo, según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EU (CDC, por sus siglas en inglés). Pero el número de nuevas dosis administradas semanalmente registra un descenso casi continuo desde abril.
¿Qué va mal? El problema no puede atribuirse a la escasez de vacunas, ni a la mera logística. La distribución se está organizando bien ahora, contrariamente a mis primeros temores.
En cambio, el problema es algo mucho más difícil de cambiar: la cultura. Una encuesta reciente de 15 países desarrollados que realizó el Instituto de Innovación en Salud Global de Londres, mostró que las personas no vacunadas en EU tenían el nivel más alto de desconfianza hacia todas las marcas de vacunas. El desafío para el equipo de Biden es cómo comenzar a cambiar estas actitudes y rápido. Para esto, no necesitan ciencia médica, de gestión o de datos, sino ciencias sociales.
La buena noticia es que parecen reconocerlo. Cass Sunstein, un destacado científico del comportamiento que ayudó a popularizar el concepto del “empujoncito”, una técnica política que dirige a las personas hacia ciertas acciones, escribió que el plan de Biden para adoptar la formulación de políticas basada en la evidencia, incorpora “un respaldo explícito de la ciencia del comportamiento, y requiere mucho más”.
Mientras tanto, aparte de cualquier política de la Casa Blanca, la estructura federal en EU ya permite numerosos experimentos locales con diferentes tácticas. Muchas universidades van a prohibir la asistencia de estudiantes no vacunados este otoño. Algunas bases militares imponen restricciones más estrictas a los soldados que rechazan la vacuna.
En otros casos, se utilizan incentivos económicos. Estos van desde donas de Krispy Kreme gratis para las personas que reciben la vacuna hasta la oferta de un premio de lotería de un millón de dólares.
Pero tal vez los experimentos más interesantes involucran la persuasión no monetaria. Harvard Business Review (HBR), por ejemplo, presentó recientemente un estudio de Jersey. El otoño pasado, los líderes de esta pequeña isla decidieron llevar a cabo su propia campaña de vacunación utilizando la persuasión y le pidieron a un científico del comportamiento, Steve Martin, que trabajara junto con la enfermera Becky Sherrington, para encontrar formas de hacerlo. “No había hecho esto antes, pero sentimos que era importante saber cómo transmitir el mensaje eficazmente”, dice Sherrington.
Se decidieron por tres tácticas extraídas de la ciencia del comportamiento. Una de estas tomó prestada una idea desarrollada por una psicóloga de Harvard llamada Ellen Langer, quien demostró que usar “porque” en una oración es una forma efectiva de captar la atención y ser persuasivo. Una segunda importó un concepto que se exploró en un estudio reciente de Wharton sobre la vacuna contra la gripe, que mostró que los mensajes también son más poderosos cuando se crea “propiedad” con la palabra “usted”, por ejemplo, “Se reservó una vacuna contra la gripa para usted”.
Pero junto con estas dos herramientas psicológicas, utilizaron una perspectiva casi antropológica para observar las jerarquías comunitarias y los patrones locales de confianza. Esto los convenció de que sería un gran error depender de expertos científicos o médicos para comunicar mensajes; una mejor apuesta era, como informa el estudio del HBR, utilizar a una “persona con la edad adecuada, relevante y de confianza conocida por cada grupo objetivo”.
Por lo tanto, en los anuncios que se mostraron a los trabajadores de centros asistenciales aparecían enfermeras que habían rechazado la vacuna, pero después cambiaron de opinión. Aparentemente, esto produjo la tasa de aceptación de 93%.
“No estamos tratando de manipular a las personas, sino de hablar de una manera que entiendan”, explica Sherrington, quien cree que una de las razones por las que las tácticas funcionaron fue que utilizaron la ciencia del comportamiento de una manera desde la base. Otro fue que Martin compartió ideas con el personal durante todo el proceso, en lugar de simplemente ofrecer consejos al principio.
Martin espera que una consecuencia del covid-19 sea que creará una mayor disposición para incorporar la ciencia del comportamiento en la medicina pública en un sentido más amplio.
Eso sería bueno a largo plazo. Una de las razones por las que la pandemia se salió de control el año pasado, fue que muchos gobiernos inicialmente pensaron —erróneamente— que solo necesitaban utilizar la ciencia médica. Pero en este momento, ese objetivo del 4 de julio parece estar en riesgo. Es una señal de por qué es importante la resbaladiza cuestión de la “cultura”, y no solo para los políticos, sino también para los científicos.
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