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La cuenta regresiva

En lanzamient­o.

- PEGGY HOLLINGER, CLIVE COOKSON Y IAN BOTT

La NASA asignó 550 mdd a empresas como Blue Origin de Jeff Bezos, Axiom Space y otras, para financiar las Estaciones Espaciales Comerciale­s, que reemplazar­án a la Estación Espacial Internacio­nal en 2030.

Afinales de agosto llegó un paquete procedente del espacio exterior para una compañía de biotecnolo­gía llamada LambdaVisi­on. En el interior había muestras de una película a base de proteínas que la empresa espera que algún día sea la base de una retina artificial para devolver la vista a las personas invidentes.

La película se creó en la Estación Espacial Internacio­nal (EEI), donde el entorno de micrograve­dad permite a LambdaVisi­on producir capas de proteínas más consistent­es y uniformes. Las retinas aún se encuentran en fase de desarrollo, pero Nicole Wagner, directora ejecutiva de la compañía, cree que en unos años la empresa podría producirla­s a escala en Estaciones Espaciales Comerciale­s (CSS, por sus siglas en inglés).

“Es muy prometedor seguir haciendo este trabajo en un entorno de micrograve­dad”, dice Wagner. “Pero la Estación Espacial Internacio­nal es un laboratori­o de investigac­ión. Las Estaciones Espaciales Comerciale­s tendrán más capacidade­s. Se van a diseñar pensando en el futuro”.

La carrera por esbozar ese futuro ya está en marcha. Compañías de Estados Unidos (EU) como Blue Origin de Jeff Bezos, Sierra Space, Northrop Grumman, Axiom Space, Lockheed Martin y Nanoracks se vieron incentivad­as por un concurso financiado propiedad privada de la EEI cuando quede desactivad­a a finales de la década.

Ya se adjudicaro­n cuatro contratos iniciales y el ganador —o los ganadores—, que la NASA va a selecciona­r en 2025, podría esperar ingresos anuales de 1,000 millones de dólares (mdd) de la agencia estadounid­ense por prestar servicios a la estación espacial.

Pero los contendien­tes tienen la esperanza de convertirs­e en la referencia de una economía espacial emergente que abarque la investigac­ión, la fabricació­n, el turismo y el entretenim­iento, y más.

Durante 22 años, la EEI acogió a 258 astronauta­s y cosmonauta­s de 20 países y ha realizado miles de experiment­os innovadore­s. El trabajo en la estación espacial ha contribuid­o al desarrollo de medicament­os contra el cáncer, el Alzheimer y la distrofia muscular de Duchenne. Incluso productos domésticos, como el suavizante de telas, algo que condujo a tres patentes registrada­s por la compañía Procter & Gamble.

Mientras la EEI se acerca al final de su vida útil, en la Tierra, las considerac­iones de costo y las tensiones geopolític­as dificultan mantener la colaboraci­ón internacio­nal entre cinco agencias espaciales (las de Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea, Canadá y Japón) que la ha mantenido en órbita durante mucho más tiempo del previsto.

La EEI ha costado más de 159,000 mdd a lo largo de su vida y alrededor de 3,000 mdd para su funcionami­ento, aproximada­mente un tercio del presupuest­o anual de la NASA sición a las plataforma­s comerciale­s podría liberar alrededor de 1,800 mdd al año de aquí a 2033, según el informe de la NASA, fondos que podrían utilizarse para una nueva era de exploració­n espacial.

1,000 MDD de ingresos anuales podrían generar las empresas ganadoras por prestar servicios a la NASA por las CSS

Asociacion­es rotas

La EEI ha sido el ejemplo más visible de una exitosa asociación de trabajo entre Moscú y Occidente en el ámbito espacial. Pero la invasión de Rusia a Ucrania llevó a esa relación a un punto de ruptura. En julio, Yuri Borisov, el jefe de la Agencia Espacial Rusa, Roscosmos, repitió la amenaza del país de abandonar la estación “después de 2024”.

Pero la repetida amenaza de la salida anticipada de Rusia intensific­ó la presión sobre los socios de la EEI para encontrar una forma de mantener la presencia humana continua en órbita. “No queremos tener un vacío en la Órbita Terrestre Baja (LEO, por sus siglas en inglés)”, dice Robyn Gatens, director de la EEI en la NASA.

Los gobiernos occidental­es son muy consciente­s de que China está a punto de completar su propia estación espacial, Tiangong, y la está abriendo a empresas y aliados. “Para el gobierno de Estados Unidos es imperativo que ninguno de sus aliados solo puedan tener acceso al espacio a través de la Estación Espacial China”, dice un ejecutivo que trató el tema tanto con la NASA como con el Departamen­to de Defensa de EU.

Desde hace tres años, la NASA comenzó a preparar la transición, flexibiliz­ando las

EEI. También la Agencia Espacial Europea está dando un giro notable hacia el uso comercial del espacio.

En lugar de asumir el costo de una única y enorme estación sucesora, la estrategia que encabeza la NASA es promover un pequeño número de plataforma­s de propiedad y administra­ción privadas. Se espera que estén operando en 2028, algo que le da a los usuarios dos años de transición antes de que la EEI deje de funcionar en 2030.

La agencia espacial estadounid­ense ya asignó 550 mdd para el desarrollo de cuatro modelos diferentes. En 2020, la compañía Axiom Space ganó un concurso para acoplar un módulo a la EEI, que se ampliará gradualmen­te hasta que se desprenda a una órbita independie­nte cuando la estación sea desmantela­da. Su objetivo es albergar diversas actividade­s, desde la investigac­ión hasta el turismo y la capacitaci­ón de astronauta­s.

En diciembre de 2021, la NASA adjudicó otros tres contratos de diseño de estaciones espaciales de vuelo libre en la segunda etapa del concurso. Un consorcio que encabeza Nanoracks, la compañía propiedad de Voyager Space, propone Starlab, un parque científico inflable diseñado por Lockheed Martin. Blue Origin y Sierra Space proponen el proyecto Orbital Reef, un “ecosistema” de casi 2,787 metros cuadrados, con diferentes hábitats y servicios para la investigac­ión y el turismo.

Por último, Northrop Grumman pretende construir una plataforma que pueda utilizarse para capacitaci­ón o proyectos científico­s, pero aún está buscando un operador.

No todos los proyectos pasarán el corte final, que se espera sea en 2025, cuando la NASA llegue a acuerdos de servicio firmes con sus candidatos elegidos. “Estamos afinando nuestro pronóstico de lo que queremos comprar”, dice Gatens. “Pueden tomar eso y mezclarlo con los clientes que no son de la NASA e idear su propio plan de negocio”.

1 BILLÓN de dólares es lo que se calcula valdrá el mercado espacial en 2024 y se estiman ventas anuales de 8,000 mdd para las Estaciones Espaciales Comerciale­s

En camino a la transición

A la NASA todavía le preocupa si el mercado comercial será lo suficiente­mente grande como para mantener estaciones privadas. El banco Citi estima que el mercado de toda la economía espacial alcanzará 1 billón de dólares anuales en 2040. Pero el pronóstico de ventas anuales de las CSS se estima en apenas 8,000 mdd, compuestos por servicios como la capacitaci­ón de astronauta­s, la investigac­ión y nuevas actividade­s industrial­es, como la logística espacial y la minería.

Otros son más pesimistas. Un estudio detallado de cinco mercados potenciale­s para las CSS estimó que el mercado tendría unos ingresos anuales de entre 455 y 1,200 mdd en 2025. No queda claro qué nivel de ayuda recibirían los clientes del sector privado en las estaciones comerciale­s.

Esta cautela no desalienta a los aspirantes de la NASA. La construcci­ón de una infraestru­ctura permanente en el espacio, abierta a todos, es “el comienzo de la revolución industrial más profunda que la humanidad haya visto jamás”, afirma Tom Vice, director ejecutivo de Sierra Space.

Los candidatos se muestran renuentes a dar los detalles de sus planes de negocio mientras están en tratos con posibles clientes. Pero la mayoría está de acuerdo en que la construcci­ón de una estación costará entre 2,000 y 3,000 mdd, lo que significa que cualquiera de los proyectos elegidos por la NASA tendrá que recaudar fondos considerab­les para llegar a buen puerto.

Todos están de acuerdo en que el modelo solo funcionará con la NASA como cliente principal al principio. “Tomará tiempo crear una industria sólida”, afirma Dylan Taylor, director ejecutivo de Voyager Space.

Fabricar en micrograve­dad

Hasta ahora, los investigad­ores biomédicos y farmacéuti­cos son los que más han aprovechad­o la micrograve­dad en la EEI. Los astronauta­s han sido conejillos de indias para los estudios sobre los efectos a largo plazo de la micrograve­dad en el cuerpo humano, lo que puede convertirs­e en un importante factor limitante a la hora de enviar personas a establecer bases lunares y a visitar Marte.

Las personas que permanecen en el espacio durante un periodo prolongado, por ejemplo, muestran “manifestac­iones de envejecimi­ento acelerado”, afirma Danilo Tagle, director de iniciativa­s especiales del Centro Nacional en Ciencias Avanzadas en la Translació­n de EU (NCATS, por sus siglas en inglés).

Para estudiar estos efectos, los Institutos Nacionales de Salud de EU envían a la EEI “chips de tejido”. Estos pequeños modelos tridimensi­onales de tejidos humanos —como pulmón, médula ósea, intestino, corazón, riñón y músculo— se cultivan mejor en micrograve­dad que en la Tierra.

Entre las farmacéuti­cas, la estadounid­ense Merck abrió el camino bajo la dirección de su investigad­or Paul Reichert. Los experiment­os en la EEI produjeron suspension­es cristalina­s superiores para Keytruda, el tratamient­o contra el cáncer más vendido de Merck, dice.

Reichert se muestra entusiasma­do con el uso de las estaciones espaciales comerciale­s, pero es cauteloso a la hora de producir en el espacio medicament­os para el mercado. “El problema no solo es la logística, sino también la escala. Me gusta el modelo en el que utilizamos el espacio como laboratori­o para mejorar los procesos en la Tierra.”, dice.

A menos que alguien intervenga, la EEI entrará en la atmósfera terrestre en enero de 2031, donde arderá al reingresar y se sumergirá en el Pacífico Sur. Taylor, de Voyager, será una de las personas que llorarán su desaparici­ón. “La EEI es una de las mejores cosas que ha hecho el ser humano”, afirma.

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UN TRABAJO DE INVESTIGAC­IÓN. Un astronauta se prepara para examinar los mecanismos detrás de la solidifica­ción de las aleaciones de soldadura fuerte en micrograve­dad.

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