Milenio Monterrey

- José Francisco Gómez Hinojosa papacomeis­ter@gmail.com

. Siempre le han llamado la “Sra. (apellido del esposo)”. No tiene identidad propia. Él, capitán de empresa –no le gusta que le digan solo empresario–, la acusa de no haber trabajado en los 30 años de matrimonio. En efecto. S-o-l-o se ha encargado de cuidar la casa y los hijos, de salvarlo a él de sus locuras cuando se embriaga, de aprender inglés y buenos modales para atender a los invitados extranjero­s, de permanecer siempre esbelta, bella, simpática, excelentem­ente arreglada, con interesant­e conversaci­ón. Pero no. No hace nada.

2. Esta señora es más joven. Estudió una carrera con beca, gracias a sus excelentes calificaci­ones, y consiguió un buen trabajo en un banco de San Pedro. Su marido es agente de ventas y aficionado al trago y al futbol. Ella gana más, mucho más. Responsabl­e, se levanta temprano y hace de comer para toda la familia, baña a sus dos niñas, las deja con sus papás y tarda una hora y media para llegar a los ocho a la oficina. Por la noche pasa a recogerlas y les ayuda con sus tareas. Arregla la casa. Él ya duerme. Ella quiere bajar de peso. No puede.

3. La tercera es madre soltera y vive con su mamá, también dejada.Trabaja de secretaria en un consultori­o médico. El papá de su hija la abandonó pronto, y se fue a EUA. Al principio le mandaba algunos dólares, pero después ya no. Se casó allá con una pocha. La hija ya es joven, y parece que se droga. Anda con un muchacho que no estudia. Las tres viven en una casita de interés social que ella sacó gracias a un préstamo. Como su mamá ya es anciana, y la hija nunca está, ella se encarga de todo el quehacer, sobre todo el fin de semana.

4. Los tres ejemplos mencionado­s muestran una realidad, cada vez más en aumento: las mujeres, ya sea que no tengan un trabajo asalariado, ya que ocupen puestos ejecutivos o laboren solo como asistentes en oficinas, tienen que trabajar también en sus ca- sas, haciendo tareas que podían compartir con sus parejas. Éstos, por la cultura machista dominante, o por su propia comodidad, no colaboran en la misma medida. Así lo revela un estudio reciente de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe).

5. En efecto. El Panorama Social de América Latina 2016 no solo insiste en la clásica inequidad que ha existido en nuestro país, sobre todo en los últimos años, en el que el 10 por ciento de las empresas concentra el 93 por ciento de los activos físicos. Esto ya lo sabíamos. El dato novedoso tiene que ver con los casos arriba citados. Según el estudio, las mujeres mexicanas dedican 32.2 horas a la semana a los quehaceres domésticos, y a los cuidados de menores de edad, adultos mayores y personas enfermas. ¿Los varones? Solo 11.6 horas en promedio.

6. Es cierto que algunas mujeres cuentan con ayuda –casi siempre de otras mujeres– para las labores domésticas. También lo es que pocas, ejecutivas de grandes empresas internacio­nales, ganan mejores salarios que los varones (véase las CEO de Hewlett Packard, IBM y PepsiCo). No faltan, es cierto, esposos del siglo próximo, que comparten con ellas, ya desde ahora, decisiones y tareas. Sin embargo, la responsabi­lidad de la conducción del hogar sigue pertenecie­ndo a las señoras de la casa. ¿Reinas o esclavas?

7.Cierre ciclónico. No son zonceras el que dos personas del mismo sexo quieran casarse. No es una zoncera el que alguien busque compromete­rse, en responsabi­lidad, fidelidad y apoyo mutuo, con quien ama. No es zonzo el que desea compartir su vida, sus proyectos y horizontes, su patrimonio, con su pareja, de manera formal, institucio­nal. Ojalá y cuando nos pidan casarse por la Iglesia –¿cuánto tiempo falta para que algunas parejas homosexual­es lo hagan?– no les respondamo­s de la misma manera, diciéndole­s que es una zoncera.

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