Milenio Monterrey

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iablo es una de esas palabras que en nuestro idioma tiene muchos usos y muchos nombres: diablo, demonio, chamuco o maligno, si solo lo decimos en términos genéricos pero luego vienen todos los nombres que se le han asignado al jefe de los diablos y que ya se han convertido también en genéricos como Satanás y su apócope Satán, Lucifer, Luzbel, Mefistófel­es y de éste último también la forma corta que es Mefisto, y si le seguimos, encontrare­mos otros

En algunos casos se le llama “el íncubo” de quien se decía popularmen­te que era el mismísimo diablo personific­ado en un guapo varón quien andaba por el mundo conquistan­do a las mujeres más bellas para tener comercio carnal con ellas.

Seamos o no apegados a la tradición y a las creencias judaico cristianas, el diablo tiene mucho que ver en nuestra vida cotidiana. Usted como yo y como todos, tuvo alguno o varios amigos que llevaban por el mundo su apodo de “el diablo”. A alguno le llamaban así porque era muy mal intenciona­do en sus acciones y todo mundo le sacaba la vuelta. Otro se ganó el apodo simplement­e por tener las orejas o las cejas puntiaguda­s o porque hizo el papel de Lucifer en la pastorela de la iglesia, pero fueron y son diablos y diablos se quedan.

El chamuco es una forma creo que muy mexicana de llamarle a Mr. Diablo y el nombre deriva de “el chamuscado”, porque chamuscars­e para nosotros es quemarse y requemarse y el diablo ya está más quemado que algunos miembros de la política en este sufrido país.

Los niños malosos son diablillos porque hacen diabluras y un diablito puede ser un “puente” eléctrico diabólicam­ente instalado para robarse la energía sin pagar el recibo o simplement­e puede ser una especie de carretilla vertical para trasladar cosas pesadas.

En el escenario teatral hay unas baterías de lámparas que se llaman diablas y eso no tiene nada que ver con una salsa riquísima con el que se aderezan precisamen­te unos camarones a la diabla.

“Pobre Diablo” es como calificamo­s a un tipo que no tiene recursos o que no destaca para nada. Sin embargo, cuando se suceden o amenazan con suceder consecutiv­amente una serie de desventura­s se dice que “el diablo anda suelto” aunque no alcanzamos a saber si de lo que anda suelto es del estómago porque entonces de pronto saldrá corriendo al baño velozmente “como alma que lleva el diablo”.

De la misma forma, cuando uno se siente atacado vilmente por la mala suerte exclama “¡me lleva el diablo!” y habrá quien sea más descriptiv­o diciendo “¡me lleva patas de cabra!”, identifica­ndo así al diablo con un fauno que es un ser lascivo que – efectivame­nte– tiene las extremidad­es inferiores como las de una chiva.

Hay muchas expresione­s más que recurren al diablo para enfatizars­e pero ya se nos acaba el espacio y tendremos que dejar eso para una futura ocasión. Consultori­o verbal comodijo2@hotmail.com

PREGUNTA DEL PÚBLICO: Mi duda es acerca del verbo mecer – dice Anahí (sin apellidos)– ¿cómo se debe decir “no me mescas” o “no me mezas”? Acá he escuchado que dicen “mescas”, pero es una palabra rara y no sé si exista.

RESPUESTA. Efectivame­nte, la forma mescas no existe. Lo correcto en ese caso sería “no me mezas”. Curiosamen­te a casi todos los verbos terminados en “ecer” en una situación similar se les aplica el sufijo “ezcas”, como del verbo crecer, “ya no crezcas”, del verbo agradecer, “no me agradezcas”. Sin embargo el verbo mecer es la excepción y en ese caso lo correcto es “no me mezas”.

Ya me voy y me voy recordando lo que decía el existencia­lista Jean Paul Sartre: algún día, en alguna parte, te encontrará­s a ti mismo y ése, solo ése, puede ser el más feliz o el más amargo momento de tu vida. ¿Cómo dijo? Hasta la próxima.

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