Reino Unido y una elección con vistas a su remoto pasado
Tanto la primera ministra como Jeremy Corbyn han capitalizado en la reciente jornada electoral los atavismos británicos al añorar una especie de época ya diluida, sin prepararse para encarar un futuro por demás incierto
La elección general celebrada el jueves en Reino Unido fue convocada de manera anticipada por la primera ministra Theresa May en abril de este año, con miras a obtener un mandato claro de parte del electorado, frente a la ardua negociación y ejecución del brexit que se avecina.
Llegada al poder tras la renuncia de David Cameron, a los ojos de muchos, May carecía de la legitimidad necesaria para acometer la secesión británica de la Unión Europea. Nada la obligaba formalmente a llamar a elecciones, ya que su mandato, heredado de Cameron, no expiraba sino hasta el 6 de mayo de 2020. No obstante, convencida por las encuestas sobre la alta probabilidad de su triunfo, se lanzó a su convocatoria. Fallaron sus pronósticos y perdió la mayoría absoluta.
Ahora se encuentra a merced de sus adversarios laboristas, liberal-demócratas y nacionalistas escoceses.
A lo largo del siglo XX, los gobiernos conservadores fueron la norma y los laboristas la excepción. Los tories son vistos como el partido de la ley y del orden, caro al establishment, a la Corona, a la Iglesia anglicana y a la City londinense, fortaleza del sistema financiero de ese país.
Los recientes atentados terroristas contra las ciudades de Londres y Mánchester parecieron en un principio inclinar a una opinión pública, de por sí mayoritariamente insular y xenófoba, hacia las anodinas soluciones de fuerza y mano dura propuestas por la primera ministra, incluidas la restricción de los derechos civiles y las libertades públicas en las islas británicas.
Jaleado por el discurso nativista del autodenominado Partido de la Independencia de Reino Unido, o UKIP, por sus siglas en inglés, el Partido Conservador británico ha basculado de manera alarmante hacia posiciones cada vez más extremas.
En ese sentido, los tories hicieron suyas muchas de las posturas xenófobas y ultranacionalistas, aderezadas además con la adopción de medidas represivas.
El principal contrincante de May en la contienda fue el laborista Jeremy Corbyn, un izquierdista más bien rancio, nostálgico de un pasado que recuerda como idílico y con un simplón discurso estatista de los años 70: nacionalización de los ferrocarriles, la banca, las minas y otros “sectores estratégicos” de la economía. Quimeras impracticables que habían ahuyentado al electorado de su prédica cansina, hasta que las vacilaciones y titubeos de la primera ministra, rebautizada por cierta prensa como Theresa May (be) —tal vez—, le hicieron repuntar nuevamente en los sondeos hasta cerrar finalmente la brecha. Ahora puede llegar a ser primer ministro, si es que logra convencer a liberales y nacionalistas escoceses de formar un gobierno de coalición.
Durante la campaña, ambos candidatos miraron hacia un pasado remoto, que ambos contemplan como una suerte de edad perdida, en un momento en el que Reino Unido debe encarar el desafío de un futuro incierto fuera de la UE: May a una imaginaria Gran Bretaña imperial, una Albión pérfida y arrogante, en su “espléndido aislamiento”; Corbyn a una Inglaterra de la posguerra, en blanco y negro, con Estado interventor y cartilla de racionamiento incluidos, como en documental nostálgico y plañidero de Ken Loach.
La tercera fuerza en discordia, los liberales-demócratas, apenas y figuró bajo un sistema de mayoría simple — firstpastthepost— tendiente al bipartidismo, en el que el ganador se lleva todo y en el que el tercer lugar es relegado a la irrelevancia. Cabe recordar ahora que Tim Farron fue el candidato de los liberales. En un sistema de representación proporcional bien podría ser la alternativa centrista, moderada y cosmopolita frente a los rupestres aldeanos arriba reseñados; una suerte de Emmanuel Macron a la británica. Ahora, con un Parlamento sin mayoría puede volverse el fiel de la balanza.
El error de cálculo de May tendrá consecuencias inmediatas, muy serias y acaso desastrosas. En el mejor de los casos, tocará a la conservadora gestionar la desconexión británica de Europa sin una mayoría absoluta; tarea que se prevé ardua, onerosa y cuesta arriba. Si los laboristas no logran formar coalición, May tendrá que enfrentar un nuevo referendo por la independencia de Escocia, convocado por la principal dirigente del Partido Nacionalista escocés (SNP), Nicola Sturgeon.
Ambas querellas le estarán bien El error de cálculo de May tendrá consecuencias inmediatas muy serias y acaso desastrosas Ambos personajes seguirán encabezando el porvenir británico, con la mirada vuelta hacia atrás servidas, pues muy pocos —más allá de Nigel Farage y sus lunáticos del UKIP— hicieron tanto en pro del brexit como ella. No es que Corbyn haya defendido con entusiasmo la permanencia británica en la UE ni mucho menos. En el caso remoto de que Corbyn lograse formar gobierno, tampoco cabría esperar de él una postura favorable a una revisión ilustrada del brexit. En cualquier caso, ambos personajes seguirán encabezando el porvenir británico, con la mirada vuelta hacia atrás. Lo más probable es que la ganadora pírrica de un concurso de necios vuelva a presidir un Reino (des) Unido y ciertamente muy disminuido.