esde que en 1818 Mary Shelley publicó Frankenstein, el mito del científico como un ser cuya ambición de conocimiento lo lleva a desencadenar fuerzas que salen de su control y causan un desastre forma parte de nuestra cultura.
Actualmente, uno de los avances científicos más polémicos son los organismos genéticamente modificados (OGM) o transgénicos. Van desde microorganismos utilizados en la industria y la investigación científica, hasta vegetales cuyo cultivo podría ofrecer ventajas —mayor rendimiento o valor nutritivo, resistencia a plagas— y animales, principalmente ganado.
Pero son los vegetales genéticamente modificados los que causan la mayor inquietud, por lo extendido de su cultivo y consumo en todo el mundo. Entre los peligros que se les achacan están ser tóxicos o dañinos para la salud del consumidor (algo totalmente descartado, luego de décadas de evidencia acumulada), dañar al ambiente circundante (algo que en gran medida depende de las circunstancias de su cultivo) y ser fuente de “contaminación genética”, en caso de que los genes ajenos introducidos pudieran “escapar” y ser transferidos a variedades silvestres.
Por eso fue para mí una experiencia invaluable asistir como observador invitado al 14 Simposio Internacional sobre Biose- guridad de OGM, realizado en Guadalajara del 4 al 8 de junio y al que acudieron 300 participantes de 37 países, provenientes de la academia, el gobierno, la industria y organizaciones civiles.
Las ponencias, presentadas y discutidas a fondo por especialistas en los distintos aspectos de la bioseguridad, me permitieron conocer la inmensa labor llevada a cabo en todo el mundo por un ejército de expertos para garantizar que el desarrollo, el cultivo y el consumo de OGM cumpla con los más altos estándares de seguridad.
No hay espacio para comentar los numerosos aspectos de la protección de riesgos abordados. Entre otros, las distintas leyes nacionales y acuerdos internacionales que regulan la protección del ambiente y la salud humana de los posibles efectos nocivos de los transgénicos.
Pero está claro que muchos de los posibles riesgos resultan ser menos graves de lo que se pensaba. Aunque las interacciones de los OGM con otras especies pudiera alterar los ecosistemas, y aunque la posibilidad de flujo de genes de una planta transgénica a una silvestre es real, el conocimiento actual, las reglas de bioseguridad y los métodos de monitoreo que se han desarrollado reducen al mínimo dichos riesgos. Sin embargo, en la cultura persiste una imagen eminentemente negativa de los OGM. Se les ve como dañinos, antinaturales y producto de un capitalismo voraz que solo busca dañar a la naturaleza (como si eso fuera buen negocio). El debate sobre ellos se ha ideologizado y politizado al extremo. Por otro lado, es cierto que la tecnología de manipulación genética ha avanzado y hoy hay técnicas mucho más precisas y poderosas que pueden plantear nuevos retos en bioseguridad. Retos que expertos y reguladores están ya considerando seria y responsablemente. Si algo me quedó claro es que, frente a la imagen popular de irresponsabilidad e imprudencia, en realidad el desarrollo de organismos genéticamente modifi cados es un área donde cada paso se da con el mayor cuidado para buscar posibles beneficios con el menor riesgo posible. Enhorabuena.