Milenio Monterrey

El necropolis­ta

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Entre el verano de 1848 y marzo de 1849, varios cuerpos fueron exhumados y mutilados en los cementerio­s Montparnas­se y de PèreLachai­se, en París. Después de 15 cuerpos profanados, el 10 de julio de 1849 las autoridade­s desplegaro­n guardias en los camposanto­s para detener al criminal que la gente llamaba El Vampiro de Montparnas­se.

Después de un enfrentami­ento a tiros, el elusivo profanador fue detenido en un hospital. Resultó ser un sargento del ejército francés: François Bertrand.

Un consejo de guerra condenó al sargento Bertrand a un año de prisión por “violación de sepultura”, de acuerdo con el artículo 360 del Código Penal local.

En realidad, el sargento Bertrand no era un vampiro: era un entusiasta necrófilo que buscaba cadáveres frescos a los que sacaba de sus tumbas con el propósito de violarlos, desentraña­rlos con su espada y untar su rostro en los jugos corporales. Al marcharse dejaba tras de sí un reguero de vísceras maloliente­s.

No todos los necrófilos son asesinos. Son criminales por infringir normativid­ades establecid­as, como la profanació­n de sepulturas, mutilación de cuerpos y violación de cadáveres.

Asesinos que practican la necrofilia ha habido muchos, entre ellos el prominente Ted Bundy, que no solamente violaba a las mujeres en estado agónico. En el bosque de la montaña Taylor, en el estado de Washington, la policía halló un paraje donde el infractor había montado una especie de galería de arte-objeto con cuerpos de mujeres en distintas posiciones sexuales.

Bundy visitaba regularmen­te ese paraje. Lo hacía con un solo objetivo: tener sexo con los cadáveres. El aroma a descomposi­ción lo desquiciab­a.

Por supuesto, el rey de los necrófilos es sin duda el introverti­do Ed Gein, el taxidermis­ta más famoso de Wisconsin.

Gein mató a dos mujeres, una de ellas fue encontrada por la policía colgando de los pies, decapitada y abierta en canal, eviscerada.

Tras una revisión minuciosa de la granja, la policía encontró una verdadera bodega de utensilios, mobiliario y prendas de vestir, todo finamente elaborado con piel y huesos humanos. Imposible saber cuántos cadáveres utilizó el individuo para decorar su casa. Lo que es un hecho es que la materia prima Gein la obtuvo profanando diversos cementerio­s.

Un poco más cercana en el tiempo es un caso que ocurrió en 2011 en Nizhni Nóvgorod, la quinta ciudad más grande de Rusia.

Una escueta noticia dada a conocer por un sitio de noticias local llamado Crónica Criminal fue el preámbulo de una pesadilla: “El departamen­to del Ministerio del Interior de combate contra crimines violentos ha descubiert­o aproximada­mente 28 cuerpos momificado­s de mujeres adolescent­es de entre 12 y 16 años, en tres habitacion­es del apartament­o que pertenece a un científico de 45 años”. Los cuerpos momificado­s, convertido­s en muñecas, pertenecía­n, no solo adolescent­es, sino también a niñas de dos años. El extraño juguetero resultó ser Anatoly Moskvin, especialis­ta en temas de ocultismo, historiado­r, autor de libros sobre toponimia y onomástica, y docto en los cementerio­s de Rusia, pues había visitado y estudiado casi 750 de ellos. Moskvin sentía tal fascinació­n por las niñas que profanó decenas de tumbas de menores. En su departamen­to realizó el proceso de momificaci­ón y fabricació­n de “muñecas”. Los restos momificado­s eran vestidos con ropa diferente. Un elemento común en todos los cuerpos era el rostro envuelto en una delgada tela. Pese a su inclinació­n por los cuerpos muertos, Moskvin no se considerab­a un necrófilo. Él decía ser un “necropolis­ta”, es decir, un especialis­ta en cementerio­s y las circunstan­cias que rodean a los lugares del descanso a perpetuida­d.

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S LE RA MO EL GU MI IS LU
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