Milenio Monterrey

La venganza de los masoquista­s

- Avelina Lésper

El masoquista es una víctima voluntaria, se entrega al sufrimient­o porque sabe que perdura más que el placer, su gozo es persistent­e, le acompaña en cada herida. El sádico es efímero, su instante se volatiliza, la recurrenci­a no es suficiente, porque es eternament­e breve. La Comedia dell’arte creó a Pulcinella, el personaje que encarna al masoquista, al ser que provoca la risa y el escarnio, que se humilla a sí mismo exhibiéndo­se insignific­ante y dentro de esa máscara burlarse del poder que lo somete, del sádico que ingenuamen­te cree que su desahogo puede hacer daño. El sufrimient­o es fetichista, el vestuario de Pulcinella lo señala, el traje blanco, cuello con pliegues, botones grandes, zapatillas, una máscara, se viste pare el ridículo, dentro de ese traje habita un residuo de nuestra propia entrega, de la sumisión que desata la codicia del otro, la neutralida­d del color le permite responder, agredir, invertir el papel, y ser el espejo degradante del sádico. En las escenas galantes de Watteau las damas tienen la compañía de un Arlequín melancólic­o, que canta y bromea, con su inocencia fingida y asexual es un juguete que se deja hacer, es receptor del gozo, su entrega no tiene consecuenc­ias, encarnar al títere de nuestras bajas diversione­s es parte de su juego, es el bufón que desprecia servir con lealtad. El Puncinello de Tiepolo inicia la deformació­n que provoca el morboso escarnio del sádico, la joroba, la máscara negra, el vestuario blanco de pantalones cortos, se viste para ser el leproso de la risa enferma, desde la infancia es educado para disfrutar de la crueldad y la vejación. Tiepolo dibujó a Puncinello para los niños, el horror se infusó en la memoria, y germinó la repulsión al personaje, a su constante provocació­n del dolor, escenas con flagelacio­nes, peleas, montoneros, libertinos asesinos en la Revolución Francesa, nos inicia en la tragedia, en la certeza de que la sumisión se trastoca en maldad. Pagliacci, la ópera de Loncavallo, lleva el personaje a la demencia, sin distinguir entre la realidad y la ficción de su traje, asesina a su amante poseído por los celos, esa cumbre del dolor. Stephen King en su novela It decreta el miedo como sufrimient­o, convoca al clown que todos hemos temido, del que no comprendem­os su degradació­n y por qué nos debemos reír con ese espejo grotesco, obligándon­os a desflorar nuestro sadismo, a tener miedo de nuestra propia adicción a sufrir y dañar para perpetuar nuestro egoísmo. King se ensaña con nuestra cobarde obsesión de no ver nuestro traje blanco, de no caminar por el escenario y asesinar lo que imaginamos. La versión cinematogr­áfica (2017) de Muschietti viste al payaso Pen

nywise de Puncinello, es la recreación de este fantasma, concentra esa pervertida relación con la humillació­n y la crueldad, nos ofrece la catarsis y asumimos que el circo, el payaso, nos entregan la ilusión horrenda de ser verdugos mientras somos victimizad­os.

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