Milenio Monterrey

TOSCANA RETOMA MONTERREY DE SU INFANCIA EN OLEGAROY

En su nuevo libro, el protagonis­ta ambula entre la filosofía y las matemática­s, y desde luego las letras, a partir de un crimen en 1949 en donde el personaje hace un viaje al centro de su ser y de la sociedad que le rodea

- POR ISRAEL MORALES FOTOGRAFÍA GUSTAVO MENDOZA LEMUS Y ESPECIAL El tema de la muerte aparece nuevamente en su obra.

David Toscana regresa a Monterrey a su espacio literario con Olegaroy (Alfaguara, 2017), tras la obra con temas bíblicos Evangelia y la novela situada en Polonia, La ciudad que el diablo se llevó. En su nuevo libro, el protagonis­ta, Olegaroy, ambula entre la filosofía, las matemática­s y desde luego las letras. A partir de un crimen fechado el 8 de abril de 1949, el personaje hace un viaje al centro de su ser y de la sociedad que le rodea. A esta trama responde el autor regiomonta­no nacido en 1961. Con esta obra regresas a Monterrey literariam­ente hablando, ¿ya extrañabas desplegar una trama en espacios de esta ciudad? Siempre he sentido nostalgia por el Monterrey del pasado, el de mi infancia; la ciudad contemporá­nea no me interesa. Es un Monterrey más frío y más gris, ya no tiene el encanto que hacía soñar, ni la luna al pasar tiene el mismo fulgor. ¿En dónde se podría decir que está la génesis de Olegaroy? Me cuesta rastrear el origen de una novela. Es como el eslabón perdido. La primera idea que tuve fue sobre el accidente que sufrió el Gran Torino en 1949. Pero al final ese tema se convirtió en una rama y no en el tronco. Quizás el tronco venga de la raíz, o sea, mi interés por la filosofía, la ciencia y las matemática­s. Cómo es que confrontas esa visión del pasado de Monterrey a partir de un crimen fechado el 8 de abril de 1949, con el presente, ¿es complicado hurgar en el pasado literariam­ente, pese a hacerlo desde luego desde la ficción? Para mí la literatura está en el pasado. La dificultad me la ofrece el presente. No sabría cómo novelar un Monterrey con El Bronco, el narco, empresario­s destemplad­os y esos regios desangelad­os que pululan ahora por la ciudad y solo se definen por su tigrismo o rayadez. No podría narrar un presente en el que mis personajes tengan celulares, internet y demás cacharros. El tema de la muerte aparece de nuevo en tu obra, ahora a partir de un crimen, ¿cómo es que se puede conseguir ese efecto de ver a la muerte como un gran tema literario, hablando en términos de que llevamos hablando con muertos desde Pedro Páramo, incluso desde antes? Creo que la muerte es el gran tema literario y filosófico. Suelo preguntar si alguien conoce una novela donde no se muera nadie. Sin duda debe existir, pero hasta la fecha no he obtenido respuesta. Pero admito que tener uno o más muertos no hace que el tema de una novela sea la muerte. En mi caso sí lo es. Los personajes hablan de la muerte, reflexiona­n sobre ella, sobre los cementerio­s y cadáveres, sobre la finitud de la vida. Me es inevitable. Desde niño pienso en la muerte. No me gusta la psicología, pero quizás tiene que ver con que mi padre murió tres meses antes de que yo naciera. Su retrato siempre estaba en un sitio prominente en la casa, y yo me decía: Mi padre es un muerto. Fui rulfiano antes de leer a Rulfo. ¿Cómo trabajaste a nivel lenguaje en esta obra? Siempre tuve narradores discretos, casi invisibles; pero en este caso el narrador es un protagonis­ta más. Se sale frecuentem­ente de la historia para contarnos los efectos que tienen en el futuro las ideas u ocurrencia­s de Olegaroy. Como lectores podemos sentir que nos toma el pelo o, eso espero, atenderlo con curiosidad. Hace tiempo un ensayista abordó tu obra, y repetía los nombres de calles, Matamoros y Degollado; de colonias, ahora en Olegaroy, de pronto está Porfirio Díaz 328, Ramón Corona, Nicolás Bravo, 5 de Mayo y Degollado, etcétera, ¿qué posibilida­des te dieron esos espacios como novelista? El foco de mis novelas regiomonta­nas es Degollado 467 sur. Ahí pasé mi infancia, entre la maternidad Conchita y los cementerio­s. A partir de esa calle he ido por un lado al Obispado y por el otro hacia el centro. Siempre con mi memoria de niño. Quizás una memoria inventiva o inexacta, pero que yo guardo como si fuese precisa. Cuando tenía nueve años me fui de Degollado, pero me fui a vivir a un barrio desangelad­o, tal como son todos los barrios modernos, un barrio del que nunca voy a escribir. M

No sabría cómo novelar un Monterrey con ElBronco y el narco” David Toscana ESCRITOR Y AUTOR DE OLEGAROY

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