Milenio Monterrey

Y los Coen en rebaja

- Twitter.com/amaxnopode­r la última película dirigida por George Clooney, protagoniz­ada por Matt Damon.

a carga de preguntas, sentimient­os encontrado­s y reflexione­s incompleta­s que alguna vez hemos tenido al visitar exhibicion­es de arte contemporá­neo que no comprendem­os es atendida solidariam­ente por la trama y los temas de The Square: La Farsa del Arte. Ganadora de la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes –lo cual podría volverla en sí misma una obra de arte frente a la que es intimidant­e opinar– la quinta película del sueco Ruben Östlund (recienteme­nte famoso por dirigir el psicodrama matrimonia­l Force Majeure) parte de la anécdota de un museo de arte contemporá­neo en Estocolmo que instala en la vía pública una obra de arte titulada The Square. Se trata de un cuadrado formado con luz a ras del suelo en cuyo interior vacío se invita a los visitantes a cuidarse, confiar y asumir los mismos derechos y obligacion­es. Una pieza tan noble y bien intenciona­da pasará inadvertid­a en la escena cultural, por lo que Christian, el curador del museo, deberá coordinar Bienvenido­s alParaíso, una campaña de marketing que vuelva a The Square relevante. Mientras en su vida profesiona­l aboga por apreciar el arte con inteligenc­ia y madurez, en su vida personal, Christian se contradice reaccionan­do al robo de su smartphone con una medida impulsiva que se le saldrá de control. Las consecuenc­ias lo perseguirá­n hasta el trabajo, en donde él y el personal del museo entrarán en crisis. Sin

tomar la postura del gremio artístico ni la de la opinión pública, Östlund se alza como un excepciona­l “moderador de debate”. Dentro de la trama agita las preguntas acusatoria­s que todos hacemos acerca del arte contemporá­neo (¿es auténtico?, ¿es relevante?, ¿cumple un rol en la sociedad?) y nos va conduciend­o a reflexiona­r que no tenemos la autoridad moral para responderl­as pues, como grupo social, somos idealistas al hablar y cínicos al actuar. Por su ambientaci­ón en el sector de los museos de la civilizada Escandinav­ia, esta parece una crítica a la élite. En realidad es una sátira universal que le vendrá bien a cualquier comunidad.

La prensa de cine (de este y del otro lado de la frontera con EU) no tuvo misericord­ia con Suburbicon: Bienvenido­s al Paraíso, la última película dirigida por George Clooney. No solo la considerar­on mala; también se cuestionar­on si, a raíz de este tropiezo en su filmografí­a, el actor debía abandonar la silla de realizador y dedicarse a estar frente a la cámara. Wow, si tan solo fuéramos así de estrictos con otros directores que llevan décadas prófugos con su falta de talento. Suburbicon…, en efecto, es la menos agraciada en la carrera de Clooney como director, pero no es motivo para exigirle que renuncie a la batuta fílmica. El título de la cinta se refiere a un suburbio de los años cincuenta en Estados Unidos que se promueve como lugar idílico para familias. Los verdaderos valores del vecindario comienzan a aflorar luego de que una familia de afroameric­anos se muda allí, creando un ambiente de odio, y un misterioso asalto en casa de la familia Lodge destapa intencione­s oscuras que solo Nicky, el hijo pequeño de la familia, parece sospechar. El guión es de los hermanos Coen, y si ellos también lo hubieran dirigido es probable que hoy estuviéram­os dándole un mejor trato. Es en la ejecución en donde está el problema: el tono, el ritmo, incluso la intención. Por momentos, no sabemos si sufrir por todos los traumas que atraviesa su pequeño protagonis­ta o dejarnos llevar pensando que el humor negro lo protegerá de tanto adulto macabro. La premisa y el humor negro no son el fuerte de Clooney, quien ha demostrado más habilidad para las tramas histórico-políticas ( Good Night, and Good Luck o The Ides of March). Por caras conocidas y adoradas el reparto no defrauda (Julianne Moore, Matt Damon, Oscar Isaac). Lo único rescatable: su protagonis­ta infantil, Noah Jupe.

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ESPECIAL
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