Milenio Monterrey

La era de la locura

- Martín Bonfil Olivera mbonfil@unam.mx Dirección General de Divulgació­n de la Ciencia, UNAM

l mundo parece estarse yendo a la mierda. En muchos sentidos, pero me refiero a uno muy específico: al hecho de que nuestra especie está perdiendo lo más valioso que tiene, el conocimien­to, para sustituirl­o por la locura.

Ejemplo concreto: hace 10 años, en los cursos que imparto sobre divulgació­n científica, cuando mencionaba la existencia de una “Sociedad de la Tierra Plana”, la reacción era de incredulid­ad: los alumnos no concebían que hubiera gente que

realmente creyera tonterías como esa. Hoy es distinto: no solo hallamos por todos lados noticias sobre “tierraplan­istas” (especialme­nte en internet), sino que la semana pasada nos enteramos de la celebració­n, en Carolina del Norte, de la primera Conferenci­a Internacio­nal de la Tierra Plana, evento destinado “a cuestionar que la Tierra sea esférica”.

Los argumentos de los creyentes en la Tierra plana son hilarantes: una conspiraci­ón mundial que agruparía a las potencias espaciales, el uso de pho

toshop para alterar todas las fotos que muestran a la Tierra desde el espacio, la negación de toda la física que explica la gravedad y el movimiento de los cuerpos, y muchas otras tonterías.

La idea de una Tierra plana es muy antigua y está ligada a viejas concepcio- nes mítico-religiosas, como la de que el firmamento está pintado en una inmensa cúpula que cubre todo el mundo, a través de la cual se mueven la Luna y los planetas… de algún modo. Muchos tierraplan­istas creen también que el disco terrestre ( je) está limitado por un muro inaccesibl­e de hielo.

Usted podría pensar que se trata solo de un grupo de locos. Pero es un grupo creciente. Y no se trata solo de los tierraplan­istas. Están también los negacionis­tas del sida, que no creen que esta enfermedad sea producida por un virus; los negacionis­tas del cambio climático, de los cuales el más peligroso es hoy presidente de Estados Unidos; los negacionis­tas de las vacunas, que siguen aumentando y han logrado que resurjan enfermedad­es ya controlada­s, como sarampión o paperas. Y muchos otros que desconfían, por sistema, del conocimien­to científico y defienden las más peregrinas y peligrosas teorías de conspiraci­ón.

Se trata de la decadencia de una cultura global, basada en los valores de la Ilustració­n, que constituye la base de las sociedades modernas. Hoy, gracias a los fenómenos paralelos del deterioro global de la educación, y del surgimient­o de la era de la informació­n, se han dado las condicione­s para su caída. La era de la informació­n trajo consigo, paradójica­mente, la era de la desinforma­ción. Desinforma­ción no quiere decir falta de informació­n, sino por el contrario, un exceso de informació­n, pero errónea, falsa, sesgada y malintenci­onada (fakenews, posverdad). Y ésta circula gracias a dos factores. Uno, la facilidad con que ciertas personas caen en un exceso de racionaliz­ación tomando datos creíbles y lógicos, pero falsos, para acabar creyendo ciegamente en teorías de conspiraci­ón. Y dos, la facilidad para transmitir informació­n instantáne­a, masiva y gratuitame­nte a través de internet y las redes sociales. Urge que, como sociedades a escala mundial, hagamos algo para evitar la inminente nueva Edad Media que nos amenaza. Nuestras únicas armas son las que siempre hemos tenido: la educación y la defensa de la cultura y el conocimien­to.

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ZE BUT S ISÉ MO
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