repárese, lector, a asumir una mayor responsabilidad sobre aspectos básicos de su vida, tales como su retiro, su salud y la educación de sus hijos.
En este espacio he escrito que en México existe una cultura paternalista, en la que el gobierno actúa a menudo como un papá magnánimo y los ciudadanos como niños agradecidos. No creo que esta dinámica se rompa en un futuro cercano. Sobre todo en cuanto a la actitud de las partes se refiere. Sin embargo, la tendencia mundial es que gobiernos les deleguen cada vez más responsabilidad a sus ciudadanos. México no está inmune a esta tendencia y podemos esperar que cobre mayor fuerza en el futuro.
El caso del retiro es ilustrativo. En el pasado, todos los trabajadores formales mexicanos se retiraban con una pensión definida. No tenían que preocuparse de temas como la inflación y los rendimientos del mercado. Su pensión era inmune a estas variables. El riesgo y la responsabilidad los asumía el gobierno (mejor dicho, los contribuyentes), no el trabajador.
Ante el eminente peligro de que el esquema de beneficios definidos llevara a la quiebra las finanzas públicas, el gobierno creó las Afore. Bajo esta modalidad de retiro, los trabajadores (privados en un inicio, aunque se ha ampliado a algunos públicos) dependen de los rendimientos que generen sus aportaciones. Son ellos quienes asumen principalmente el riesgo. Si no les alcanzan sus aportaciones para obtener el retiro que desean, no hay otra opción que ahorrar más.
Podemos debatir cuál es el mejor esquema. Sin embargo, en mi opinión sería un debate más académico que práctico, ya que uno de los esquemas no es sostenible (el de beneficios definidos) y el otro sí (aunque requiere de importantes ajustes). El punto es que más le vale al trabajador asumir una mayor responsabilidad si quiere tener una jubilación digna.
Los casos de la salud y la educación son distintos. El gobierno no dejará de cumplir con su obligación de ofrecer salud y educación pública. El problema es que no hay forma de que pueda hacerlo de manera universal y con calidad. Puede mejorar y hay que exigírselo, pero es difícil pensar que los ciudadanos podremos cubrir nuestras necesidades en este sentido sin que tengamos que asumir cada día una mayor responsabilidad personal —y el costo asociado.
Es un panorama complicado. Nos guste o no la transferencia de responsabilidades del gobierno hacia los ciudadanos es una realidad, y está llena de peligros. Pero el que los ciudadanos tengamos más control sobre nuestras vidas también tiene sus ventajas, siempre y cuando contemos con las herramientas para salir adelante.