Milenio Monterrey

- Julio Serrano Espinosa juliose28@hotmail.com

repárese, lector, a asumir una mayor responsabi­lidad sobre aspectos básicos de su vida, tales como su retiro, su salud y la educación de sus hijos.

En este espacio he escrito que en México existe una cultura paternalis­ta, en la que el gobierno actúa a menudo como un papá magnánimo y los ciudadanos como niños agradecido­s. No creo que esta dinámica se rompa en un futuro cercano. Sobre todo en cuanto a la actitud de las partes se refiere. Sin embargo, la tendencia mundial es que gobiernos les deleguen cada vez más responsabi­lidad a sus ciudadanos. México no está inmune a esta tendencia y podemos esperar que cobre mayor fuerza en el futuro.

El caso del retiro es ilustrativ­o. En el pasado, todos los trabajador­es formales mexicanos se retiraban con una pensión definida. No tenían que preocupars­e de temas como la inflación y los rendimient­os del mercado. Su pensión era inmune a estas variables. El riesgo y la responsabi­lidad los asumía el gobierno (mejor dicho, los contribuye­ntes), no el trabajador.

Ante el eminente peligro de que el esquema de beneficios definidos llevara a la quiebra las finanzas públicas, el gobierno creó las Afore. Bajo esta modalidad de retiro, los trabajador­es (privados en un inicio, aunque se ha ampliado a algunos públicos) dependen de los rendimient­os que generen sus aportacion­es. Son ellos quienes asumen principalm­ente el riesgo. Si no les alcanzan sus aportacion­es para obtener el retiro que desean, no hay otra opción que ahorrar más.

Podemos debatir cuál es el mejor esquema. Sin embargo, en mi opinión sería un debate más académico que práctico, ya que uno de los esquemas no es sostenible (el de beneficios definidos) y el otro sí (aunque requiere de importante­s ajustes). El punto es que más le vale al trabajador asumir una mayor responsabi­lidad si quiere tener una jubilación digna.

Los casos de la salud y la educación son distintos. El gobierno no dejará de cumplir con su obligación de ofrecer salud y educación pública. El problema es que no hay forma de que pueda hacerlo de manera universal y con calidad. Puede mejorar y hay que exigírselo, pero es difícil pensar que los ciudadanos podremos cubrir nuestras necesidade­s en este sentido sin que tengamos que asumir cada día una mayor responsabi­lidad personal —y el costo asociado.

Es un panorama complicado. Nos guste o no la transferen­cia de responsabi­lidades del gobierno hacia los ciudadanos es una realidad, y está llena de peligros. Pero el que los ciudadanos tengamos más control sobre nuestras vidas también tiene sus ventajas, siempre y cuando contemos con las herramient­as para salir adelante.

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