La representación: el superpoder
de BlackPanther y LadyBird
tantera Negra está impactando a la opinión pública como si fuese la primera cinta de superhéroes con protagonista afroamericano. Aparentemente la trilogía de Blade que hizo Wesley Snipes no contó. Pero subámonos al fenómeno; la causa es justa y noble. Su estreno y revolucionario pronóstico de taquilla es una conquista para la comunidad de color en el difícil campo de la representación racial en Hollywood y ha generado en los interlocutores del diálogo cinéfilo un despertar de conciencia, un tono celebratorio y –sobre todo– ningún contragolpe. No veo a nadie calificar a Pantera Negra con cinismo, ni firmar un ensayo en el que nos diga por qué en realidad no es lo que parece, sino todo lo contrario. Hablar de películas con esa positividad nos hace bien, siempre que entendamos que el valor cultural y el valor cinematográfico de una película son cosas distintas. Quienes vemos en PanteraNegra algo bueno, pero no memorable y quienes la estiman como la llegada de un Barack Obama al universo Marvel podríamos convivir en paz de no ser porque alguien siempre termina pronunciando palabras hiperbólicas como: “Es la mejor cinta de superhéroes de Marvel”, “nunca habíamos visto nada así” o (esta fue la que más me afectó) “su director, Ryan Coogler, es el nuevo Steven Spielberg”.
En la línea cronológica de Marvel, Pantera Negra sucede después de los eventos de CapitánAmérica: GuerraCivil y se centra en el regreso de T’Challa (Chadwick Boseman) a su natal Wakanda, para servir como el nuevo líder de su país. Su reinado se ve rápidamente amenazado por la llegada de un forastero que clama ser más apto que él para gobernar. A la par, irá desencadenándose una conspiración para destruir Wakanda y saquear uno de sus recursos naturales más valiosos para construir armas de guerra.
El mérito exacto de Ryan Coogler en PanteraNegra es dirigir las mismas escenas genéricas que hemos visto en cada entrega de Marvel y revitalizarlas. Organizar mejor la trama y exponer con honestidad su carga de temas políticos: unidad, cooperación, diplomacia. Fuera de este rango de aciertos (que no es decir poco). En imaginación y originalidad, sigue alineada al manual de superhéroes de su estudio.
LadyBird, de Greta Gerwig. Tomando su propia adolescencia como inspiración, la actriz Greta Gerwig debuta como directora con la irresistible LadyBird. Saorise Ronan (quien a esta velocidad de roles entrañables está a nada de que por fin podamos pronunciar su nombre correctamente) es Christine McPherson, una chica inadaptada que prefiere que la llamen Lady Bird y detesta la vida en Sacramento, California. Alumna de un colegio católico e hija menor en una familia con problemas económicos que no puede apoyarla para irse a estudiar a alguna universidad de la cosmopolita Coste Este, este alter ego escrito por Gerwig con autenticidad es la santa patrona del adolescente angustiado ante la imposibilidad de su identidad soñada. Muy emparentada con el psique de los personajes que Greta interpretó en Frances Ha y Mistress America, Lady Bird preserva el humor tímido e inseguro y un tono anticlimático. La diferencia absolutamente favorecedora entre ella y los papales que Gerwig popularizó es que la falta de rumbo e inseguridades de su protagonista resuenan más por ser adolescente, en tanto que las heroínas de Gerwig fueron veinteañeras que podrían pasar por desesperantes e inmaduras. Mucho se ha hablado sobre si Greta Gerwig merecía ser nominada al Oscar a Mejor Dirección por LadyBird, una terna en la que solo cinco mujeres han figurado en noventa años. Definitivamente otras exponentes merecían antes este honor, pero vale más la pena descubrir su talento detrás de la cámara, que es muy superior a su carrera como actriz.