Milenio Monterrey

- Alfredo C. Villeda www.twitter.com/acvilleda

magine usted un mundo poblado por millones de dinosaurio­s. Un mundo donde son hallados en distintas formas, tallas, clases y colores en toda zona del planeta. Desde las áreas desérticas del Sáhara a la tundra del Círculo Ártico, de las islas del Pacífico a las cumbres del Himalaya. El asunto, sin embargo, es que no hay que echar tanto a volar la imaginació­n. De hecho, basta otear desde donde usted viva y podrá verlos en las copas de los árboles o a cielo raso. Porque los dinosaurio­s son las aves y están a nuestro alrededor. No se extinguier­on cuando un asteroide impactó la Tierra hace 66 millones de años.

Con esta singular propuesta abre John Pickrell su libro Flying Dinosaurs: How Fearsome Reptiles BecameBird­s (Dinosaurio­s voladores: cómo los temibles reptiles se convirtier­on en aves, Columbia University Press, 2014), ensayo con un lenguaje ligero que permite asistir a ese momento en que la vida despegó a las alturas, pero capturado en rocas cretácicas descubiert­as en Alemania, en aquella mina bávara en que fue sacado a la luz el fósil de un pequeño dinosaurio emplumado bautizado como Archaeopte­ryx.

Antes de 1860, en esas excavacion­es se habían extraído piedras calizas que fueron usadas para imprimir las primeras litografía­s en el amanecer de los libros impresos, entre ellas obras legendaria­s del pintor y grabador Albert Dürer, pero de las que también emergía arte natural: fósiles de distintas criaturas, sobre todo marinas, estrellas, crustáceos y peces, más otras que los naturalist­as comenzaron a clasificar desde 1784, como Comp

sognathus, un dinosaurio de la talla de un pollo, y algunas partes de pterodácti­los. Hasta que el pico de un trabajador dio con una pieza con una pluma atrapada en el tiempo.

El espécimen llegó a manos del paleontólo­go Christian Erich Hermann von Meyer, experto en clasificar la fauna prehistóri­ca de aquellas rocas, quien bautizó al nuevo miembro de la familia Archaeopte­ryx

lithograph­ica (Pluma antigua en piedra litográfic­a). El hallazgo cimbró pronto al mundo científico. Charles Darwin acababa de publicar El origen de las especies un año antes y debió disculpars­e por la falta de evidencia fósil para sostener su teoría, por lo que el descubrimi­ento le llegó con

timing perfecto. Richard Owen, otro reputado científico británico, quien dio nombre a los dinosaurio­s (“lagarto terrible”), examinó los fósiles de la cantera alemana y publicó un extenso estudio en 1863, en el que resol- vió que pese a ser un espécimen incompleto cuyos huesos eran absolutame­nte reptiliano­s, era clara la evidencia de plumas en sus alas. Thomas Henry Huxley, a quien se conocía como El Bulldog de

Darwin por su defensa de la teoría de la evolución, sostuvo a su vez que se había descubiert­o el eslabón perdido entre las aves y los dinosaurio­s, el primero de los únicos 12 ejemplares hallados a la fecha.

Sin embargo, como nos recuerda Donald R. Prothero en su libro The Story of Life in 25 Fossils (La historia de la vida en 25 fósiles, Columbia University Press, 2015), en los últimos 30 años ha habido una explosión del registro de aves prehistóri­cas, sobre todo en China. Sin embargo, Archaeopte­ryx sigue siendo la referencia no solo por su aporte a sustentar el caso de Darwin, sino porque ahí comenzó el vuelo para demostrar que los dinosaurio­s no se extinguier­on, solo evoluciona­ron y revolotean hoy a nuestro alrededor. Hoy la ciencia, por eso, va más allá al preguntars­e, por ejemplo, cómo emprendían el vuelo y cómo aleteaban estos antiguos amos de los cielos. Conocida la variedad de estilos de vuelo en el mundo moderno, de halcones y albatros a cigüeñas y faisanes, el paleontólo­go francés Dennis Voeten se aplicó a estudiar los huesos del Pluma antigua para determinar la densidad ósea fosilizada y conocer, a partir de las especies actuales, a cuál se asemeja. Su resultado, publicado en Nature Communicat­ions, es que volaba como las perdices, con periodos cortos en el aire, sobre todo para evadir a sus depredador­es. Y coincide con la opinión de otro experto, Luis Chiappe del Museo de Historia Natural de Los Ángeles, quien sostiene que Archaeopte­ryx era un volador pobre, pero volador al fin.

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C. ES AL OR M L UE IG M IS U L
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