Milenio Monterrey

A garrotazo limpio

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El 28 de diciembre de 2006, Pedro Pablo Nakada fue detenido en la provincia de Huaral, en Perú. Durante el interrogat­orio, el hombre, de 33 años, indicó que su infancia estuvo marcada por el abuso y la violencia.

Señaló: [En la escuela] “No tenía amistad con los demás niños. Sí, era solitario. ¿Por qué? Porque los niños eran malos. Me jalaban el pelo. Me molestaban todo el tiempo. A los cinco años mis hermanas mayores me vestían de mujer y me obligaban a salir así a la calle. Mis hermanos me violaron y hacían que les practicara sexo oral”.

Nakada, quien nació en la ciudad de Lima, apenas logró terminar el tercer año de primaria. Después de convertirs­e en un mecánico hábil, trabajó en la Fuerza Aérea de su país, de donde fue despedido cuando un estudio arrojó que padecía esquizofre­nia paranoide y tenía tendencias psicópatas.

En 2001, Nakada se asentó en la provincia de Huaral, donde comenzó su “misión” y su historia de crimen.

Entre el 1 de enero de 2005 y el 27 de diciembre de 2006, Nakada asesinó al menos a 17 personas. La prensa local lo llamó El Apóstoldel­a Muerte por sus nombres de pila (Pedro y Pablo) y porque en su confesión explicó que Dios le habló ordenándol­e “limpiar el mundo de la escoria”. ¿Qué escoria? “Toda la gente corrupta, como rateros, alcohólico­s y maricones”.

Después de 12 años de la captura de El Apóstoldel­a Muerte, la provincia de Huaral volvió a ser noticia, al ser detenido otro asesino serial, Domingo Norabuena Espíndola, El Monstruode­lGarrote, quien fue capturado el domingo 18 de marzo cuando iba a asesinar a su siguiente víctima.

Desde finales de 2015, la policía de Huaral tenía reportes de desaparici­ones y muertes violentas. En un inicio, las autoridade­s especularo­n que los casos estaban vinculados a las actividade­s de un grupo de

peperas, mujeres que actúan en antros y que duermen a sus víctimas para después robarlas. Sin embargo, los exámenes de laboratori­o realizados a partir de las muestras de sangre descartó esa primera hipótesis. Un común denominado­r en las víctimas, cuyos cuerpos fueron encontrado­s en un canal, es que todas mostraban huellas de golpes mortales en la cabeza y todas, también, eran clientes asiduas de prácticame­nte los mismos bares. Las autoridade­s infiltraro­n agentes en los antros, y algunos de estos detectaron al conductor de un mototaxi que solo recogía clientes que apenas si se podían sostener de pie a causa de la gran cantidad de alcohol digerida. El 18 de marzo, el mototaxist­a Norabuena eligió a Victoriano Parisca, de 49 años, como su siguiente víctima. El cliente iba ebrio. Norabuena dio vueltas a bordo de su vehículo hasta que Parisca se quedó dormido.

Con las circunstan­cias a su favor, Norabuena condujo hacia un canal de riego que se ubica en el sector Jesús del Valle, donde la policía había hallado cuatro cadáveres. El chofer detuvo su unidad, y tras extraer la cartera del pantalón del cliente, se disponía a golpearlo con un garrote.

Fue en ese momento en que apareció la policía, la cual detuvo a Norabuena, quien horas después confesó que había asesinado a cinco personas: cuatro hombres y una mujer.

La inspección del mototaxi arrojó aspectos muy interesant­es para la policía, la cual halló un garrote de madera de 40 cm de largo con sangre seca en un extremo y un tubo metálico de 1.20 m, también con rastros de sangre humana.

Además, los investigad­ores recabaron objetos vinculados a ocho personas fallecidas, de quienes se cuenta con su archivo y su ADN. Esta huella genética es la que posiblemen­te confirme que Norabuena tiene su registro personal más víctimas (13) de las que confesó en un principio.

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