HIPOCRESÍA LUCRATIVA
Por alguna razón no había visto hasta hace poco el documental sobre la primera gestión de Mauricio Fernández al frente del municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León, titulado simplemente Elalcalde, dirigido por el periodista Diego Enrique Osorno, en colaboración con Emiliano Altuna y Carlos F. Rosini. El documental es fascinante a varios niveles, y no sorprende que haya sido tan premiado y críticamente aclamado, pues Fernández se sincera absolutamente en cuanto a los polémicos métodos utilizados para sacar al narcotráfico de San Pedro, incluido pagar por información hasta si viene de los propios narcos, y en varias ocasiones se detiene un centímetro antes de afi rmar que de alguna manera las fuerzas del municipio se encuentran implicadas, o al menos están al tanto, en los asesinatos que eliminan del panorama a los narcos a los que busca combatir.
En algún momento, Fernández aborda el tema de la legalización de las drogas, pues le parece absurdo que no ocurra, y toca un punto importante: ¿cómo es posible que los miles de millones de dólares que genera el comercio de drogas entre México y Estados Unidos no ingresen a la economía vía el sistema fi nanciero? ¿O debemos pensar que se transporta en billetes de 100 dólares masivamente?, pregunta. Es decir que, por la más elemental lógica, las mismas instituciones fi nancieras que nos regañan por ser irresponsables con el tema del gasto público y de los créditos privados, son cómplices de que el dinero del narcotráfico entre a circular en la economía formal. Si a lo anterior sumamos la evidente penetración del
narco en las policías y en los más altos niveles gubernamentales, y por supuesto la demanda de los consumidores, sin la cual el negocio sería inexistente, es posible ver que se trata de un asunto sistémico, donde absolutamente todo el mundo participa, pues dada la macabra carnicería a la que asistimos todos los días, la simple negativa a discutir la legalización que potencialmente le pondría fi n, implica a toda la sociedad en la realidad que esto produce.
Nos encontramos quizá frente a la más acabada expresión del neoliberalismo y su tradicional doble moral, pues el tan mentado libre mercado y la tan mentada libertad que debería otorgarnos no se producen en cuanto al tema que quizá más violencia y daño haya causado a la vida pública en las últimas décadas. Sin embargo, el actual acuerdo sirve mejor a los intereses de los narcos, quienes tienen un negocio un tanto monopólico y con precios de mercado negro, y también a los del Estado, pues la lucha contra las drogas le provee el pretexto perfecto para la militarización de la sociedad, con los métodos de control que ello implica. En ese sentido, tanto la estética del narcotráfico como la de los operativos militares, con las capturas de capos y las pilas de dinero y exhibición de su poderoso arsenal incluidos, constituyen quizá la expresión más acabada de la estética del neoliberalismo, que ha venido a reemplazar a la estetización de la política que advirtió Walter Benjamin, solo que ahora en vez de rendirle culto a un líder carismático, se le rinde culto a la violencia sistémica que parecería no tener fi n.