Violencia... el fantasma que nunca se fue
En Reynosa, ayer por la tarde seis personas inocentes, entre ellas dos mujeres, murieron bajo el fuego cruzado entre bandas del crimen organizado, que no tienen los mínimos códigos de respeto por los civiles.
En Nuevo Laredo, entre la noche del 24 de marzo y la madrugada del 25, una mujer y sus dos hijas murieron por disparos hechos desde un helicóptero de la Marina que enfrentaba a los integrantes de un grupo delincuencial que opera en esa zona.
Es el triste sello de una frontera en donde la muerte violenta se vuelve cotidiana, pero no por ello menos dolorosa para los deudos.
En Guerrero, el obispo de Chilpancingo Chilapa desató hace días un escándalo al admitir que se reunió con miembros de la delincuencia organizada que asuela esa región, con el fin de buscar una solución pacífica para los habitantes de su diócesis que sufren constantes ataques.
Surgieron de inmediato los señalamientos y acusaciones de que negocia con delincuentes y los encubre, olvidándose que en ese estado han asesinado recientemente a seis sacerdotes. Si con sus acuerdos logra que ya no caiga ni un civil ni un religioso más, habrá que preguntarle cómo le hizo.
Porque ayer salió en su defensa la Conferencia del Episcopado Mexicano, al respaldar “la forma en que cuida y protege a los habitantes de sus comunidades y a sus catequistas y sacerdotes que tienen que trabajar y pasar por comunidades muy peligrosas”.
En Nuevo León bastaron los ataques a balazos en tres restaurantes, uno en San Pedro y dos en Monterrey, con saldo de cuatro muertos y dos heridos en menos de una semana, para que los restauranteros alzaran la voz y exigieran instalar botones de pánico interconectados a Seguridad Pública para brindar protección, seguridad y confianza a sus clientes.
Y no es para menos, porque ya circula en Monterrey, a través de redes sociales, una noticia falsa, un fakenews atribuido a “un comando de Fuerza Civil” que recomienda no salir este fin de semana porque habrá más balaceras en la calle y ataques en restaurantes y plazas comerciales.
En plenas campañas presidenciales, el reclamo nacional es que haya paz. No es mucho pedir, ¿o sí?