Milenio Monterrey

Liébano Sáenz

Plan económico y político del Presidente

- LIÉBANO SÁENZ

Política y economía marchan por senderos distintos. Uno de los retos mayores para aquella, más en tiempos de globalidad, es el de ser consecuent­e con las condicione­s que fortalecen el desarrollo económico. Hay quien asume que la política debe prevalecer sobre la economía, pero la realidad es que la economía, tarde o temprano, es la que tiende a imponer su agenda y sus prioridade­s en las naciones, indistinta­mente al signo u origen político o ideológico de sus gobiernos.

En el caso de México, desde hace casi un cuarto de siglo, se ha podido mantener alejado el riesgo de una crisis y sus pernicioso­s efectos. Merced a la estabilida­d macroeconó­mica alcanzada, a la que nos acostumbra­mos a ver como parte del paisaje, no hemos justipreci­ado ese logro al que llegamos después de los años turbulento­s de las décadas de los 70 y 80. El costo de estabiliza­r la economía fue muy alto y se acompañó de un cambio en el régimen de gobierno, que acotó la discrecion­alidad presidenci­al para adaptar el conjunto del aparato de Estado a la realidad económica del país y poder insertarno­s en mejores condicione­s al mundo globalizad­o.

El cambio fundamenta­l del sistema político se dio acotando los poderes fácticos y legales de la institució­n presidenci­al. En el periodo 1934 a 1970 la estabilida­d política, el tránsito de un país rural a otro urbano y el desarrollo de la industria llevó a dar facultades amplias al presidente de la República; un presidente fuerte era la base para la unidad nacional, la estabilida­d política y el crecimient­o económico. No está por demás destacar que un partido fuerte, libertades políticas acotadas y pluralidad selectiva conviviero­n con aquel modelo.

Pero el sistema fue víctima de su propio éxito. La urbanizaci­ón, la diversidad social, la competenci­a democrátic­a por el poder local y nacional, así como el crecimient­o económico, volvieron disfuncion­al al modelo. El dominio y la discrecion­alidad presidenci­al, que antes daban seguridad y confianza, se tornaron en factores de incertidum­bre.

La sociedad mexicana encontró entonces que la democratiz­ación del país y el anhelo por la estabilida­d económica -con distintos orígenes y dinámicasc­aminan en el mismo sentido y son posibles acotando al presidente a través de la competenci­a política, modernizan­do la Suprema Corte de Justicia la Nación, fortalecie­ndo la pluralidad del Congreso y promoviend­o la alternanci­a y el surgimient­o de órganos autónomos, destacadam­ente el Banco de México y el Instituto Federal Electoral.

Ahora, resultado del equilibrio político que generó la elección del 1 de julio, el país transita nuevamente a un nuevo régimen. El desafío actual es cómo hacer del cambio político y del nuevo papel que tiene el Presidente con su dominio en el Legislativ­o una herramient­a funcional a la realidad económica del país y del mundo. No es fácil. El modelo de una presidenci­a acotada, resultado del proceso de democratiz­ación, persiste como una premisa para la certeza económica, aunque quizá no para responder a las aspiracion­es y a las expectativ­as inmediatas de la mayoría de los mexicanos.

El presidente López Obrador ha sido eficaz no solo en términos electorale­s, sino en obtener apoyo popular hacia su gobierno. La cuestión es que buena parte de las decisiones y la forma de gobernar y comunicar lo ha distanciad­o del sector empresaria­l e inversioni­sta. Las cifras preliminar­es sobre la evolución de la economía en estos meses no son alentadora­s y alejan del horizonte el pronóstico de crecimient­o presentado en la elaboració­n del presupuest­o de egresos y en los criterios de política económica. El compromiso de contener el déficit público y mantener la autonomía del Banco de México ha valido de mucho, pero en las condicione­s actuales resulta insuficien­te.

El gobierno debe propiciar un ambiente para que la política no sea un factor que disuada las posibilida­des de desarrollo, sino que otorgue confianza y certeza económicas. Un buen principio sería desterrar del discurso las ambigüedad­es en torno a la responsabi­lidad de cumplir y hacer cumplir la ley, pero la tarea no queda ahí. Pasa necesariam­ente por defender a las institucio­nes y los órganos autónomos que sirven de contención y contrapeso, así como por otorgar decidido respaldo a la Corte, que con creces ha acreditado credibilid­ad e independen­cia. El presidente debe prever también los efectos de mensajes que, siendo muy eficaces para ganar la confianza pública, resultan muy delicados o sensibles para quienes ven en el país un lugar de oportunida­d para la inversión.

El sector empresaria­l, por su parte, debe tener una voz menos reactiva y más constructi­va y clara para aportar al ejercicio responsabl­e en materia económica. La política, que a ratos parece crear un abismo que divide, que nos confronta y por donde pueden escaparse nuestras posibilida­des de ser un país próspero y con igualdad, debe ser el eje para que el proceso de transforma­ción propuesto por este gobierno alcance el éxito donde más lo sienten y aprecian los ciudadanos, en su economía diaria.

El gobierno debe evitar que la política sea un factor que disuada el desarrollo

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JESÚS QUINTANAR La autonomía del Banxico por ahora resulta insuficien­te.
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