La distopía de Orwell aplicada a México
El nuestro es un país tan habituado a la mentira, que se hartó del mentiroso y acomodó en la ausencia de verdad. En estos tiempos del desprecio al trabajo intelectual, el Presidente se revela como quien ve futilidad en lo que no tiene una manifestación inmediata. Supone que analizar la realidad no hace nada por transformarla, mientras transforma el relato de la realidad como si al manipularlo ésta cambiara.
México se sumerge en el doblepensar. Aquel doblepensamiento de 1984, base del mundo distópico en la novela de Orwell, refleja bien la práctica política de nuestras latitudes. Un sistema completo en el que la conciencia del saber convive con la elaboración de mentiras. La posibilidad de sostener ideas contradictorias y decantarse por ambas. “Repudiar la moralidad mientras se recurre a ella”, escribió el inglés en una frase espantosamente mexicana.
Solo en el país del doblepensar es honesto decir mentiras, inventar que un funcionario desempeñaba cargos cuando no lo hacía. Hablar de transparencia sin cumplir sus obligaciones y otorgándole el manejo de grandes presupuestos a la institución menos transparente de la República. Solo a través del doblepensar, tendría sentido que el Presidente afirme, convencido, que el organismo que insistió en la apertura de información en un escándalo de corrupción es el responsable de bloquearla. Que la participación y los argumentos de organizaciones civiles especializadas en seguridad y derechos humanos son trabas para la seguridad y los derechos humanos. Para el doblepensar, es válido decir que se respetará la autonomía de instituciones mientras se ataca su capacidad de acción propia. Que un Estado democrático en el que los poderes civiles se sitúen sobre los militares se obtiene dándole más poder a los militares. Solo en el doblepensar se encuentra honestidad en las estrategias que antes se habían criticado al ocultar bienes. Se niega el despotismo nombrando a los más cercanos del poder, responsables de vigilarlo desde las fiscalías, general, electoral y contra la corrupción.
Bajo la mirada del doblepensar, toda crítica democrática es sinónimo de oposición y se cree que la oposición implica política partidista. Todo ciudadano escéptico o que demuestre los errores es un contrincante. Abrazando nuestra cultura, el doblepensar hace institución. Diariamente, cada mentira es refutada y pasa de largo. La verdad como concepto se pesa contra la popularidad y estridencia de la aclamación. El aparato presidencial ha construido cuidadosamente su inmunidad. Su retórica se esparce por medios propios que cuentan con mayor alcance para hacer creer a expensas del saber. No importa lo que se diga o si es real. Le permiten ignorar la exhibición de falsedades en columnas de opinión; nada le afecta si convence a los más de su verdad. Hasta las mentiras más perversas se dispersan en frases sencillas.
Ya una vez Goytisolo escribió de un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos, de un príncipe malo, de una bruja hermosa, y de un pirata honrado. Escribió de esas cosas en un mundo al revés. Supongo que no ha de faltar quien diga que la literatura tampoco sirve para transformar nada, pero al menos ahí la fantasía no hace daño.