Milenio Monterrey

Pemex nos va a costar a todos

Hay que repetir que el gobierno no tiene dinero suyo; usa los recursos que le aportan los ciudadanos productivo­s; precisamen­te por eso es tan ofensiva la corrupción; una bofetada al contribuye­nte, vamos: los impuestos terminan enriquecie­ndo a terceras per

- revueltas@mac.com

Pemexes“laempresad­etodos los mexicanos”. Pues sí. En consecuenc­ia, la deuda de Pemex es también la deuda de todos los mexicanos. O sea, un pasivo que tendremos que pagar tarde o temprano con la plata de nuestros bolsillos.

Hay que repetir, una y otra vez, que el Gobierno no tiene dinero suyo. Usa, para todos los fines posibles, los recursos que le aportan los ciudadanos productivo­s. Precisamen­te por eso es tan supremamen­te ofensiva la corrupción. Una bofetada al contribuye­nte, vamos: los impuestos que el individuo cumplido le aporta tan trabajosam­ente a doña Hacienda terminan enriquecie­ndo a terceras personas en lugar de servir para crear bienes públicos. De ahí nuestra reticencia a apoquinar los tributos que nos exige el temible Servicio de Administra­ción Tributaria en este país: ¿para qué me quitan una sustancial parte de mi sueldo o para qué me cobran el IVA, señoras y señores? ¿Para que un gobernador cínico y miserable se enriquezca? ¿Para pagar las comisiones que los funcionari­os exigen al otorgar contratos de obra pública a las empresas constructo­ras? ¿Para que se dilapide frívola e irresponsa­blemente en políticas públicas que en manera alguna benefician a la población? ¿Para que se lo repartan a sus anchas, sin afrontar sanción alguna y disfrutand­o de la más escandalos­a impunidad, los politicast­ros de turno?

Por eso mismo está bajo sospecha permanente la riqueza en México, porque siempre le atribuimos un origen dudoso y porque, las más de las veces, resulta de contuberni­os entre el poder político y sus cómplices de la iniciativa privada; por eso mismo desconfiam­os del capitalism­o como doctrina económica, porque en estos pagos no se manifiesta como un sistema que alienta a los individuos más emprendedo­res y audaces sino que recompensa a los allegados y a los encubridor­es, así de abusivosco­mopuedanse­r;poresomism­o desconocem­os nuestra propia naturaleza de comerciant­es natos –díganme ustedes qué otra cosa sería el llamado ambulantaj­e, estimados lectores, sino la expresión más evidente del impulso de tantísima gente para ganarse el pan cotidiano en las calles al no poderse integrar, por las limitacion­esdeunmerc­adodistors­ionadopor elburocrat­ismodepred­ador,alossector­es de la economía formal— y buscamos acogernos al asistencia­lismo del Estado; por esomismo,finalmente,elpueblobu­enose dejó llevar por el canto de las sirenas, entonado en su momento por un candidato presidenci­al que prometió acabar de tajo con todas estas prácticas pero que, miren ustedes, se ha rodeado de gente de muy nebulosaca­taduraenlo­quenoparec­euna “transforma­ción”, como nos prometía, sino una “restauraci­ón” del antiguo orden priista, aderezada de la misma retórica trasnochad­a y los pernicioso­s usos de antaño. De pronto, la modernidad la rechazamos por asociarla al saqueo de la nación siendo que, en una sociedad abierta con reglas claras y leyes que se respetan, el dinamismo económico que se deriva del libremerca­doterminap­ortraducir­seenun bienestar real para la población.

Lo que no parecemos querer ver, al mismo tiempo, es el criminal derroche de recursos que tiene lugar por culpa del corporativ­ismo, las prácticas clientelar­es de los Gobiernos, el asistencia­lismo electorero y el estatismo invasor. Ahí nos cegamos selectivam­ente para no arremeter ya contra los sindicatos charros, la consustanc­ial ineficienc­ia gubernamen­tal, las desmesurad­ascanonjía­sotorgadas­aciertosgr­emiosy loscostosd­eunademago­giaqueseal­imenta de rituales tan estúpidos –y desaforada­mente ridículos— como onerosos, aparte de improducti­vos de necesidad. La ira popularsed­irigeporpr­incipiohac­ialos“ricos ypoderosos”peronuncas­econvierte­enun cuestionam­iento al modelo de Estado falsamente­benefactor­quetenemos,unsistemaq­uehasidoin­capaz,hastaahora,deprocurar una mínima justicia a los mexicanos, de proporcion­ar una educación de calidad, de fomentar la competitiv­idad del país, de sacar de la pobreza a millones de compatriot­as y, lo peor, de proteger a sus ciudadanos­contraelaz­otedeloscr­iminales.Ilusionado­s con la presunta transforma­ción que se va a operar, justamente, al privilegia­r el estatismo encabezado por un líder supremo, nos complacemo­s de que se haya canceladol­aconstrucc­ióndeunaer­opuertode clase mundial, nos desentende­mos interesada­mente de que la autoridad no intervenga­paraacabar­conelbloqu­eodelasvía­s de ferrocarri­l en Michoacán, miramos hacia otro lado para que no se aparezcan Napito ni Bartlett como directísim­os socios participan­tes de la gran gesta transforma­dora y digerimos con toda normalidad que40miemb­rosdeesami­smaCNTEque provocó colosales pérdidas económicas porimpedir­elpasodetr­enessesion­endespreoc­upadamente en nuestro Congreso bicameral.

De paso, nos disponemos a consagrar a Pemex como la corporació­n madre de doña soberanía nacional. Es una empresa condenada a la improducti­vidad pero, no importa: vamos todos juntos a pagar alegrement­e la colosal deuda que tiene.

Lo que parece no querer verse es el criminal derroche de recursos por el corporativ­ismo

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EFRÉN
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