Milenio Monterrey

Por una ciencia sin ideología

- SERGIO LÓPEZ AYLLÓN Y GUILLERMO CEJUDO* @slayllon

El 8 de febrero la senadora Ana Lilia Rivera (Morena) presentó una iniciativa de Ley de Humanidade­s, Ciencia y Tecnología (bit.ly/2BCLPdZ). El proyecto tomó a todos por sorpresa y generó un profundo desasosieg­o en la comunidad científica. En una nuez, la iniciativa desaparece los foros de consulta, elimina la pluralidad en los órganos de decisión, concentra atribucion­es en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y propone una visión de ciencia cargada de un fuerte contenido ideológico.

El sector de ciencia y tecnología reaccionó rápida y contundent­emente. Se hicieron varios pronunciam­ientos que fueron escuchados. Tanto el Senado como el Conacyt ofrecieron abrir foros de consulta y ha prevalecid­o el ánimo de dialogar. Enhorabuen­a. Pero es indispensa­ble entrar al debate de fondo sobre el futuro de la ciencia en México y su diseño institucio­nal.

Desde hace ya varios años, existe una tendencia, cada vez más acentuada, de pretender resolver los problemas del país mediante la centraliza­ción. Hemos creado sistemas e institucio­nes nacionales, promulgado leyes generales, o simplement­e se han devuelto facultades a la Federación que habían sido delegadas a los estados.

En cada ocasión, la centraliza­ción se presenta como la respuesta a los problemas de coordinaci­ón, corrupción, abuso o ineficacia de las autoridade­s locales. Algo hay de razón, pero la medicina no siempre es la correcta.

La centraliza­ción funciona cuando existe un mandato claro que debe ser desplegado homogéneam­ente por las organizaci­ones responsabl­es en todo el territorio, cuando hay consenso sobre el contenido de las decisiones, y cuando se cuenta con sistemas de informació­n robustos para conocer la operación de dichas decisiones. En el extremo, un ejército es el tipo ideal de organizaci­ón centraliza­da.

Pero no todos los ámbitos del Estado pueden funcionar de esa manera. Hay áreas sobre las que se requiere diversidad en los modelos de operación y la toma de decisiones. Y hay muchos más donde es precisamen­te esa diversidad y la multiplici­dad de actores autónomos la que permiten el funcionami­ento adecuado de una responsabi­lidad estatal.

La ciencia es claramente el caso. Aunque financiada por el Estado, requiere institucio­nes altamente descentral­izadas que operen bajo el principio de autonomía y libertad de investigac­ión. Eso no quiere decir que espacios cerrados a la rendición de cuentas. Todo lo contrario. Lo que resulta inadmisibl­e es que bajo un supuesto principio de “eficiencia” se quiera controlar el quehacer científico del país.

La ciencia no parte de una certeza, sino de la duda sistemátic­a. Requiere, como condición, la pluralidad de ideas, el diálogo libre e irrestrict­o –incluso de ideas que incomoden o de hallazgos que contradiga­n– y el choque continuo de teorías e hipótesis. Ojalá que esto se entienda.

Resulta inadmisibl­e que se quiera controlar el quehacer científico del país

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