La diabólica derecha
Me mosquea la idea de que en algún punto el activismo del matrimonio igualitario vendió el alma gay a la derecha recalcitrante, solo eso puede justificar la diabólica sincronización entre el asentimiento del matrimonio igualitario y la criminalización del
La especulación conservadora arraigada en buena parte del censo político nuevoleonés es perversa: por un lado aprueba el matrimonio igualitario y días después, tan solo un par de docenas de horas después, criminaliza el aborto, judicializando a las mujeres y empujando las percepciones hacia la derecha más inquisidora. Significativo acentuar aquí que la realidad del matrimonio entre personas delmismosexoenNuevoLeóncuajógracias a la intervención de la SCJN, quien invalidó los artículos del Código Civil que impedían su ejecución y me dicen que tienen fe en que se aplique el mismo proceso para disolver la penalización del aborto, lo que me lleva a pensar que depender de la SCJN como quien reza a un santo es propio de un ambiente aleccionadoramente opresivo. Para qué sirven los representantes pues…
El fin justifica a los interceptores de la Suprema Corte, a quienes no pocos activistas aplaudieron con el mismo agradecimiento familiar que se le rinde a los padrinos de boda, anillos, cojines, padrinos de recuerditos, calcetines o lo que sea, la urgencia por celebrar la victoria matrimonial lgbt+ supuso una suerte de autocensura frente al golpe que ya planeaba el ala conservadora regia que ni siquiera disimuló en el tiempo, clavó la reforma al Artículo 1 Constitucional de Nuevo León con revanchista convicción: se garantizaba el derecho a la vida desde la concepciónhastalamuerte,posicionandoel aborto como un delito merecedor de cárcel.
Como dos universos paralelos trascurriendo en un mismo hoyo negro, la otra cara de la dichosa interseccionalidad, las protestas feministas se encrudecían mientras el activismo matrimonial prefería abstraerse en el ombligo de su propio logro nupcial, anunciando con bombo y espantasuegras la primera boda gay de Monterrey cuando el debate sobre el aborto sucumbía a la incertidumbre.
O eso percibí, si hubo reproches desde los colectivos gays simplemente no los vi, pues estaba cegado por la ira de ver cómo, una vez más, las pandillas políticas capitalizaban nuestra inclusión para su beneficio clientelar sin importar los bandos ideológicos, hasta la supuesta izquierda en ocasiones se hace pendejaunavezquelosvotosjotosleshanutrido la victoria, como sucede cuando pierden el control sobre temas que les resultan espinosos, el VIH sin ir más lejos.
En el distópico caso regio, me mosquea la paranoica idea de que en algún punto el activismo del matrimonio igualitario vendió el alma gay, de forma involuntaria, quiero pensar, a la derecha recalcitrante. Solo eso puede justificar la diabólica sincronización entre el asentimiento del matrimonio igualitario y la criminalización del aborto, secuencia de lógica beata a la que muchos gays se adscribieron, dejándose llevar por el complaciente enfoque tradicionalista de las instituciones que ofrece esa cómoda gratificación de la tan sobrevalorada normalidad, la hipócrita aceptación y por ende funcionalmente irresistible, sobre todo para los homosexuales que si de algo sabemos, es de rechazo social.
Sin regodearme en nombres o apodos porque soy puto, pero no lioso, alcancé a leer comentarios de entusiastas del matrimonio igualitario regio que teorizaban sobre parejas de homosexuales, casadas con todas las de ley, adoptando los bebés que las mujeres no quisieran tener como solución a un sofisma en el que los derechosos ganan: se prevalece el derecho de un cigoto indefenso a la vida y los homosexuales pueden recrear su fantasía de unión norteñamente heteronormada, tan perfecta y artificial como spot televisivo de cereal o alguna marca de carbón paracarneasada,inflandoelprejuiciomoralista sobre algo tan complejo y particular comoelaborto,quealmargendelaopiniónque podamosteneralrespecto(yoestoyafavor), los hombres simplemente deberíamos de concentrarnos en el cicatero regreso de Zidane al Real Madrid, debatir sobre lo insoportable y fastidiosa que es la Silky Nutmeg Ganache de la temporada 11 de RuPaul’s Drag Race o ver pornografía y mantener la boca bien pinche cerrada sobre algo de lo que no tendremos nunca jamás ni puta idea.
Son esos huecos del matrimonio igualitario los que me producen conflictos y me hacen dudar de sus beneficios, pues éstos suelen ser, en la mayoría de las veces, emulaciones de la utilería buga plagada de “contradicciones y antagonismos en medio de los cuales se mueve la sociedad, dividida en clases desde la civilización, sin poder resolverlos ni vencerlos”, como se refiere Friedrich Engels al matrimonio hetero, monógamo y tradicional en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
¿Con qué jeta los putos lidiamos con eso? ¿Cómo versarnos a la igualdad de derechos cuando los legisladores utilizan la socorrida causa del matrimonio gay justo para desemparejar el suelo a favor de “la vida” en su acepción religiosa y chantajista? Es más: ¿cómo nos atrevemos a simpatizar luchas feministas cuando estamos a favor de la subrogación de vientres infiriendo esa, para mí,desagradablepercepcióndelúterocomo máquinas incubadoras? Percepción utilizada por los grupo antiabortistas para despojar a las mujeres de su identidad.