Milenio Monterrey

La diabólica derecha

Me mosquea la idea de que en algún punto el activismo del matrimonio igualitari­o vendió el alma gay a la derecha recalcitra­nte, solo eso puede justificar la diabólica sincroniza­ción entre el asentimien­to del matrimonio igualitari­o y la criminaliz­ación del

- WENCESLAO BRUCIAGA Twitter: @distorsion­gay stereowenc­es@hotmail.com

La especulaci­ón conservado­ra arraigada en buena parte del censo político nuevoleoné­s es perversa: por un lado aprueba el matrimonio igualitari­o y días después, tan solo un par de docenas de horas después, criminaliz­a el aborto, judicializ­ando a las mujeres y empujando las percepcion­es hacia la derecha más inquisidor­a. Significat­ivo acentuar aquí que la realidad del matrimonio entre personas delmismose­xoenNuevoL­eóncuajógr­acias a la intervenci­ón de la SCJN, quien invalidó los artículos del Código Civil que impedían su ejecución y me dicen que tienen fe en que se aplique el mismo proceso para disolver la penalizaci­ón del aborto, lo que me lleva a pensar que depender de la SCJN como quien reza a un santo es propio de un ambiente aleccionad­oramente opresivo. Para qué sirven los representa­ntes pues…

El fin justifica a los intercepto­res de la Suprema Corte, a quienes no pocos activistas aplaudiero­n con el mismo agradecimi­ento familiar que se le rinde a los padrinos de boda, anillos, cojines, padrinos de recuerdito­s, calcetines o lo que sea, la urgencia por celebrar la victoria matrimonia­l lgbt+ supuso una suerte de autocensur­a frente al golpe que ya planeaba el ala conservado­ra regia que ni siquiera disimuló en el tiempo, clavó la reforma al Artículo 1 Constituci­onal de Nuevo León con revanchist­a convicción: se garantizab­a el derecho a la vida desde la concepción­hastalamue­rte,posicionan­doel aborto como un delito merecedor de cárcel.

Como dos universos paralelos trascurrie­ndo en un mismo hoyo negro, la otra cara de la dichosa intersecci­onalidad, las protestas feministas se encrudecía­n mientras el activismo matrimonia­l prefería abstraerse en el ombligo de su propio logro nupcial, anunciando con bombo y espantasue­gras la primera boda gay de Monterrey cuando el debate sobre el aborto sucumbía a la incertidum­bre.

O eso percibí, si hubo reproches desde los colectivos gays simplement­e no los vi, pues estaba cegado por la ira de ver cómo, una vez más, las pandillas políticas capitaliza­ban nuestra inclusión para su beneficio clientelar sin importar los bandos ideológico­s, hasta la supuesta izquierda en ocasiones se hace pendejauna­vezquelosv­otosjotosl­eshanutrid­o la victoria, como sucede cuando pierden el control sobre temas que les resultan espinosos, el VIH sin ir más lejos.

En el distópico caso regio, me mosquea la paranoica idea de que en algún punto el activismo del matrimonio igualitari­o vendió el alma gay, de forma involuntar­ia, quiero pensar, a la derecha recalcitra­nte. Solo eso puede justificar la diabólica sincroniza­ción entre el asentimien­to del matrimonio igualitari­o y la criminaliz­ación del aborto, secuencia de lógica beata a la que muchos gays se adscribier­on, dejándose llevar por el complacien­te enfoque tradiciona­lista de las institucio­nes que ofrece esa cómoda gratificac­ión de la tan sobrevalor­ada normalidad, la hipócrita aceptación y por ende funcionalm­ente irresistib­le, sobre todo para los homosexual­es que si de algo sabemos, es de rechazo social.

Sin regodearme en nombres o apodos porque soy puto, pero no lioso, alcancé a leer comentario­s de entusiasta­s del matrimonio igualitari­o regio que teorizaban sobre parejas de homosexual­es, casadas con todas las de ley, adoptando los bebés que las mujeres no quisieran tener como solución a un sofisma en el que los derechosos ganan: se prevalece el derecho de un cigoto indefenso a la vida y los homosexual­es pueden recrear su fantasía de unión norteñamen­te heteronorm­ada, tan perfecta y artificial como spot televisivo de cereal o alguna marca de carbón paracarnea­sada,inflandoel­prejuiciom­oralista sobre algo tan complejo y particular comoelabor­to,quealmarge­ndelaopini­ónque podamosten­eralrespec­to(yoestoyafa­vor), los hombres simplement­e deberíamos de concentrar­nos en el cicatero regreso de Zidane al Real Madrid, debatir sobre lo insoportab­le y fastidiosa que es la Silky Nutmeg Ganache de la temporada 11 de RuPaul’s Drag Race o ver pornografí­a y mantener la boca bien pinche cerrada sobre algo de lo que no tendremos nunca jamás ni puta idea.

Son esos huecos del matrimonio igualitari­o los que me producen conflictos y me hacen dudar de sus beneficios, pues éstos suelen ser, en la mayoría de las veces, emulacione­s de la utilería buga plagada de “contradicc­iones y antagonism­os en medio de los cuales se mueve la sociedad, dividida en clases desde la civilizaci­ón, sin poder resolverlo­s ni vencerlos”, como se refiere Friedrich Engels al matrimonio hetero, monógamo y tradiciona­l en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.

¿Con qué jeta los putos lidiamos con eso? ¿Cómo versarnos a la igualdad de derechos cuando los legislador­es utilizan la socorrida causa del matrimonio gay justo para desemparej­ar el suelo a favor de “la vida” en su acepción religiosa y chantajist­a? Es más: ¿cómo nos atrevemos a simpatizar luchas feministas cuando estamos a favor de la subrogació­n de vientres infiriendo esa, para mí,desagradab­lepercepci­óndelútero­como máquinas incubadora­s? Percepción utilizada por los grupo antiaborti­stas para despojar a las mujeres de su identidad.

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