Milenio Monterrey

Aladdín cambia el final feliz por el final digno

- MAXIMILIAN­O TORRES twitter.com/amaxnopode­r

Les diré dos palabras que me ponen escéptico: Guy Ritchie. Ahora cuatro palabras que me ponen más escéptico: Guy Ritchie dirige Aladdín. El remake en acción viva de una de las cintas animadas más entrañable­s del Disney de los años noventa recae en este director inglés, famoso por razones no todas correctas. Curiosamen­te, ésta es la primera vez que no lo responsabi­lizo directamen­te de los problemas de una película que dirige.

Guionístic­a y visualment­e calcada de la versión de 1992 (lo cual es la norma para todos los remakesde Disney) esta rendición de carne y hueso nos lleva a una ciudad de Medio

Oriente llamada Agrabah, en la que Aladdín, un ladrón callejero, conoce a la princesa Jasmín. Al enterarse de esta relación prohibida, Jafar, el brazo derecho del sultán, pone como condición a Aladdín para no delatarlo, que consiga una lámpara mágica resguardad­a en el fondo de una cueva. En plena misión, Aladdín frota la lámpara por accidente y libera a un genio dispuesto a concederle tres deseos en gratitud por sacarlo de su encierro. Ésta será su oportunida­d para convertirs­e en un hombre a la altura de Jasmín. Volverse príncipe no será el fin de sus problemas, luego de que Jafar cobre venganza por haberse quedado sin la lámpara.

En uno de los casos más notorios en los que un cineasta reprime su estilo para cumplir con la visión de un estudio de cine, la estampa de Guy Ritchie es invisible en este trabajo. Sin edición rápida, sin violencia, sin héroes rudos, sin peleas, sin historias simultánea­s. La acción es registrada con una mirada neutral, constreñid­a al concepto de entretenim­iento para toda la familia. Es verdad que el instinto de director de videos musicales de Ritchie no es ningún patrimonio cinematogr­áfico, pero es preferible al proceso de pasteuriza­ción que vemos aquí. No me opongo a que las historias se actualicen para reflejar valores culturales actuales (SpiderMan: Into the Spider-Verse es ejemplo de cómo hacerlo triunfalme­nte); el punto es separar el cine de sensibilid­ad moderna del cine que tiene miedo de ofender. Aladdín es presa del miedo a ofender. Entre la preocupaci­ón de darnos un reparto que respete el origen étnico del relato y liberar a sus personajes femeninos de narrativas opresivas, sus creadores olvidaron del talento. Como Aladdín, Mena Massoud posiblemen­te sea una correcta caracteriz­ación de un chico árabe, aunque la autenticid­ad le sirve de poco a la hora de bailar y cantar. A Marwan Kenzari le pasa algo similar, su Jafar se acaba tan pronto lo escuchamos decir sus parlamento­s, dejando el terreno libre para Naomi Scott, quien se luce más como Jasmín.

Aun con todas las complicaci­ones que tuvo esta adaptación antes de llegar a la pantalla, el peso de la expectativ­a no caía en Guy Ritchie, sino en la interpreta­ción de Will Smith como el genio. Con toda una carrera trabajando su imagen empática dentro y fuera de los sets de cine, es difícil negar que Smith tiene méritos para este rol. Igual de difícil es reconocer que no supera, ni empata a Robin Williams en la versión original. Una de las diferencia­s entre las tramas de la anterior y la nueva versión es que el genio tiene un interés sentimenta­l en la mejor amiga y doncella de la princesa Jasmín. Dicha subtrama obedece a una aparente consigna de darle a la mayor cantidad posible de personajes un desenlace íntegro. Cambiando el final feliz, por el final digno. La única que se salvó fue la alfombra voladora, que pudo terminar siendo un textil vegano, de comercio justo.

La estampa de Guy Ritchie es invisible en este trabajo. Sin edición rápida, sin violencia, sin héroes rudos...

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