Aladdín cambia el final feliz por el final digno
Les diré dos palabras que me ponen escéptico: Guy Ritchie. Ahora cuatro palabras que me ponen más escéptico: Guy Ritchie dirige Aladdín. El remake en acción viva de una de las cintas animadas más entrañables del Disney de los años noventa recae en este director inglés, famoso por razones no todas correctas. Curiosamente, ésta es la primera vez que no lo responsabilizo directamente de los problemas de una película que dirige.
Guionística y visualmente calcada de la versión de 1992 (lo cual es la norma para todos los remakesde Disney) esta rendición de carne y hueso nos lleva a una ciudad de Medio
Oriente llamada Agrabah, en la que Aladdín, un ladrón callejero, conoce a la princesa Jasmín. Al enterarse de esta relación prohibida, Jafar, el brazo derecho del sultán, pone como condición a Aladdín para no delatarlo, que consiga una lámpara mágica resguardada en el fondo de una cueva. En plena misión, Aladdín frota la lámpara por accidente y libera a un genio dispuesto a concederle tres deseos en gratitud por sacarlo de su encierro. Ésta será su oportunidad para convertirse en un hombre a la altura de Jasmín. Volverse príncipe no será el fin de sus problemas, luego de que Jafar cobre venganza por haberse quedado sin la lámpara.
En uno de los casos más notorios en los que un cineasta reprime su estilo para cumplir con la visión de un estudio de cine, la estampa de Guy Ritchie es invisible en este trabajo. Sin edición rápida, sin violencia, sin héroes rudos, sin peleas, sin historias simultáneas. La acción es registrada con una mirada neutral, constreñida al concepto de entretenimiento para toda la familia. Es verdad que el instinto de director de videos musicales de Ritchie no es ningún patrimonio cinematográfico, pero es preferible al proceso de pasteurización que vemos aquí. No me opongo a que las historias se actualicen para reflejar valores culturales actuales (SpiderMan: Into the Spider-Verse es ejemplo de cómo hacerlo triunfalmente); el punto es separar el cine de sensibilidad moderna del cine que tiene miedo de ofender. Aladdín es presa del miedo a ofender. Entre la preocupación de darnos un reparto que respete el origen étnico del relato y liberar a sus personajes femeninos de narrativas opresivas, sus creadores olvidaron del talento. Como Aladdín, Mena Massoud posiblemente sea una correcta caracterización de un chico árabe, aunque la autenticidad le sirve de poco a la hora de bailar y cantar. A Marwan Kenzari le pasa algo similar, su Jafar se acaba tan pronto lo escuchamos decir sus parlamentos, dejando el terreno libre para Naomi Scott, quien se luce más como Jasmín.
Aun con todas las complicaciones que tuvo esta adaptación antes de llegar a la pantalla, el peso de la expectativa no caía en Guy Ritchie, sino en la interpretación de Will Smith como el genio. Con toda una carrera trabajando su imagen empática dentro y fuera de los sets de cine, es difícil negar que Smith tiene méritos para este rol. Igual de difícil es reconocer que no supera, ni empata a Robin Williams en la versión original. Una de las diferencias entre las tramas de la anterior y la nueva versión es que el genio tiene un interés sentimental en la mejor amiga y doncella de la princesa Jasmín. Dicha subtrama obedece a una aparente consigna de darle a la mayor cantidad posible de personajes un desenlace íntegro. Cambiando el final feliz, por el final digno. La única que se salvó fue la alfombra voladora, que pudo terminar siendo un textil vegano, de comercio justo.
La estampa de Guy Ritchie es invisible en este trabajo. Sin edición rápida, sin violencia, sin héroes rudos...