Nuestros dreamers
La Secretaría de Salud del fronterizo estado de Chiapas informa que en el primer semestre de este año se han registrado 404 nacimientos de bebés de familias que se encuentran en situación migrante en nuestro país. Sus
progenitores provienen de Guatemala, Honduras, El Salvador, Haití, Nicaragua, El Congo, Cuba y un recién nacido de padres que migraron desde Estados Unidos.
Se trata de cuatro centenares de nuevos mexicanos con derecho a la nacionalidad tricolor por haber nacido en nuestro suelo –temo que en algunos casos esto haya sido de forma literal–, cuya calidad implica la modificación del estatus legal de sus familias.
Hacia ellos y ellas deberíamos tener una ternura infinita, compasión por su situación y responsabilidad con respecto a lo que será su futuro, al igual que el del resto de las mexicanas y los mexicanos que nacieron en 2019.
Sin embargo, compruebo con asombro que los comentarios a la nota periodística que da cuenta de estas cifras han logrado unir, en apenas unas cuantas líneas, racismo, clasismo y xenofobia. Van desde quienes dicen que vinieron a “reponer” a los 43 que nos faltaban (aduciendo al caso Ayotzinapa) hasta quienes se burlan de la calidad que adquieren como mexicanos. Los hay que los califican desde ya como ninis hasta los que se refieren a sus madres como “gallinas cargadas que llegaron de Centroamérica”.
Así las cosas, propongo que dejemos de buscar explicaciones a nuestra situación en gobiernos previos o actuales. No se trata de política económica, rigor hacendario o austeridad republicana. El tema tampoco es Policía o Guardia Nacional. El asunto determinante es la pobre calidad que como sociedad tenemos, nuestra incapacidad de ser empáticos y solidarios. Nuestro individualismo exacerbado y las nulas ganas de transformar la realidad de los demás y no solo la nuestra. Si ni siquiera 404 bebés nos despiertan amor y compromiso, no sé qué pueda movernos.