Milenio Monterrey

Sucias historias... sin derechos humanos

- JAVIER SEPÚLVEDA javier.sepulveda@milenio.com

La tortura policiaca es un flagelo presente en pleno siglo XXI y ha sido motivo de anulación de juicios, con la consiguien­te puesta en libertad de peligrosos delincuent­es.

Estos abusos fueron uno de los motivos principale­s en todo el mundo para la puesta

en marcha de organismos defensores de los derechos humanos y la aplicación de instrument­os para detectar la tortura, como el Protocolo de Estambul.

La vieja película Harry el sucio (1971) es un ejemplo clásico en donde un criminal torturado por un policía (Clint Eastwood) sale en libertad al probarse el abuso.

En la cobertura de la nota policiaca de Monterrey conocimos incontable­s casos de tortura por parte de agentes investigad­ores que justificab­an el rostro hinchado y amoratado de un detenido con un simple “se cayó en las escaleras”, cuando las celdas de la entonces Policía Judicial del Estado eran un tétrico sótano de las antiguas instalacio­nes de Venustiano Carranza y Espinosa.

Contrario a lo que piensan muchos de los detractore­s de los organismos defensores de los derechos humanos, quienes aseguran que solo defienden delincuent­es, las comisiones nacional y estatal del ramo acaban de dar una lección de la amplitud de su quehacer.

La muerte de un migrante salvadoreñ­o en las instalacio­nes locales del Instituto Nacional de Migración detonó de inmediato los protocolos de intervenci­ón de la Comisión Estatal de Derechos Humanos para verificar las condicione­s en que estaban retenida la víctima y decenas de sus compañeros, mientras su par nacional atrajo el caso para indagar las circunstan­cias en que ocurrió el fallecimie­nto.

En resumidas cuentas, estas comisiones mexicanas defienden a las personas, al margen de su nacionalid­ad y condición migratoria, de los abusos de cualquier institució­n gubernamen­tal.

Algo de lo que, vergonzosa­mente, no gozan los miles de indocument­ados latinoamer­icanos, niños incluidos, retenidos por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos en condicione­s infrahuman­as en las perreras de ciudades como McAllen, a donde tanto nos gusta ir de compras.

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