Milenio Monterrey

Pobreza y libertad

- PABLO AYALA ENRÍQUEZ

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) es el termómetro que nos permite saber si la pobreza se mantiene, crece o se reduce.

El Coneval, en su calidad de organismo público descentral­izado con autonomía técnica, siempre ha sido una instancia incómoda. Sus informes han desenmasca­rado las verdades a medias que el gobierno nos cuenta respecto a su lucha encarnizad­a contra el flagelo de la vida en la miseria. Sin proponérse­lo se ha vuelto un experto en desnudar mentiras que varios gobernante­s han intentado arropar con el manto del logro. Por ello, el trabajo del Coneval molesta, cala, pica, enfada, incomoda, contradice y, en últimas, exhibe.

Si Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña, que nunca se distinguie­ron por su simpatía hacia los pobres, ardían en calentura cada vez que el Coneval emitía sus informes, no tiene nada de

extraño que López Obrador se haya anticipado, y a través de María Luisa Albores, titular de la Secretaría de Bienestar, pidiera la renuncia de Gonzalo Hernández Licona, quien desde 2005 había venido desempeñán­dose como secretario ejecutivo del incómodo organismo. López Obrador se la ha jugado al poner toda la carne en el asador para dar de comer y brindar algunas oportunida­des a los millones de personas que viven en condicione­s de pobreza, por eso no permitirá que ningún tecnócrata lo exhiba.

Ahora bien, dando por bueno que la salida de Hernández Licona no se debió a sus declaracio­nes, respecto a los efectos negativos que traerá para el Coneval la política de austeridad promovida por la Presidenci­a de la República, no pasará mucho tiempo para que el nuevo titular enfrente el mismo destino que Hernández, porque ante su urgente y desesperad­a necesidad de legitimars­e, López Obrador buscará convencern­os sobre el acierto y frutos generados por Jóvenes Construyen­do el Futuro, Bienestar de las Personas Adultas Mayores o Sembrando Vida, por mencionar solo tres programas sociales.

La pobreza, no debemos olvidar, no se puede medir por el dinero que traigamos en el bolsillo, sino por la posibilida­d real y efectiva que tengamos para ser libres, es decir, llevar a cabo los proyectos que deseamos y tenemos razones para llevar a cabo. Si los millones de pobres que reciben apoyos gubernamen­tales no son capaces de ello, además de seguir siendo esclavos de su pobreza, serán testigos del fracaso de los subsidios sociales y del desempeño de los titulares del Coneval.

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