Pobreza y libertad
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) es el termómetro que nos permite saber si la pobreza se mantiene, crece o se reduce.
El Coneval, en su calidad de organismo público descentralizado con autonomía técnica, siempre ha sido una instancia incómoda. Sus informes han desenmascarado las verdades a medias que el gobierno nos cuenta respecto a su lucha encarnizada contra el flagelo de la vida en la miseria. Sin proponérselo se ha vuelto un experto en desnudar mentiras que varios gobernantes han intentado arropar con el manto del logro. Por ello, el trabajo del Coneval molesta, cala, pica, enfada, incomoda, contradice y, en últimas, exhibe.
Si Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña, que nunca se distinguieron por su simpatía hacia los pobres, ardían en calentura cada vez que el Coneval emitía sus informes, no tiene nada de
extraño que López Obrador se haya anticipado, y a través de María Luisa Albores, titular de la Secretaría de Bienestar, pidiera la renuncia de Gonzalo Hernández Licona, quien desde 2005 había venido desempeñándose como secretario ejecutivo del incómodo organismo. López Obrador se la ha jugado al poner toda la carne en el asador para dar de comer y brindar algunas oportunidades a los millones de personas que viven en condiciones de pobreza, por eso no permitirá que ningún tecnócrata lo exhiba.
Ahora bien, dando por bueno que la salida de Hernández Licona no se debió a sus declaraciones, respecto a los efectos negativos que traerá para el Coneval la política de austeridad promovida por la Presidencia de la República, no pasará mucho tiempo para que el nuevo titular enfrente el mismo destino que Hernández, porque ante su urgente y desesperada necesidad de legitimarse, López Obrador buscará convencernos sobre el acierto y frutos generados por Jóvenes Construyendo el Futuro, Bienestar de las Personas Adultas Mayores o Sembrando Vida, por mencionar solo tres programas sociales.
La pobreza, no debemos olvidar, no se puede medir por el dinero que traigamos en el bolsillo, sino por la posibilidad real y efectiva que tengamos para ser libres, es decir, llevar a cabo los proyectos que deseamos y tenemos razones para llevar a cabo. Si los millones de pobres que reciben apoyos gubernamentales no son capaces de ello, además de seguir siendo esclavos de su pobreza, serán testigos del fracaso de los subsidios sociales y del desempeño de los titulares del Coneval.