Milenio Monterrey

Volver a DF, 25 años de Moho

Ahí estaba Moho, exhibida en un puesto de fanzines del Chopo cuando el tianguis aún lograba mantener un efectivo sentido de antropolog­ía contracult­ural, destacando del resto por sus portadas de colorida anarquía

- A DJ, otra vez WENCESLAO BRUCIAGA Twitter: @distorsion­gay stereowenc­es@hotmail.com

Descubrí Moho a las pocas seDmanas

de huir de la ermitaña homofobia de Torreón y haber llegado al entonces DF. Para ser honestos, salí huyendo más por un impulso melómano-ninfómano. Nada que ver con la personific­ación de un refugiado rosa. Nunca también me sentí amenazado en Torreón. Ni en las funciones más decadentes del cinema El Dorado, el cine porno a unas cuadras del bulevar Revolución. Ni cuando me apunta ron con un revólver por ser puto. Al final, esas cosas te curten y te enseñan que a veces la tolerancia no es más que un sinónimod el aresilienc­ia,la sobre vivencia en un mundo habitado por necias otredades.

Ahí estaba Moho, exhibida en un puesto de fanzines del Chopo cuando el tianguis aún lo graba mantener un efectivo sentido de antropolog­ía contra cultural, destacando del resto por sus portadas de colorida anarquía, los titulares mutilados, fotografía­s exentas de vanidad y lógica que generaban el estremecim­iento de estar contemplan­do más bien una serie de antiportad­as. Parafrasea­ndo la introducci­ón de Camus en su Hombre rebelde, las portadas de Moho eran como la primera plana que daban de nota de un crimen a la lógica y el orden pedante de las típicas cubiertas de las revistas literarias de las que mi padre era seguidor o fanático mejor dicho quería verme publicado ahí, como el típico padre que calma sus frustracio­nes viendo a través de las inclinacio­nes de sus hijos. Pasa, que mis inclinacio­nes eran desviadas.Salí puto, con un gusto enfermizo por el grunge, el punk-hardcore y me caga todo loquea dora mi padre, como Silvio Rodríguezy­ese género perdedor. Como decían los Buttho le Sur fers,lab anda de rocklisérg­ico al borde de lo epiléptico y lo inclasific­able: “La rebeldía consiste en hacer eso que odian tus padres”.

Por ese entonces me había hecho de un mozalbete espacio en Radio Torreón y con

grabadora en mano contacté a Guillermo Fadanelli. Desde entonces Moho se ha convertido en un refugio para mis insanas propuestas literarias y en cuya editorial se encuentran de mis títulos más definitivo­s, Tu lagunero no vuelve más y Bareback Jukebox y desde entonces les estoy agradecido por enseñarme a no permitirle a cualquier “líder, fürer o místico que nos lleve como masa, país, entidad o sociedad, hacia algún lado, ¡Que chinguen a su madre! Lo dijimos desde 1988”, como dijo Fa dan el lila semana pasada,durante la presentaci­ón de Volver aD F, el compila torio con el que Editorial Moho celebra25 años, textos que cavilan sobre el regreso a ese epicentro de la hoy Ciudad de Méxicomás cerca de lo distó pico que lo histórico, y en el que participan plumas que han nutrido la cepa viral de Moho, haciéndola más resistente­ala idea quede la literatura tenemos en México: Alejandra Maldonado, José Ángel Balmori, Amandititi­ta, Rodrigo Márquez Tizano, Ari Volovich, Adrián Román, Adrián Cota Hiriart, el mismo Fadanelli, yo.

Un libro que también mastica sobre el regreso en su monstruosa generalida­d.

No pude ir a la presentaci­ón. Curiosamen­te decidí volver a Torreón, a pistear en sus cantinas donde los hombres no le tienen miedo a la soledad siempre y cuando haya una cerveza helada sobre la mesa, a perder el tiempo entre el calor y las secuelas de vivir madreando los convencion­alismos que esclavizan, de ser fiel a uno mismo hasta el borde,aunque a veces lastimen sin querer, como decían losTragica­llyHip en su canción que los hiciera famosos fuera de las fronteras canadiense­s:“... la tragedia humana consiste en la necesidad de vivir con las consecuenc­ias”.

Ahora que he estado golpeando las calles de Torreón a punta de largas caminatas jamaiconas, notas de Calexico y Los Lobos y recuerdos maltrechos, me doy cuenta que los laguneros, después de vencer al desierto, nos condenamos ala fantasía de que nada podrávence­rnos, cualquier clase de autoridad o nuestras necedades. El calor la mayor parte del año, los cerros pelones y las largas carreteras con sabor a dátil que se extienden hasta el infinito deben derretir alguna parte del cerebro encargada de las emociones, la mesura o la soledad, temas recurrente­s en las letras de Moho llevadas a extremos sin piedad, pero sin los cuales nunca hubiera entendido mi naturaleza, la misma que me lleva a cometer errores y logros. Algunos logran sentar cabeza, venciendo al desierto en un bucle de familias, cheve ydisc ad as. Otros nos ponemos a escribir.

También vuelvo a ese momento de El Chopo. Sin hojearlas, Moho despertó en mí, la rabiosa necesidad de publicar en sus interiores. Me sentí identifica­do, y salvado, con su refriega de peligrosas ironías que desafiaba las nociones de autoridad, como aquella que regenteaba un taller literario en Torreón y que me aseguraban jamás tendría un texto publicado por lo explícito de mis metáforas, mi obsesión musical y mi cinismo frente al recato, eufemismo que utilizaba el maestro de ese taller para inducirnos a la autocensur­a. ¡Y cómo olvidar la sentencia que resumía su vocación !“Moho: salud para los enfermos, virus para la gente sana”. Quedé helado.

Larga vida a Moho. A las letras que vencen, que nos hacen morder el polvo. Al desierto.

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