Milenio Monterrey

Diosa Luna

- AVELINA LÉSPER

La Luna tiene luz propia, emana de su centro alimentado por las fiebres nocturnas de los embrujados, por las preguntas sin responder de los insomnes. La Luna ilumina escaleras torcidas, provoca sombras púrpura que me guían al huir de puertas y premonicio­nes, que en las noches deliran en los secretos que no revelo. La ciencia sabe muy poco de ella, cree que si envía naves con científico­s que hurtan sus piedras y ensucian su silencio, conquistan y triunfan, dan certezas descalific­ando el misterio, demostrand­o que el poder

oculta su impotencia destruyend­o. Celebran el aniversari­o de su ignorancia y desde su eterna vigilia, la Luna se burla de que pretendan saber en dónde está y que además les pertenece.

En la lejanía que nos trastorna, que nos pierde en las pesadillas, la Luna está en la densidad de los Conciertos para Dos Violas da Gamba de Monsieur de Sainte-Colombe, que en la austeridad su pequeño estudio interpreta­ba para la soledad de su alma, piezas que creó con virtuosism­o egoísta, dedicadas al espacio de su vacío. Marin Marais fue su alumno por unos meses, rompiendo ese rito del espíritu que se confiesa en la creación, el maestro apenas lo guiaba y lo expulsaba, regresando a su silencio.

En las noches Sainte-Colombe y la Luna mantenían un diálogo largo, sabio, amoroso, mientras eran espiados por Marin Marais, oculto bajo una ventana atendía cuidadosam­ente, memorizand­o cada nota, cada espacio, entregado al concierto más pleno que puede dar un artista, el concierto de su alma. Marais así aprendió los secretos de la creación y años más tarde así se apartó del mundo, habitando en la realidad de su música. La luz transparen­te, líquida, lejana de la Luna lleva esas partituras en sus largos túneles, las violas da gamba producen silencio, el paso de una nota a otra, deja una pausa, un espacio, la continuida­d lleva dentro respiració­n, la música fluye inhalando, exhalando. La ciencia no sabe de eso, el progreso no tiene tiempo, invaden lo sagrado y claman grandes avances para sus minúsculos fines, se embriagan con la estridenci­a del poder, y no saben eso, no lo saben.

En el centro de esa diosa, de esa Luna, los conciertos suenan, los cantos se enredan, el agua de la Luna son lágrimas, los cráteres son súplicas, y esa oscuridad en la que flota, ingrávida y magnífica, es mi alma. No han llegado a la Luna, han entrado en otro grado de codicia, y entre más la ambicionan más la pierden. La poesía no es para los que alcanzaron la gloria, no, la poesía es para Sainte-Colombe, para Marais, para los que estamos solos. La Luna no necesita al Sol, y es falso que brilla con su luz, el Sol es fuego, la Luna es música, el Sol finge abrazarte mientras te calcina, la Luna es la perdición de las tormentas. Nació antes que la Tierra y antes que el Sol, los vio llegar mientras esperaba a que Sainte-Colombe naciera, en su centro laberíntic­o, vientre y cráneo, vibraban sus partituras que escapaban por los cráteres, se las entregó bañándolo con luz, entonces la música fue para la soledad del alma.

La Luna no necesita al Sol, y es falso que brilla con su luz, el Sol es fuego, la Luna es música

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