Milenio Monterrey

Migrante ultrajada sobrevive; México será su nueva patria

- RAÚL MARTÍNEZ

Las noticias sobre los migrantes se han convertido en el pan de cada día en los medios. A menudo nos enteramos que la Policía detecta vehículos con cajas cerradas donde viajan decenas de personas.

La mayoría son migrantes centroamer­icanos que han abandonado su país para buscar una mejor forma de vida. Todos deben pagar una cuota en dólares a los polleros, sin imaginar el cruel destino que les depara.

Una de esas personas fue la salvadoreñ­a Virginia Toledo, quien en la actualidad trabaja como cocinera en un restaurant­e en el municipio de Escobedo.

Ya desistió de su sueño americano. Lo que desea Virginia es progresar, quedarse en Monterrey y quizá formar una familia.

Con lo que gana le alcanza para pagar un departamen­to de una recámara, gasta poco en transporte, pues vive cerca del restaurant­e donde labora.

Virginia, aunque tiene 32 años, se ve de más edad, es esbelta, morena clara, agradable de presencia, respetuosa, pero en sus ojos demuestra un brillo de tristeza.

Nadie conoce el verdadero motivo por el que abandonó su pueblo salvadoreñ­o. Ella simplement­e les dice que sus padres y dos hermanos murieron en un accidente vial.

Virginia se había casado a los 25 años con Ignacio Loyola, de 29. Vivían en Santa Ana, una pequeña ciudad salvadoreñ­a. El mayor deseo de Pedro era tener un hijo, pero Virginia no lograba embarazars­e.

Ella consultó médicos, pero todo fue inútil. Cinco años después cuando menos lo esperaba, Pedro con increíble frialdad le dijo que quería el divorcio, que iba a tener un hijo con otra mujer.

Virginia estaba destrozada, se fue de la casa y buscó refugio con una amiga que recién había enviudado. Ella la aceptó, pero le advirtió que pensaba irse a los Estados Unidos.

Entonces le preguntó que si podría ir con ella, pues ya nada la detenía en su pueblo. La amiga con gusto la presentó con un pollero. Le cobraría 500 dólares.

En unos cuantos días vendieron lo poco que cada una tenía. Dos meses después las amigas emprendier­on el viaje y prometiero­n reencontra­se en la frontera de Laredo, Tamaulipas.

De manera clandestin­a, los polleros citaron a los migrantes y los subieron a un camión torton de caja cerrada. Iban 23 hombres, siete mujeres y varios niños.

Pero seis horas después el camión se detuvo. Abrieron las puertas, y aunque estaba oscuro, con terror miraron a hombres armados que con amenazas los obligaban a bajar.

Pronto se dieron cuenta que no era la Policía. Selecciona­ron a 15 hombres, los más jóvenes y más fuertes, y de las siete mujeres solo apartaron a Virginia, quizá porque no llevaba niños y porque era joven y bonita.

Los obligaron a subir a varias camionetas que en caravana casi atravesaro­n la sierra y llegaron a un rancho, donde los metieron a unos tejabanes y les dieron de comer en abundancia.

Aún no terminaban cuando llegó otro hombre al parecer el líder y les dijo que para qué iban con los gringos, solo a causar lástimas. Que ellos les darían trabajo, que les pagarían 500 diarios, comida y un jacal para dormir.

Virginia de tanto miedo no pudo hablar. Uno de los migrantes les dijo que él no aceptaba, que lo dejaran ir.

El hombre, sonriendo, le puso en el estómago su AK-47 y le dijo “qué prefieres, los 500 pesos o una tumba clandestin­a”.

Pronto supieron que eran narcos. Los pusieron a sembrar y cosechar mariguana. Los trataban como esclavos. Trabajaban más de 12 horas. Siempre vigilados.

Varios días después, cinco de los migrantes trataron de escapar. Se escucharon disparos y no volvieron a verlos.

Virginia fue llevada con el jefe de los narcos. La miró con morbo y le dijo que era afortunada, porque solo trabajaría media jornada con las cocineras y lavanderas.

Esa misma noche fue violada por el jefe del grupo. Lloró su desgracia, pero nada podía hacer. Supo que todos eran migrantes.

Pero Virginia no solo fue ultrajada por el jefe, sino que se la fueron turnando entre todos los sicarios. La obligaban a bailar y muchas cosas más que no quisiera volver a recordar.

Así transcurri­eron más de seis meses. Virginia se dio cuenta que hacían pacas de mariguana y luego se las llevaban en camionetas.

Una noche cuando salía del campamento de uno de los sicarios miró una camioneta lista para salir. Vio un hueco entre paca y paca. Volteó para todos lados. Nadie la veía.

Se metió en el hueco. Después cubrieron con una lona la hierba y se alejaron. Luego de algunas horas, Virginia sintió que la camioneta se detenía. Pasaron varios minutos.

Revolviénd­ose como una serpiente logró salir. Al verse libre corrió durante muchos minutos. Para su suerte se topó con una patrulla militar. Desesperad­a, les hizo una señal.

Virginia les contó todo. Los militares pidieron refuerzos, al primero que detuvieron fue al de la camioneta donde Virginia escapó. Lo obligaron a que los llevara al campamento.

Hubo un enfrentami­ento. Muchos sicarios cayeron abatidos; otros fueron detenidos. A los migrantes los liberaron. Virginia, sin saberlo, se había convertido en una heroína.

Fue llevada al hospital, donde empleados del Instituto Nacional de Migración hablaron con ella y le dijeron que si no quería regresar a su país, podrían darle una visa de trabajo. Ella aceptó.

En Migración le ayudaron para llegar a Monterrey. Buscó trabajo en un restaurant­e de lavaplatos,

Virginia creyó huir de su triste realidad en El Salvador, sin saber que su paso por México sería una pesadilla

Sabe que su cuerpo fue ultrajado, ella lo siente como si estuviera sucio, pero su alma está limpia

pronto supieron que era una excelente cocinera y su vida cambió.

Virginia sabe que su cuerpo fue muchas veces ultrajado, ella lo siente como si estuviera sucio, pero sabe que su alma está limpia y que Dios nunca la abandonará.

En busca del sueño americano, Virginia creyó huir de su triste realidad en El Salvador, sin saber que su paso por México sería una pesadilla. Por fortuna pudo salir viva de aquel infierno para tener un nuevo comienzo.

Su sueño ahora es ser feliz en Monterrey, trabajar y cuando encuentre un buen hombre, formar una familia.

La vida siempre da segundas oportunida­des, pero pocos las valoran. Virginia decidió tomar la suya muy en serio y adoptar a México como su segunda patria.

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